Clodoveo

Rey de los francos, perteneciente a la dinastía merovingia, nacido en Tournay en el 466.A fines del siglo V, se realiza la unificación de las tribus que formaban la confederación de pueblos francos. Uno de sus jefes, Clodoveo, de la tribu de los salios, extendió sus dominios ocupando territorios del reino de Siagrio y del reino visigodo de Alarico.

Derrotó a Siagrio, último representante del poder romano (486) y de los visigodos (507), y creó el reino de los francos, con capital en Lutecia, a las orillas del Sena ( actualmente París ).

Fragmento de tapiz francés con imagen de Clodoveo

Por ello, se le atribuye la primera unificación de los pueblos y territorios comprendidos en lo que vino a ser la Francia moderna.

Bajo su reinado se produjo uno de los principales acontecimientos del medievo: la aceptación del cristianismo por las tribus francas.

En torno a 498 Clodoveo se convirtió al cristianismo, influido por su esposa Clotilde y por la acción de San Remigio, obispo de Reims. Sometió a su propio pueblo al mando unificado y al catolicismo.

Su conversión al catolicismo le proporcionó el valioso apoyo de los obispos.

Muere en el 511, en Lutecia, el territorio de lo que hoy es Paris.

Creación del Reino Franco

La Galia antes de la expansión y conquista franca

Clodoveo fundó el reino de los francos gracias a sus victorias frente a los romanos en Soissons (486), sobre los alemanes en Tolbiac (496) y sobre los visigodos en Vouillé (507). A su muerte, siguiendo la costumbre germana, dividió sus territorios entre sus herederos y familiares.

Durante el siglo VIII, la dinastía carolingia sucede a la merovingia, desde que el hijo de Pipino de Heristal, Carlos Martel, salva al reino franco de la invasión musulmana (Poitiers 732). Su hijo, Pipino, El Breve, depone al último rey merovingio, Childerico III, y ocupa el trono en el año 751, inaugurando una política de armonía con los obíspos y el papado (amenazado por los lombardos).

El más importante de los reyes herederos de Pipino, el Breve, su primogénito Carlomagno (771-814), a quien el papa León III consagra emperador de los reinos de occidente en el año 800, prosiguió con esa política. Carlomagno transfiere la capital a Aquisgrán y combina con acierto sus intereses de conquistador y los de cristiandad: luchas victoriosas contra los sarracenos en la Península Ibérica, contra los lombardos en Italia, contra los bávaros y los eslavos en el este, y contra los sajones a quienes convierte en el norte. Este gran emperador permitió la propagación de la cultura romano-cristiana: no fue ni germánico ni "francés" , sino europeo. Su obra de unificación escasamente le sobrevivió.

En el año 843 sus nietos se repartieron el imperio mediante el tratado de Verdún (Francia occidental para Carlos, El Calvo; Francia central para Lotario I, y Francia oriental para Luis, El Germánico).

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