Jesuitas en México

Luego del descubrimiento de América , hecho por Cristóbal Colón el 12 de octubre de 1492,  se inicia el periodo de conquista de los nuevos territorios. Junto con las armas y soldados enviados con ese fin, al Nuevo Continente llegaron sacerdotes de diferentes congregaciones para cumplir, además, la misión evangelizadora de incorporar a los autóctonos a la religión católica, con el propósito de salvar sus almas.

Respecto al virreinato de Nueva España , el primer territorio a conquistar, este fue creado oficialmente el 8 de marzo de 1535. Su primer virrey fue Antonio de Mendoza y Pacheco ,  y la  capital del virreinato fue la Ciudad de México establecida sobre la antigua Tenochtitlan .

Llegada de los jesuitas a México (1572)

Tarea evangelizadora: salvar almas.

La primera evangelización de la Nueva España, iniciada por franciscanos (1524), dominicos (1526) y agustinos (1533), tiene durante los primeros cincuenta años una rapidísima expansión.

Hacia 1570, unos 150 centros misioneros de las tres órdenes se extendían por la mayor parte de la actual nación mexicana. Junto con la acción evangelizadora se intentan ahora otras conquistas espirituales, siendo la educación una prioritaria para los jesuitas.

Por eso, la llegada a México de los jesuitas en 1572 se produce en el momento más oportuno.  Aunque desde un principio sus tareas se dedicaron a la educación, sobre todo de la niñez, no descuidaron la labor apostólica en los lugares donde apenas se iniciaba y que no habían sido cubiertos por las otras órdenes religiosas. Así, llegaron con relativa rapidez a Guanajuato, San Luis Potosí y Coahuila , para después extenderse al norte llegando hasta Baja California, Sonora, Sinaloa, Chihuahua y Durango .

En general, los religiosos que llegaron al norte de la Nueva España tenían la idea de convertir a los pobladores al cristianismo, por ello fundaron colegios y ciudades en las villas que se establecían para estos fines.

Sacerdotes mártires: alto precio pagado.

Para lograr su propósito, acompañados de grupos armados, ofrecían a los indígenas protección de la Iglesia y de la Corona española a cambio de recibir educación cristiana. Aquellos que aceptaban se unían para construir una misión , la cual pronto se convertía en un refugio para los indígenas, además de centro de aprendizaje de técnicas europeas de agricultura y otros oficios.

Una vez establecida la misión, se daba origen al poblado y de esta forma los misioneros emprendían sus viajes a otras regiones con los mismos propósitos.

La congregación se componía de una iglesia y a su alrededor se construían casas de adobe para los frailes evangelizadores, soldados y familias nativas. También se edificaba una escuela, en donde se enseñaba la religión, a leer y a escribir en castellano. Contaban con terrenos de labranza, caminos, canales de riego, cría de ganado, cultivo de vegetales y actividad artesanal. En suma, establecían y desarrollaban una primitiva estructura económica.

Hacia 1645, la Compañía de Jesús tenía en México 401 jesuitas, que atendían dieciocho colegios, cada uno de ellos con más de seis sujetos, y numerosas parroquias o misiones.

Matar al intruso, consigna indígena.

Llegar a ese logro fue posible ya que a partir de 1591 los jesuitas establecieron en la periferia de México, al oeste y al norte sobre todo, en condiciones siempre durísimas, unas misiones que llegaron a ser famosas en la historia del Nuevo Mundo.

En esas zonas ocupadas por tribus primitivas, ajenas al imperio azteca y a la Corona española, los jesuitas realizaron una heroica acción misionera, casi siempre regada con la sangre del martirio , como ocurrió, por ejemplo, en las misiones de Sinaloa, Chínipas, Tepehuenes, Tarahumara, Pimería y California, aunque la Compañía tuvo bastantes más que éstas.

Misión de Sinaloa

La región de Sinaloa, al noroeste de México, era a fines del XVI tan selvática que apenas podía ser habitada fuera de las cuencas de los ríos del Fuerte, Sinaloa y Mocorito; ríos que periódicamente inundaban las poblaciones ribereñas.

Misión de Nío, en Sinaloa, fundada por los jesuitas en 1591.

Los indios, ajenos por completo al imperio azteca —aunque al parecer procedían del norte, como los mexicanos, y eran parientes de éstos— vivían casi desnudos y con largas cabelleras, hacían chozas elevadas sobre postes, no conocían artes ni religión, practicaban —los que podían— la poligamia, carecían casi de organización política y tenían innumerables idiomas, a veces varios en un mismo pueblo.

Por lo demás, como decía el historiador Pérez de Ribas, "las alegrías de estas naciones era matar gente".

Armados de arcos, macanas y chuzos, hacían danzas en torno a la cabeza o cabellera del enemigo muerto, y, particularmente en la zona serrana, la antropofagia era costumbre generalizada.

Francisco de Ibarra, gobernador de Nueva Vizcaya, partiendo de Durango, atravesó hacia 1563 la Sierra Madre, recorrió la zona y, viéndola poblada y con buenos ríos, trató de arraigar allí algunos caseríos españoles, pero pronto fueron desbaratados por los indios zuaques . Años después, en 1590, el gobernador Rodrigo del Río y Loza pidió a la Compañía de Jesús misioneros que penetraran en aquella región imposible...

Misión de Chínipas

La región de Chínipas, colindante con Sinaloa y Sonora, ocupa el suroeste del actual estado de Chihuahua. En 1610, el capitán Hurdaide, atravesando belicosos pueblos indios, logró penetrar con un pequeño destacamento en aquella zona, en la que estableció el Fuerte de Montesclaros.

Una misión jesuita en Chínipas.

El fuerte, aunque precario y construido en adobes, impresionó a los chínipas con sus cuatro torreones, uno en cada esquina del edificio. Al poco tiempo, los mismos indígenas le pidieron al capitán del fuerte la presencia de algún padre misionero, para hacer entre ellos lo que ya sabían que se había hecho en otras regiones.

Así llegó en visita el padre Villalta , y le recibieron adornando los caminos y organizando danzas muy festivas. El misionero les predicó, bautizó algunos niños, y les pidió que abandonaran sus crueles hábitos guerreros y supersticiosos, porque Dios abominaba de aquellas costumbres.

Pronto los caciques organizaron la recogida de calaveras de enemigos vencidos, amuletos, idolillos y otros instrumentos de hechicerías y supersticiones, y se los llevaron al padre en 48 chiquihuites o cestos, para que se quemara todo, como así se hizo.

El padre Castani , sucesor de Villalta, continuó la obra misionera. Uno de los primeros y principales frutos de la misión fue que se pusieron en paz los chínipas con sus vecinos guazaparis y temoris , abriéndose incluso caminos entre estos grupos antes enemigos.

Misión de Tepehuanes

Algunos eran bien acogidos.

Los indios tepehuanes , extendidos por el noreste del actual estado de Durango , eran fuertes guerreros, muy temidos por sus vecinos del oeste, los acaxees , y por los del norte, los tarahumara , hasta el punto de que cuando aquéllos hacían incursiones les entregaban las doncellas que querían sin ofrecerles resistencia.

De mediana estatura, membrudos y alegres, fueron más tarde, cuando entraron los españoles con sus caballos, estupendos jinetes, diestros en el uso de la lanza. Casi todos eran labradores, cultivadores sobre todo del maíz, su alimento básico, y vivían en casas de madera o de piedra y barro.

El jesuita sevillano Jerónimo Ramírez , que fue a México en 1584, aprendió la lengua mexicana y el tarasco, y después de algunos años de misión en varias regiones entró sólo y sin escolta al campo de  los tepehuanes, cuya lengua también aprendió.

Fue bien acogido, especialmente por un cacique de la Sauceda, que le ayudó mucho. Consiguió la fundación de Santiago Papasquiaro , donde se juntaron indios, mestizos y españoles, y en 1597 fundó Santa Catalina .

Misión de Tarahumara

Al sudeste de Chihuahua se halla la región de los indios tarahumares o rarámuri, palabra que significa «el de los pies ligeros». La Tarahumara, concretando un poco más, se extiende en torno a los cursos iniciales de los ríos Papigochic y Conchos.

Misión jesuita en la región de los tarahumaras.

Aún hoy día son los tarahumares uno de los grupos indígenas de México más característicos. A comienzos del XVII estos indios morenos y fuertes vestían taparrabos, faja de colores y ancha cinta en la cabeza para sujetar los largos cabellos, y eran -como todavía lo son hoy- extraordinarios andarines y corredores.

Buenos cazadores y pescadores, diestros con el arco y las flechas, eran también habilísimos en el uso de la honda. Sus flechas venenosas inspiraban gran temor a los pueblos vecinos.

Estos indios eran industriosos, criaban aves de corral, tenían rebaños de ovejas, y las mujeres eran buenas tejedoras.

Acostumbraban vivir en cuevas, o en chozas que extendían a lo largo de los ríos, y se mostraron muy reacios a reunirse en pueblos. A diferencia de los tepehuanes del sur, los tarahumares no daban culto a ídolos, pero adoraban el sol y las estrellas, practicaban la magia, eran sumamente supersticiosos, y celebraban sus fiestas con espantosas borracheras colectivas.

El libro de Peter Masten Dunne, Las antiguas misiones de la Tarahumara , muestra claramente que la evangelización de los tarahumares fue quizá la más heroica de cuantas los jesuitas realizaron en México.

Durante 150 años de permanencia los jesuitas lograron establecer casi doscientos pueblos, que fueron la base del desarrollo de una buena parte de Chihuahua , especialmente la Tarahumara.

Misión de Pimería

El padre Kino.

Al noroeste de México, la Alta Pimería comprende el norte de Sonora y el Sur de Arizona , y es tierra fértil y de clima templado. Los indios pobladores, de la raza ootam , eran 30.000, y se distribuían entre papabotas, sobas, tepocas y pimas altos , todos los cuales, hacia el 1700, vivían todavía completamente al margen de México.

El padre Eusebio Kino (1645-1711)

El evangelizador primero y principal de la Pimería fue el padre Eusebio Kino , nacido en Segno, en 1645, de familia noble trentina. Él mismo castellanizó, o pimerizó, su apellido familiar, Chini —que se pronuncia Quini—, dejándolo en Kino.

Hemos conocido su vida por su escrito Favores celestiales ( Aventuras y desventuras del padre Kino en la Pimería ), en el que narra su vida misionera, y por la obra de Alfonso Trueba, El padre Kino, misionero itinerante y ecuestre .

Baja California

En 1679, la Corona española había dado órdenes, una vez más, para que se poblara California , encomendando la evangelización de ésta a la Compañía de Jesús.

A comienzos de 1681, con 36 años de edad, llegó el padre Kino a México. Nombrado cosmógrafo de la expedición conducida por el almirante Atondo, en 1683, embarcó el padre Kino en Sinaloa, con cien hombres más, y entre ellos los padres Juan Bautista Copart y Pedro Matías Goñi . Fondearon en La Paz , al sur de la península, y más tarde en otra ensenada que llamaron San Bruno.

Misión de San Juan Bautista Londó, fundada en 1699 por los jesuitas Juan María de Salvatierra y Francisco María Píccolo.

En el año y medio que duraron allí, los padres aprendieron dos lenguas, y se dedicaron a enseñar la doctrina y las oraciones a los indios. Pero, contra la voluntad de los misioneros, se tomó la decisión de abandonar la península, pues ni conseguían allí modo de procurarse alimentos, ni había desde México una vía regular para hacerles llegar bastimentos.

Vuelto Kino a la capital, se propuso establecer misiones en Sonora, desde las cuales apoyar la conquista espiritual de la península de California.

Conseguidas las licencias, antes de partir, hizo gestiones a fines de 1686 para que durante cinco años los indios convertidos a la fe estuvieran exentos del trabajo en minas o haciendas de españoles. Ignoraba que las Leyes de Indias tenían concedida ya esta exención por diez años, y que el rey Carlos II (1665-1700) acababa de prorrogarla por veinte.

Misión de California

Durante casi dos siglos, hasta fines del XVII, la isla o península de California se mantuvo ajena a México, apenas conocida, y desde luego inconquistable. Hernán Cortés fue el descubridor de California, así llamada por primera vez en 1552 por el historiador Francisco López de Gómara, capellán de Cortés.

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Misión jesuita San Francisco Javier en Baja California.

Dos expediciones organizadas por Cortés, otra conducida por él mismo en 1535, y una cuarta en la que confió el mando a Francisco de Ulloa , sirvieron para descubrir California, pero se mostraron incapaces de poblarla.

Aquella era tierra inhabitable ( calida fornax , horno ardiente), áspera y estéril, en la que no podían mantenerse los pobladores, que a los meses se veían obligados a regresar a México. El Virrey Mendoza intentó de nuevo su conquista, y después lo hicieron Pedro de Alvarado y Juan Rodríguez Cabrillo.

Felipe II, ante el peligro que corría California a causa del pirata Drake, mandó poblar aquella región. Sebastián Vizcaíno fundó entonces el puerto de La Paz, pero en 1596 hubo que desistir de la empresa una vez más.

Felipe III da la misma orden, Vizcaíno funda Monterrey, y regresa con las manos vacías en 1603. Años después, en 1615, se da licencia al capitán Juan Iturbi, sin resultados. Ortega, Carboneli y otros fracasaron igualmente en los años siguientes. El impulso que parecía decisivo para poblar California fue conducido, con grandes medios, por el almirante Pedro Porter de Casanate en 1648, pero también sin éxito.

Pedro Porter de Casanate.

Carlos II, en fin, ordena un nuevo intento, y en 1683 parten dos naves conducidas por al almirante Atondo, y en ellas van el padre Kino y dos jesuitas más. Pero tras año y medio de trabajos y misiones, se ven obligados todos a abandonar California.

Fue entonces cuando una junta muy competente reunida en México por el Virrey, después de veinte expediciones marítimas realizadas en casi dos siglos, declaró que California era inconquistable .

California

El padre Baegert, que sirvió diecisiete años en la misión de San Luis Gonzaga, dice que California «es una extensa roca que emerge del agua, cubierta de inmensos zarzales, y donde no hay praderas, ni montes, ni sombras, ni ríos, ni lluvias» (+Trueba, Ensanchadores 16).

En realidad existían en la península de California algunas regiones en las que había tierra cultivable, pero con frecuencia sin agua, y donde había agua, faltaba tierra... Por eso hasta fines del XVII la exploración de California se hacía normalmente en barco, costeando el litoral. Las travesías por tierra a pie o a caballo, con aquel calor ardiente, sin sombras y con grave escasez de agua, resultaban apenas soportables.

Los californios

Los indios californios eran nómadas, dormían sobre el suelo, y casi nunca tres noches en el mismo lugar. Andaban desnudos, las mujeres con una especie de cinturón, y no tenían construcciones. Su alimentación era un prodigio de supervivencia: comían raíces, semillitas que juntaban, algo de pescado o de carne -grillos, orugas, murciélagos, serpientes, ratones, lagartijas, etcétera-, e incluso ciertas materias, como maderas tiernas o cuero curtido.

El padre Baegert cuenta que una vez vio cómo un anciano indio ciego despedazaba entre dos piedras un zapato viejo, y comía laboriosamente luego los trozos duros y rasposos del cuero. Echaban al fuego la carne o pescado que conseguían, sacándolo luego y comiéndolo "sin despellejar el ratón ni destripar la rata ni lavar los intestinos del ganado".

Más aún, cuenta que en la época de las pitayas (o pitahayas) , que contienen gran cantidad de pequeñas semillas que el hombre evacua intactas, los indios juntaban los excrementos, recogían de ellos las semillas, las tostaban y molían, y se las comían. Los españoles llamaban esta operación segunda cosecha o de repaso .

Los californios tenían tantas mujeres como podían, en ocasión tomadas de entre sus propias hijas. No tenían organización política o religiosa, y según fueran guaicuras, pericúes, cochimíes u otros, hablaban diversos idiomas.

Eran unos cuarenta mil indios en toda la península, normalmente sucios, torpes y holgazanes.

Siendo así la tierra y siendo así los indios, nada justificaba los gastos y esfuerzos enormes que serían necesarios para poblar y civilizar California, empresa que, por lo demás, se mostraba imposible. Aquella tierra presentaba un rostro tan duro y miserable que solamente los misioneros cristianos podían buscarla y amarla, pues ellos no buscaban sino la gloria de Dios y el bien temporal y eterno de los indios.

En efecto, los jesuitas, en 1697, entraron allí para servir a Cristo en sus hermanos más pequeños: «Lo que hicisteis con alguno de estos mis más pequeños hermanos, conmigo lo hicisteis» (Mt 25,40). Y cuando fueron expulsados en 1767, tenían ya doce mil indios reunidos en dieciocho centros misionales.

Planta pitaya con su fruto.
Expulsión de los jesuitas

Por esos años, después de tantos trabajos y sufrimientos, después de tanta sangre martirial, las misiones de la Compañía, también en las regiones más duras, como California o la Tarahumara, vivían una paz floreciente. Sin embargo, "el tiempo se estaba acabando para los jesuitas españoles en América, así como se había terminado para sus hermanos portugueses y franceses. Expulsados de Brasil en 1759 y de las posesiones francesas en América en 1762, los jesuitas de las colonias españolas eran objeto de muchas críticas y de acre enemistad en contra de ellos" (Dunne 321).

Como había sucedido en otras cortes borbónicas, también en la de España los favoritos de la corte y los ministros, con las intrigas del primer ministro conde de Aranda , determinaron que el rey Carlos III expulsara a los jesuitas en 1767 de todos los territorios hispanos.

El 24 de junio de 1767 el virrey de México, ante altos funcionarios civiles y eclesiásticos, abrió un sobre sellado, en el que las instrucciones eran terminantes: "Si después de que se embarquen (en Veracruz) se encontrare en ese distrito un solo jesuita, aun enfermo o moribundo, sufriréis la pena de muerte. Yo el Rey".

Cursados los mensajes oportunos a todas las misiones, fueron acudiendo los misioneros en el curso de los meses. Los jesuitas, por ejemplo, que venían de la lejana Tarahumara se cruzaron, a mediados de agosto, con los franciscanos que iban a sustituirles allí —como también se ocuparon de las misiones abandonadas en California y en otros lugares—, y les informaron de todo cuanto pudiera interesarles.

Llegados a la Ciudad de México, obtuvieron autorización para visitar antes de su partida el santuario de Nuestra Señora de Guadalupe . La gente se apretujaba a saludarles en la posada en que estaban concentrados.

El jesuita polaco Sterkianowsky escribía: "Parecía increíble el entusiasmo con que venían a visitarnos desde México. Si tratara de exagerar, no llegaría a hacerlo". Poco antes de Navidad, cuenta Dunne, unidos a otros jesuitas que venían de Argentina y del Perú, "partieron enfermos y tristes, abandonando para siempre el Nuevo Mundo. Salieron de América para vivir y morir en el destierro, lejos de sus misiones queridas y de sus hijos e hijas, sus neófitos".

La expulsión de la Compañía de Jesús, decretada por el rey Carlos III, fue un hecho injusto para unos hombres que no ambicionaban más que mejorar las condiciones de los indios, hombres que merecían gratitud fueron expulsados como si fueran delincuentes.

Fue, precisamente, la defensa que hacían de los indios unos de los motivos que originaron su expulsión, ya que impedían que los mineros y hacendados utilizaran a los indios como mano de obra barata.

Muchos colonos y funcionarios consideraban que las misiones jesuitas eran un impedimento para el desarrollo económico y por lo tanto debían ser retirados. Esta situación ocasionó un enfrentamiento permanente entre los jesuitas y muchos funcionarios, mineros y hacendados de las regiones donde trabajaban.

El proyecto evangelizador de los jesuitas promovía una sociedad indígena independiente de la novohispana, que no permitía que a los indios se les sometiera por la fuerza.

Misioneros ensanchadores de México

Se ha recordado aquí la inmensa labor misionera realizada en México por la Compañía de Jesús con los indios tepehuanes, los de Sinaloa y Chínipas, los de Tarahumara, Pimería y California; pero los jesuitas llevaron adelante, en condiciones de similar dureza, otras muchas misiones entre laguneros, acaxees y xiximíes, yaquis, mayas y yumas, los indios del Nayarit y tantos otros.
Esto permite afirmar que todas esas regiones son actualmente México gracias a los misioneros jesuitas, que ensancharon la patria mexicana con su grandioso esfuerzo evangelizador.

Y de franciscanos, dominicos, agustinos y otros religiosos hay que decir lo mismo: los misioneros fueron los principales creadores del México actual.


Nota:

La mayor parte del texto anterior ha sido tomado de la página Internet

http://hispanidad.tripod.com/hechos16.htm

que publica “Hechos de los Apóstoles en América”, por José María Iraburu, con el subtítulo “Jesuitas ensanchadores de México”.

Fuentes Internet:

http://hispanidad.tripod.com/hechos16.htm

http://www.andalucia.cc/sierpe/mexico/mexcapitulodos.htm

http://www.turimexico.com/descubre/misionesjesuitas.php

Ver, además:

Los Jesuitas y la Independencia de México

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