Imagen y palabra en la educación

(Texto en prosa de Gabriela Mistral)

En muchos asuntos nuestro planeta ha ganado: en ciencias y hasta en riquezas, pero todavía persiste en algunos una vieja llaga, una hipócrita presencia que circula calladamente por varios lugares del planeta Tierra. Existe un odio velado o desnudo, sordo o confeso, que hace un trabajo de zapa y daña calladamente la vida de algunos pueblos. Camina a paso lento. Entre las taras del planeta bien puede contarse como la más grave, como una dolencia rancia y tenaz. En las aldeas como en las ciudades, en las instituciones que se llaman a sí mismas grandes o ilustres, suele verse, y bastante desnudo, lo que ellas mismas llaman el orgullo racial o nacional, especie de industria que corresponde a un período añejo que no se ha realmente liquidado. Y esta fea borra perdura en patrias antiquísimas o jóvenes. Se trata de la xenofobia, o sea del desdén hacia el negro que habita en una zona de población blanca pura, y se trata igualmente del odio emboscado que el negro guarda hacia el blanco y que estalla en cuanto llega la ocasión propicia.

Un odio hipócrita o desnudo del extranjero o del extraño, se pasea aún por algunas patrias cultas que lo han vuelto virtud patriótica y que rinden a este esperpento una especie de culto. Duele ver y palpar que las religiones no se hayan hasta hoy aliado para borrar una llaga tan visible de los pueblos y se puede decir del planeta. Pretenden algunos llamar a eso patriotismo, pero no hay tal. Hacer patria significa, entre muchas otras cosas, aceptar al extranjero pacífico que se une temporalmente o per vita a una nación o que llega a ella por la fama de sus bellezas naturales sin idea alguna de lucro o logro. Llega el extranjero a veces por haber leído en un periódico que el país tal precisa de gente especializada en tal o cual rama, o llega meramente por disfrutar de un clima aconsejado para su salud, y ocurre que un día cualquiera aparece un cadáver en un apartamento o en una calle, y la ciudad sabe que aquella criatura inofensiva, celebradora del hermoso suelo que lo sustenta, ha sido eliminada sin razón alguna, sólo porque se trata de una antipatía grotesca hacia un rostro blanco y unos ojos azules. La investigación se abre, y cuando se halla al matador o al cómplice, éste suele declarar sin escrúpulo, y a veces con el orgullo de haber eliminado al extraño, que ese hombre "era blanco de más". Yo os relato aquí una experiencia mía, de deudo mío y la doy sin nombre de país por respeto a nación, que es latinoamericana.
El xenófobo puede alegar otras causas: alega a veces que su nación no precisa de extraños, alega que el extranjero no puede volverse un ciudadano por el mero hecho de un papel que lo declare tal. El xenófobo ha ganado la batalla: ahí está un hombre muerto diciendo, con las facciones de su rostro y con la rigidez de su cuerpo, que es posible morir en un mundo cristiano, o budista o mahometano, sólo porque las facciones de su rostro difieren de las suyas.

Este hecho, que dura desde todo tiempo, todavía no es tratado como delito: el extranjero está solo, él ignoró en toda su vida anterior y en su patria, que en un mundo cargado ya de legislaciones humanísimas existía todavía la fatalidad de ser de otra raza.

Yo hablo por muchos que no pueden hablar, y hablo porque es necesario que en tales regiones del mundo se añada a los códigos el delito, a la vez desconocido y frecuente, de la xenofobia. Y no doy ni daré el nombre de tales patrias, porque lo que me interesa, como a mera cristiana, es el que desaparezca del mundo, por fin, el delito racial, el crimen a causa de la piel clara u oscura, o del simple hecho de hablar en lengua extranjera.

En el gran tema de la Libertad, la rama de la cultura resulta ser no sólo importante sino vital. La pérdida de ella representa una especie de parálisis no sólo en el Estado, sino en la vida de cada ciudadano. Muy poderosa ha de ser para que el nazismo haya disparado sobre este asunto sus flechas mortales. Recordemos cómo y cuánto sufrieron las universidades y las grandes bibliotecas alemanas por el control y el saqueo de obras milenariamente preciosas.

¿Qué significaba ese rencor, esa rabia furiosa que no respetó escuelas, museos ni bibliotecas?
Muchos creímos que los hogares del libro, más las universidades, quedarían indemnes, pero se trataba de una locura vertical de naciones, incluso cultas, y de ese borrón de la memoria en que caen los jefes insensatos.

Fue entonces cuando oímos por primera vez algunos gritos aislados, pero que salían de muchos templos de la cultura, pidiendo que fuesen puestas a salvo las bibliotecas ilustres. Los sabios rogaban o exigían la protección de esos lugares medio archivos y medio templos. Aquel grito no obtuvo todo, pero obtuvo la salvación de mucho.

Supimos desde entonces, y supimos para no olvidarlo más, lo que representan las estanterías de nuestras bibliotecas, la santidad de nuestros templos, y el tesoro sin apelativos de la libertad humana.

Recordemos, por unos momentos siquiera, esos años sombríos, y pensemos en la lección eterna que significa el hecho de que nuestra generación corrió el albur de haber perdido, junto con la libertad del mundo, todas las formas de nuestra cultura y todo el haz de religiones que gobiernan nuestras vidas.
La libertad en la Cultura es un asunto que a muchos parece meramente literario y un tema casi constreñido a los círculos de letrados, pero sucede que en nuestra época existen ya tantas escuelas profesionales o de altos estudios que deducimos de este hecho el que nuestros pueblos poseen ya una cultura más una civilización que sólo pueden crecer, pero no morir. Se cree, por otra parte, que la Gran Señora que llamamos Libertad ha llegado tan lejos y ha ganado tal extensión mundial que podemos ya dar su causa por conquistada y eterna. Es que olvidamos la Historia, aunque ella abarque la aventura sin apelativos y que fue la de ayer.

En raras ocasiones hay inteligencias alertas que se enfrentan a la realidad de nuestra civilización y se dan cuenta de unos puntos en vacío que hay en ella o de otros puntos que ya se han debilitado en nuestra época, demasiado llena de quehaceres, o bien demasiado segura de los llamados "Derechos del Hombre". Como todos los optimistas o los fieles, ella, la Cultura, cree en sí misma, a causa de haber alcanzado ya muchas victorias y de ser ya enorme y de vivir servida por miles de inteligencias y de llevar ya un verdadero halo de prestigio. Una especie de euforia universal estamos viviendo todos respecto de ella, en esta época llena de inventos maravillosos y de una paz que creemos duradera. Sólo algunos ojos muy lúcidos que se parecen a los del vigía que hace la guardia desde su barco sobre el mar, suelen echar una mirada inquisidora sobre el horizonte. Entonces este previsor fiel se azora un poco, mira hacia el norte y el sur o hacia el este y el oeste, y esta mirada ancha y fija le hace ver que unas nubes intrusas van pasando y que, si ellas cunden, la navegación se volverá fatal. Sigue aún observando y, esta segunda vez, se convence de que el cielo no le asegura realmente una noche de calma plena.
Yo creo que muchos de mis ilustres invitadores se han dado cuenta de que el asunto Libertad, aunque aparentemente gobierna en muchos países donde ella parece ya criatura ganada, retenida y eterna, es todavía un ente débil sobre el cual se debe velar día por día. Entonces sabemos que es prudente doblar el celo y observar cuáles ramas del saber, instituciones o escuelas, duran sin crecer y realmente perviven sin vivir.

A estos vigías pertenecen las nobles personas que me han transmitido la ansiedad que ellos viven aún por la causa de la Libertad en lo que se refiere a la Cultura.

Esta "Gran Señora" no tiene un organismo completo que realmente la defienda de recaer en las llamadas épocas oscuras; esta persona sabia conoce el espacio en el cual ella manda y gobierna por entero, pero nuestra humanidad ignora las otras zonas civilizadas a medias o a tercias y cuyo cuerpo de principios y de acción falla todavía en lo que se refiere a los grandes ideales humanos, es decir, universales. Estos son la paz y la justicia social.

La Libertad no es ni debe ser una especie de cualidad o de lujo que se puede poseer o no poseer; no es eso, no. La Libertad es sencillamente una función tan vital como la respiración, y cuando ella falta o desaparece, los organismos que llamamos ciudades o Estados degeneran y a veces mueren. Todos recibimos honra y alegría a causa de la Libertad, porque su bien, como el sol, a todos enriquece y beneficia.

Seguramente el tema que voy a tratar ha preocupado a varios de muchos profesores que trabajan con pasión y provecho sobre estas dos entidades que han ganado en menos de diez años un interés vivísimo dentro del gremio de profesores.

Al hogar de la Palabra, que llamamos Escuela o Colegio, ha llegado un competidor formidable: la imagen.
Ignoro lo que ocurre en Estados Unidos, pero sé que en los países europeos, sobre todo en aquellos que viven siempre atentos a las reformas y sobre todo a las grandes invenciones, la cuestión del cine educativo, lo mismo que la recién nacida televisión, va y viene en ensayos y en críticas laudatorias o despectivas y hasta iracundas.

Yo dejé la enseñanza hace muchos años, pero corno el oficio pedagógico es una vocación vertical y no un mero asunto de cargos y sueldos, nunca cesé de perseguir en los escaparates de librerías los libros nuevos y novedosos de mi antiguo oficio.

Creo que el cine es el acontecimiento de mayor bulto que ha venido a llamar a las puertas de las escuelas, colegios y universidades, pero sé también que la alarma del magisterio sigue creciendo por causa de que el cine y la recién nacida televisión no han vivido aún en anchura de tiempo, de lugares, de crítica, y sobre todo carecen del material pedagógico indispensable, que no es todavía ni suficiente ni cualitativo. El material para dar la enseñanza visual crece demasiado lentamente y es además caro y escaso. Pero cada invento nace así, como nacemos nosotros mismos: pequeñitos, torpes y desmañados. No hay que desalentarse; tampoco hay que pedir a los recién nacidos demasiado. Lo que está dando ya la enseñanza visual es admirable para los adultos y toda una fiesta para los escolares que disfrutan cada día de las maestras mayúsculas que se llaman Imagen, Color, Relato oído, y Visión gozada.

¡Con qué alegría yo vi y oí la primera clase hecha a base de cuatro anchas imágenes!: se trataba del invierno y del estío en Africa, Asia, Europa nórdica y el Trópico sudamericano. Se daban los tipos de deportes en esos lugares y la vida de los Continentes bajo las estaciones extremosas. Ninguna clase escolar de tipo verbalista habría podido dar a los muchachos, ni aun por el profesor más ilustre, el caliente interés de aquella cinta viva, coloreada por la vida misma y asistida en su relato de movimiento, de expresividad, de color y calor, de arte, belleza y verdad.

Hace muchos años tuve ocasión de celebrar y ver esta bonita experiencia: las llamadas "escuelas al aire libre". Funcionaban por gracia de familias ricas en patios y huertas de las haciendas, con subida asistencia de alumnos. Era cosa ejemplar el llamado constante de las radios urbanas convocando desde las grandes casas patronales de las haciendas a asistir a esas "escuelas ambulantes". Ellas eran fáciles de confeccionar. Había una mesita, una radio y un maestro rural de tipo apostólico, que renunciando a su descanso nocturno doblaba las clases diurnas con las nocturnas y esto con paga o sin ella. Yo llamaba esto la "escuela sin horas y sin techos". Guardo el recuerdo de esas y de otras invenciones geniales del gran reformador José Vasconcelos, quien alfabetizó con la ayuda de los maestros misioneros, del cine y de la radio a millares de campesinos.

El ambiente que se creaba en las escuelas primarias ambulantes en ese conjunto de alumnos cuya edad iba desde los seis años a los sesenta, me parecía precioso, incluso porque iba creando fraternidad entre la clase media y los campesinos, todos ellos indígenas. Allí tuve yo la alegría de aprender que ha sido una vieja y malhadado superstición aquello de que el indio americano padece de una incapacidad intelectual irredimible. Más aún, allí gocé de observar el genio que tiene el indio para el dibujo, la pintura y la escultura. Vi sobre todo la sed de leer, de escribir, recitar, danzar y cantar, que posee el pueblo indígena. La alfabetización iba de mes en mes liquidando centenares de analfabetos. Esas escuelas nocturnas llamadas por su creador "misioneras", parecían realmente un asunto tan civil como religioso: eran también el desagravio a una raza entera, la indígena, y eran además una escuela de civilidad. El analfabetismo retrocedía a ojos vistas de zona a zona rural: un segundo México nacía.

Desde mis años de maestra hasta hoy, siempre tuve a la imagen como entidad superiorísima sobre la palabra, pero nunca tuve la suerte de obtener para mi escuela primaria ni para mis liceos una provisión grande y cualitativa de grabados ni de meras fotografías, con las cuales convencer a algunas maestras y profesoras que eran testarudas, no por mala voluntad, sino por una preferencia exagerada de la palabra. Desdeñaban la imagen atribuyéndole sólo una cualidad de mero entretenimiento. Fue para mí muy penoso no poder comprobar y convencer a mis colegas de que, en lo que se refiere a niños y a muchachos, la imagen se lleva por delante a la mejor lección oral.

Solamente cuando aparecería el cine hablado, la convicción respecto del tema tan discutido ganaría la batalla, pero a pesar del triunfo del cine hablado, su aplicación a la enseñanza tardaría mucho.

Gran oposición tuvo el indiscutible en sus comienzos: los profesores le daban un ceño hostil, porque pensaban en que aquello llegaría a suprimirlos, cosa que no ocurrió ni ocurrirá nunca. Lo que nació fue la alianza de la Palabra con la Imagen y tal fusión benefició a ojos vistas el gran asunto de la alfabetización.

La batalla de convencer ha sido larga y se puede decir que aún se lucha por ella en varios cantos del mundo, pero tarde o temprano, y gracias al auge que ha obtenido el cine, los profesores comprenderán que el huésped cuya presencia les pareció un peligro, es realmente el mayor y el mejor de sus aliados.

Hubo un desdén muy grande de los profesores, primarios o secundarios, respecto del valor decisivo de la imagen en la enseñanza, de su utilidad y de su magia, sobre todo de las sugerencias que ella regala.
Las imágenes coloreadas cabales y hermosas son la fiesta del Kindergarten, de la Escuela primaria y de la secundaria toda. Aunque suele decirse que los grabados engolosinan demasiado a los alumnos y los vuelven desatentos a las clases, no hay tal. Lo que ve en claro cualquier observador es aquello vuelto refrán en nuestro pueblo: "No me lo cuentes ni me lo cantes: píntamelo". Son muy raros, son escasos los muchachos superimaginativos y creadores; por lo tanto, habría que excitar ese don que casi todos traemos. Pero ni aun lo que llamamos "facultades" son perdurables. Toda la primera infancia nos aparece dotada de imaginación, pero son muchos los padres y los maestros que la desdeñan torpemente y hasta la combaten. Hay más: todas las gentes que yo llamo casadas en un ciento por ciento con la lógica de tipo aldeano, admiran devotamente las invenciones y los inventores y no saben que esos sus grandes benefactores han tenido de un lado ciencia y del otro la imaginación ancha y fija en su pasión. Por esto se ha producido en todo el mundo v en todos los tiempos el hecho de que casi cada inventor haya tenido en sus comienzos un vía crucis de crítica o de regaño paternal cotidianos, es decir, pequeño infierno doméstico. Disparate diario es en las gentes comunes el de llamar "novelero" al niño distraído, no sólo porque pida que le cuenten fábulas, sino porque también ensaye hacerlas y vivirlas. Y cuando se dice a esos tapiados que la fantasía en. su niño es un bien, que inventando él se cuenta historias a sí mismo y que algunas de estas historias suelen ser también el cuerpo infantil de los descubrimientos mayores, dudan o no creen.

Todos sabemos que las facultades naturales que traemos al nacer van declinando de más en más si ellas no son alimentadas por el niño mismo ni por los maestros y la familia.

Sucede, ¡ay!, que el niño imaginativo no halla generalmente arrimadero ni comprensión, y menos elogios, de sus padres ultrasensatos o de los ignorantes. Yo he visto y oído verdaderos duelos de los padres cuando ellos se han dado cuenta de que el hijo no quiere ser abogado, ni -médico, ni empleado de banco -tres profesiones que llevan a los éxitos monetarios-. Duelos he visto y oído por esta causa.

¿Quién, me digo yo, puede salvar a un adolescente de los padres que tuercen y mudan el ente casi divino que es una vocación?

Hay muchachas o mozos que viven casi día a día esta operación paterna diabólica o meramente estúpida de torcer, trocar o matar una vocación.

Yo me he detenido de paso en esta desventura casi cotidiana que todos hemos visto sin comprender o que se ha cumplido en nuestros allegados. Y esto digo porque todos los viejos profesores hemos visto de cerca esta tragedia muda, imposible de evitar, dada la posición absoluta que es la de una multitud de padres que imponen a los hijos el oficio o la profesión, lo mismo que les imponen el color de sus trajes y el estilo de sus sombreros.

La vida de los escolares suele correr en la monotonía sin apelativos de una sala de clase en la cual resuena la voz de diez o más profesores ilustres a veces y hasta amados por sus discípulos; pero ¿existe alguien que pueda gozar de una descripción larga y sin que su alegría de aprender se relaje y su pensamiento se escape huyendo al tedio?

Mucho pueden dar el buen cine y la televisión a los estudiantes normales, pero hay algo más: existe un alumnado al cual yo conozco bien y es el del estudiante libre, es decir el autodidacta. Este es precisamente el más heroico y el más digno de ser ayudado.

El llamado cine educativo y ahora los programas de televisión no cumplen todavía en pleno, o sea a toda anchura, la misión que traen. El estudiante libre, más el que cortó sus estudios por pobreza, más el otro que en lo que se refiere a la ciencia se ha quedado ignorando las novedades de los últimos años, piden algo más de estos grandes propagadores de cultura.

Es increíble la ignorancia en que viven los pueblos rurales respecto de nuestra época. Aunque llegue a ellos el cine, lo que de él alcanza a las aldeas y hasta a las ciudades pequeñas es un material calamitoso o tonto de amoríos o de crímenes, cuando no son unas necias historias seudocómicas que sólo hacen reír a los niños de las galerías.

Ninguna época tuvo como la nuestra ocasión tan preciosa y ancha para educar a las masas haciendo llegar la cultura hasta el último reducto de una cordillera y hasta las cárceles, donde no se da a centenares de presos la ocasión de aprender un oficio, ni de leer un libro sano, ni de ver una película que les muestre las maravillas que logra el trabajo de los hombres normales y las otras mayores que alcanzan los sabios de nuestra época.

Hay más: este mundo moderno al cual creemos un ente tan activo en cuanto se refiere a la publicidad gráfica, rara vez nos ofrece, aprovechando de los grandes medios que tiene a su disposición, cuales son el cine y la televisión, la vida maravillosa de los grandes sabios y la de los demás héroes universales. En lugar de eso sigue el cine en muchos países corrompiendo a las masas con unos repertorios de filmes que divulgan crímenes famosos en una especie de antología para enseñar el delito. Hay algo que podríamos llamar la Contra-Educación o la Contra-Escuela, que es tal tipo de cine.

Cada vez que yo he hablado con dueños de cines sudamericanos sobre la calamidad de ciertos espectáculos, se excusan diciendo que las empresas productoras más el gusto popular, y no ellos, son los culpables. Yo les respondo que lo único que pide el llamado bajo pueblo es que el filme sea interesante y que lo mantenga en tensión hasta el final. Otra rama del interés popular es la visión de grandes ciudades. Otra es la vida de los oficios diversos: la vida rural o urbana de cualquier raza o cualquier ciudad mayor.

Los pueblos sudamericanos van cobrando un interés grande por Norteamérica, por Europa, por el Asia y hasta por la Oceanía.

¿Por qué los técnicos cinematográficos tienen de nosotros el concepto calamitoso de que la América del Sur se interesa como una especie de niño estúpido en los meros filmes policíacos y en esa especie de literatura gráfica de última clase?

La América del Sur lee mucho. Ella se sabe sus clásicos y sus modernos, pero además ella tiene ahora una atención muy viva de vuestros autores de hoy: cada muchacho lector conoce a vuestros escritores vivos y no sólo a los muertos. Quiero deciros sin ganas de halagaros, sino de informaros solamente, que en nuestra juventud de hoy hay un interés vivo que no tuvo la juventud de mi tiempo hacia la vida norteamericana en todos sus aspectos. En cada Universidad, en cada Liceo, en cada periódico grande o pequeño, la noticia norteamericana hace presencia casi cotidianamente. No hay amor ni mera simpatía sin conocimiento, y éste ha comenzado y crece día por día. Algo falta que sólo pueden añadir ustedes mismos. Un conocimiento mayor de nuestra vida criolla. El viajero que pasa por cinco o diez hoteles y no procura acercarse a nadie, traerá en sus ojos sólo algún pico de montañas, algún río y algunas tarjetas postales.

Los viajes demasiado caros y demasiado rápidos que hacéis a la América del Sur no pueden dejaros algo que se parezca a una impresión y menos a un conocimiento y una vinculación. Vosotros sois demasiado rápidos para buscarnos y nosotros demasiado lentos para solicitamos.

Lo que ambos necesitamos es una convivencia, aunque ella sea breve. Nuestro pueblo dice: hay que mirarse a la cara para llegar al querer. Y el pueblo llama querer a la simpatía y al amor. Nunca hubo amor sin rostro y si nos cuentan algún amor así, es una mera fantasía o fábula lo que nos cuentan ...
Desde siempre consideré la Imagen como una especie de superpalabra, que evita todo error y que convence mucho más que la mera palabra escrita o hablada.

Nuestra generación, no digamos las siguientes, está ahora viviendo bajo su poder, su triunfo y su belleza. Más aun: ella ha vencido en el cine y ahora con la televisión ha llegado a nuestras casas. En profesores y maestros hay cierta alarma respecto de esta ancha victoria de la Imagen.

Ya se leen o se escuchan unas duras voces que denuncian al cine y hasta a la televisión como los matadores del teatro y no tardará en nacer alguna institución o grupos dedicados a denunciarlos como a unos enemigos mortales.

Confieso, aun contra la opinión de sus adversarios ilustres, que en esta discusión subida a batalla, yo voy a sufragar por la imagen aunque sea con escándalo de mis colegas, los defensores de la palabra.
La mayor gracia que recibió mi país al nacer fue el de una naturaleza hermosa que corre de sur a norte mudando de rostro, pero sin perder y sólo cambiando de belleza.

¿Qué es un paisaje alpestre, cordillerano o himalayo contados y cantados en la poesía universal, junto a la imagen viva de nuestro padre el Himalaya o de los Andes sudamericanos?

Muchos han sido los contadores y nuestros ojos se han fatigado en vano por recibir realmente el don de su imagen en la gloria verdadera de su arranque y en el triunfo de su cima; pero son muchos más, son millares los que ignoran el corazón de nuestros Andes como un ente vivo que es dueño de una ley suya, de una flora y fauna absolutamente suyas.

Muchos son también los chilenos que no han habido la gracia de llegar al remate de las cumbres andinas en donde señorea la cima del Aconcagua.

Arribó un buen día el cine y ahora da sus primeros pasos la televisión, y las dos naciones andinas se han dado el gozo sin apelativo de que su gigante esquivo bajase a sus ojos y les entregase su hermosura audaz y su resplandor eterno.

Grandes beneficios esperamos de estos inventos magníficos de la Ciencia moderna, especialmente para ciertas ramas educativas como la geografía, la botánica y la zoología.

Todos los grados de la enseñanza, repito, desde la infeliz escuela primaria hasta las universidades de los países pobres, pueden alcanzar la eficacia y la realización de sus finalidades con tal que llegue un día a ellas una ancha dotación de estos auxiliares magistrales: Radio, Cine y Televisión.


Julio-agosto de 1956.


En: "Magisterio y niño". Ed. de Roque Esteban Scarpa. Santiago de Chile: Editorial Andrés bello, 1979.

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