Guerra

CAÍDA DE EUROPA

A Roger Caillois

Ven, hermano, ven esta noche
a rezar con tu hermana que no tiene
hijo ni madre ni casta presente.
Es amargo rezar oyendo el eco
que un aire van y un muro devuelven.
Ven, hermano o hermana, por los claros
del maizal antes que caiga el día
demente y ciego, sin saber que pena
la que nunca penó y acribillada
de fuegos y ahogada de humareda
arde la Vieja Madre que nos tuvo
dentro de su olivar y de su viña.

Solamente la Gea americana
vive su noche con olor de trébol,
tomillo v mejorana y escuchando
el rumor de castores y de martas
y la carrera azul de la chinchilla.
Tengo vergüenza de mi "Ave" rendida
que apenas si revuela por mis hombros
o sube y cae en gaviota alcanzada,
mientras la Madre en aflicción espera,
mirando fija un cielo de azabache
que juega a rebanarle la esperanza
y grita "No eres" a la Vieja Noche.

Somos los hijos que a su madre nombran,
sin saber a estas horas si es la misma
y con el mismo nombre nos responde,
o si mechados de metal y fuego
arden sus miembros llamados Sicilia,
Flandes, la Normandía y la Campania.

Para la compunción y la plegaria
bastan dos palmos de hierbas y de aire.
Hogaza, vino y fruta no acarreen
hasta en el día de leticia y danza
y locos brazos que columpien ramos.
En esta noche, ni mesa punteada
de falerno feliz ni de amapolas;
tampoco el sollozar; tampoco el sueño.

LA HUELLA

Del hombre fugitivo
sólo tengo la huella,
el peso de su cuerpo,
el viento que lo lleva.
Ni señales ni nombre,
ni el país ni la aldea;
solamente la concha
húmeda de su huella;
solamente esta sílaba
que recogió la arena
¡y la Tierra -Verónica
que me lo balbucea!

Solamente la angustia
que apura su carrera;
los pulsos que lo rompen,
el soplo que jadea,
el sudor que lo luce,
la encía con dentera,
¡y el viento seco y duro
que el lomo le golpea!

Y el espinal que salta,
la marisma que vuela,
la mata que lo esconde,
y el sol que lo confiesa,
la duna que lo ayuda,
la otra que lo entrega,
¡y el pino que lo tumba
y el Dios que lo endereza!

Y su hija, la sangre,
que tras él lo vocea:
la huella, Dios mío,
la pintada huella:
el grito sin boca,
la huella la huella!

Su señal la coman
las santas arenas.
Su huella tápenla
los perros de niebla.
Le tome de un salto
la noche que llega
su marca de hombre
dulce y tremenda.

Yo veo, yo cuento
las dos mil huellas.
¡Voy corriendo, corriendo
la vieja Tierra,
rompiendo con la mía
su pobre huella!
¡O me paro y la borran
mis locas trenzas,
o de bruces mi boca
lame la huella!

Pero la Tierra blanca
se vuelve eterna;
se alarga inacabable
igual que la cadena;
se estira en una cobra
que el Dios Santo no quiebra
¡y sigue hasta el término
del mundo la huella!

HOSPITAL

Detrás del muro encalado
que no deja pasar el soplo
y me ciega de su blancura,
arden fiebres que nunca toco,
brazos perdidos caen manando,
ojos marinos miran, ansiosos.

En sus lechos penan los hombres,
metales blancos bajo su forro,
y cada uno dice lo mismo
que yo, en la vaina de su sollozo.

Uno se muere con su mensaje
en el desuello del fruto mondo,
y mi oído iba a escucharlo
toda la noche, rostro con rostro.

Hacia el cristal de mi desvelo,
adonde baja lo que ignoro,
caen dorsos que no sujeto
rollos de partos que no recojo,
y vienen carnes estrujadas
de lagares que no conozco.

Juntos estamos, según las cañas
oyéndonos como los chopos,
y más distantes que Ghea y Sirio,
y el pobre coipo del faisán rojo.
Porque yo tengo y ellos tienen
muro yerto que vuelve el torso,
y no deja acudir los brazos,
ni se abre al amor deseoso.

El celador costado blanco
nunca se parte en grietas de olmo,
y aunque me cele como un hijo
no me consiente ir a los otros:
espalda lisa que me guarda
sin volteadora y sin escorzo.

El sordo quiere que vivamos
todos perdidos, juntos y solos,
sabiéndonos y en nuestra búsqueda,
en laberinto blanco y redondo,
hoy al igual que ayer, lo mismo
que en un cuento de hombre beodo,
aunque suban, del otro canto
de la noche, cuellos ansiosos,
y me nombren la Desvariada,
el que hace señas y el Niño loco.

Materias