VEINTE MIL LEGUAS DE VIAJE SUBMARINO

PRIMERA PARTE

CAPÍTULO I

CARTA DE PRESENTACIÓN DE LA "BESTIA"

El año 1866 fue muy importante para la gente de mar. Un fenómeno inexplicable agitaba las poblaciones de los puertos y sobreexcitaba los ánimos entre los negociantes, armadores, capitanes de buques, skippers, de Europa y América, tanto como entre los oficiales de la marina de guerra de ambos lados del Atlántico.

Hacía algún tiempo que varios buques se habían encontrado en el mar con una cosa enorme, un objeto fusiforme a veces fosforescente, mucho más grande y veloz que una ballena.

Los hechos consignados en los libros de a bordo, coincidían con bastante exactitud sobre la forma del objeto o animal en cuestión, su velocidad y la fuerza de que parecía dotado. Si era un cetáceo superaba en volumen a todos los que la ciencia había clasificado hasta entonces.

Podía asegurarse que aquel ser fenomenal sobrepasaba todas las dimensiones conocidas, y era algo real. No podía negarse el hecho. El 20 de julio de 1866, el vapor "Governor Higgison" de la Compañía de navegación a vapor de Calcuta y Burnach, había encontrado aquella masa movediza a cinco millas al Este de las costas de Australia. El capitán Baker creyó que era un escollo desconocido, y ya se disponía a determinar su posición exacta, cuando dos columnas de agua, proyectadas por el inexplicable objeto se elevaron silbando a cincuenta metros de altura. El "Governor Higgison" tenía que habérselas con algún mamífero acuático, hasta entonces desconocido, que despedía por sus espiráculos columnas de agua mezcladas con aire y vapor.

Observóse también semejante hecho el 23 de julio del mismo año en los mares del Pacífico, por el "Cristóbal Colón" de la Compañía de navegación a vapor de la india Occidental y del Pacífico. Aquel cetáceo extraño podía moverse de un paraje a otro con sorprendente velocidad, puesto que con tres días de diferencia el "Governor Higgison" y el "Cristóbal Colón" lo habían observado en dos puntos distanciados por más de mil millas marítimas, es decir; más de 1.850 kilómetros.

Quince días más tarde, y seis mil millas más allá, el "Helvetia" de la Compañía Nacional, y el "Shannon" del Royal Mail, navegando en el Atlántico, indicaron respectivamente el monstruo a los 42 grados 15' latitud Norte y 60 grados 25' de longitud Oeste del meridiano de Greenwich. En esta observación simultánea se creyó posible evaluar la longitud mínima del mamífero en más de ciento veinte metros. Las ballenas mayores, las gigantes azules del océano antártico, jamás han excedido la longitud de cincuenta y seis metros.

Nuevas observaciones hechas a bordo del trasatlántico "Pereire"; un casi choque entre el "Etna" de la línea Inman y el monstruo; un acta suscrita por los oficiales de la fragata francesa "Normandie"; un informe del comodoro Fitz James, a bordo del "Lord Clyde", excitaron profundamente a la opinión pública.
En los países de buen humor el fenómeno se tomó a broma; pero las naciones graves y prácticas, como Inglaterra, los Estados Unidos y Alemania, se preocuparon seriamente.

En los grandes centros el monstruo se puso de moda. Le cantaron en los cafés, le bromearon los periódicos, le presentaron en los teatros. Aparecieron en los periódicos todos los seres imaginarios y gigantescos, desde la ballena blanca, Moby Dick, hasta el Kraken desmesurado, cuyos tentáculos pueden arrastrar un buque de quinientas toneladas a los abismos del mar. Se reprodujeron las actas de los antiguos tiempos, las opiniones de Aristóteles y de Plinio, que admitían la existencia de estos monstruos, las narraciones noruegas del obispo Pontoppidan, las relaciones de Pablo Heggede y, por fin, los informes de Harrigton, quien asegura haber visto a bordo del "Castellano", en 1857, a una enorme serpiente marina.

Estalló entonces la interminable polémica de los crédulos y de los incrédulos en las sociedades eruditas y los periódicos científicos, hasta que un periódico satírico bautizó al "monstruo" con el nombre de "Hipólito", y la discusión perdió su seriedad.

En los primeros meses de 1867, el "Moravian", de la Montreal Ocean Company, hallándose durante la noche a la altura de la costa mexicana del Pacífico tropezó con una peña no indicada por los mapas en aquellos parajes. Bajo el esfuerzo combinado del viento y de sus cuatrocientos caballos de vapor navegaba a la velocidad de trece nudos. Es indudable que, sin las superiores condiciones de su casco, el "Moravian", abierto por el choque, se hubiera ido a pique con los doscientos treinta y siete pasajeros que traía de Canadá.

Había ocurrido el accidente hacia las cinco de la mañana, cuando apuntaba el día. Los oficiales de guardia se precipitaron a la popa, y examinaron el océano con la atención más escrupulosa. Nada vieron, sino un remolino que rompía las aguas, a unos tres cables (555 metros). Se tomó con exactitud la posición y el "Moravian" continuó su rumbo. Examinando el buque en los diques de carenaje, se vio que la quilla había sido destrozada.

Este hecho, sumamente grave en sí mismo, hubiera sido quizás olvidado, pero tres semanas después ocurrió otra vez en condiciones idénticas.
El 13 de abril de 1867 el buque correo y de pasajeros "Scotia", hallábase a los 15 grados 12' de longitud y 45 grados 57' de latitud, navegando con brisa manejable y a una velocidad de trece nudos y medio (25 kilómetros por hora).
A las cuatro y diecisiete minutos de la tarde, mientras los pasajeros se hallaban reunidos en el gran salón, sobrevino un choque, aunque poco sensible, en el casco del "Scotia", por su aleta de popa, y un poco atrás de la rueda de babor.

El choque no había sido dado, sino recibido por el "Scotia", y el causante había sido un objeto perforante. Tan ligero había parecido el golpe que nadie se hubiera preocupado de él a bordo sin el grito de los fogoneros que subieron al puente exclamando:
—¡A pique! ¡Nos vamos a pique!
Cundió la alarma entre los pasajeros, pero los tranquilizó el capitán Anderson, informándoles que no existía peligro inminente. El "Scotia", dividido en siete compartimientos por medio de tabiques herméticos, podía resistir sin problemas una vía de agua.

Bajó el capitán Anderson inmediatamente a la bodega y reconoció que el quinto compartimiento había sido invadido por el mar; con tal rapidez, que no podía menos que suponerse la existencia de una considerable vía. Después se comprobó la existencia de un orificio de dos metros de ancho en los fondos del buque. Semejante vía de agua no podía cegarse, y el "Scotia", con las ruedas casi sumergidas, tuvo que continuar así su viaje. Después de un retraso de tres días que inquietó vivamente a la población de Liverpool, entró en las dársenas de la Compañía.

En el dique seco pudieron ver una avería extrema: a dos metros y medio bajo la línea de flotación había una abertura regular en forma de triángulo. La fractura de la chapa, de cuatro centímetros de espesor, era de perfecta limpieza, como hecha por un sacabocados.
Tan extraordinario fue este último suceso, que la opinión publica se excitó de nuevo. Desde este momento los siniestros marítimos sin causa conocida fueron imputados al monstruo, justa o injustamente, y el público exigió que los mares fuesen desembarazados a cualquier precio de tan formidable bestia.

Eso ocurrió mientras yo regresaba de una exploración científica por las tierras de Nebraska, en los Estados Unidos. En mi calidad de profesor suplente del Museo de Historia Natural de París, el gobierno francés me había agregado a esa expedición, con instrucciones de regresar a Nueva York, cuando aconteció el incidente del "Scotia".
A mi llegada a la gran ciudad, la cuestión ardía. La hipótesis del islote flotante estaba absolutamente abandonada. En efecto, a no tener el escollo una máquina en sus entrañas, ¿cómo podía moverse con tan prodigiosa velocidad?
Asimismo, quedó desechada la existencia de un casco flotante de algún enorme resto de naufragio, siempre por la inexplicable rapidez del movimiento.

Surgían dos soluciones posibles al misterio, cada una con sus partidarios; por un lado, los que estaban por un monstruo de fuerza colosal; por otro lado, los que suponían la existencia de una embarcación submarina con extraordinaria fuerza motriz.
Esta hipótesis no pudo resistir a las investigaciones que se hicieron. Era poco probable que un simple particular tuviera a su disposición semejante aparato mecánico. ¿Cuándo y dónde lo hubiera construido, y cómo mantener secreta la construción?
Después de todas las pesquisas hechas en Inglaterra, Francia, Rusia, Prusia, España, Italia, América y aun Turquía, quedó definitivamente desechada la hipótesis de un submarino gigante.
A las imaginaciones que se dejaron llevar, el monstruo las volvió a las absurdas tesis sobre una ictiología fantástica.

A mi llegada a Nueva York, me hicieron el honor de consultarme sobre el fenómeno. Había yo publicado en Francia una obra titulada "Los misterios de los grandes fondos submarinos".
Este libro, del gusto particular del mundo sabio, hacía de mí un especialista en este ramo bastante oscuro de la Historia Natural.
Me negué mientras pude, pero más tarde las presiones me forzaron y... "El Honorable Pedro Aronnax, profesor del Museo de París", fue emplazado por el "New York Herald" para formar una opinión cualquiera.

Tuve que ceder. Hablé, por no serme ya posible callar. Reproduzco aquí la conclusión del artículo que publiqué en el número del 30 de abril.
"Es necesario admitir la existencia de un animal marino de excesivo poder.
"Las grandes profundidades del océano son casi completamente desconocidas para nosotros. ¿Qué pasa en esos abismos lejanos? ¿Qué seres habitan y pueden habitar a nueve mil metros debajo de la superficie?
"Es preciso, necesariamente, buscar el animal entre los seres marinos ya clasificados. Yo estaría dispuesto a admitir la existencia de un narval gigante.
"El narval vulgar; o unicornio de mar, alcanza a veces la longitud de sesenta pies. Quintupliquen, multipliquen esta dimensión, den al cetáceo la fuerza proporcionada de su talla, acrecienten sus armas ofensivas, y obtendrán el animal deseado. Tendrá las proporciones determinadas por los oficiales del "Shannon", el instrumento exigido para las perforaciones del "Scotia", y la fuerza necesaria para abrir una brecha en el casco de un vapor.
"En efecto, el narval se halla armado con una especie de espada de marfil o alabarda, según la expresión de ciertos naturalistas. Es un diente muy agudo con la dureza del acero.
"Pues bien, supongan un arma diez veces mayor, y el animal diez veces más poderoso; láncenlo con una velocidad de cuarenta kilómetros por hora; multipliquen su masa por su velocidad, y obtendrán un choque capaz de producir la catástrofe ocurrida".

Mi artículo fue calurosamente debatido, lo cual le dio mucha publicidad, conquistando partidarios.
La opinión pública se interesó por la naturaleza del fenómeno, y la gente admitió a pie juntillas la existencia de un ser prodigioso que nada tenía de común con las fabulosas serpientes de mar.
Los Estados Unidos fueron los primeros en actuar haciéndose en Nueva York los preparativos para una expedición destinada a perseguir el narval. Una fragata de espolón, de gran marcha, el "Abraham Líncoln", se dispuso para aparejar lo más pronto posible. Los arsenales se pusieron a disposición del comandante Farragut, quien activó el armamento de su fragata.
Tres horas antes de que el "Abrahan Líncoln" abandonase el muelle de Brooklyn, recibí una carta redactada en estos términos.

"Al señor Aronnax
"Profesor del Museo de París
"Fifth Avenue Hotel
"Nueva York.
"Señor:
" Si quiere unirse a la expedición del "Abraham Líncoln", el gobierno de la Unión verá con placer que Francia esté representada por usted en esta empresa. El comandante Farragut tiene una cámara a su disposición.
"Muy cordialmente suyo
"J. B. Hobson"
"Secretario de la Mariana."

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