Augusto y el gobierno imperial

Octavio dejó subsistir las instituciones republicanas, pero de hecho estableció su gobierno personal. Se hizo conferir de por vida tres poderes fundamentales: el poder tribunicio, esto es, el poder sacrosanto del tribuno de la plebe, sin colega y sobre todo el territorio del imperio (poder civil); el poder proconsular, esto es, el mando del ejército y la autoridad absoluta sobre todas las provincias ocupadas por tropas (poder militar), y el poder de Pontífice Máximo (poder religioso).

Además, se reservó el derecho de proponer los candidatos a las magistraturas que eran elegidos por la Asamblea Popular y era el princeps, el pr íncipe o primero, en el Senado con el derecho de emitir primero su voto. El gobierno era un principado, el gobierno del Estado por el príncipe, el primero de los ciudadanos.

El Senado honró a Octavio con el nombre de Augusto, el "sublime". A este nombre antepuso el nombre de su padre adoptivo César y el título de "emperador", que tradicionalmente había sido conferido al general victorioso. Octavio ingresó a la historia con el nombre de emperador César Augusto que conservarían sus sucesores.

Augusto no abusó de su inmenso poder, sino que lo ejerció en beneficio de Roma y del imperio. Estableció una administración eficiente y honesta. Dividió el imperio en provincias senatoriales e imperiales. Las primeras eran las provincias pacificadas que dependían del Senado. Sus entradas ingresaban al erario, administrado por el Senado. Augusto se reservó la administración de las provincias imperiales que eran las provincias fronterizas que requerían de guarniciones militares. Sus entradas ingresaban al fisco, a cargo del emperador. En el imperio de Augusto, los romanos siguieron ocupando una posición privilegiada, ya que sólo ellos ascendían a los cargos administrativos.

Sin embargo, Augusto se opuso a la explotación de las provincias y contribuyó a su desarrollo material y cultural. Hizo construir caminos, canales de riego y acueductos. Hizo confeccionar un mapa del imperio y un censo de toda la población. "Mandó a empadronar a todo el mundo", según refiere uno de los Evangelios (Lucas).

En su política exterior, Augusto se abstuvo de grandes conquistas y concentró sus esfuerzos en mejorar la defensa del imperio. Los tres ríos, Rin, Danubio y Eufrates, debían constituir la frontera entre el civilizado mundo grecorromano y los pueblos bárbaros. Tres veces durante el gobierno de Augusto se cerró el templo de Jano, hecho que ocurría únicamente cuando regía plena paz en todo el imperio. El emperador proclamó la "paz de Augusto", bajo cuyo amparo debían desarrollarse las energías materiales y los valores espirituales.

El Siglo de Augusto

Al igual que Pericles en Atenas, dio Augusto en Roma su nombre a una época. El Siglo de Augusto constituyó el siglo de oro en las letras y artes romanas. Mecenas, amigo íntimo de Augusto, concedió su protección a los poetas. Virgilio compuso la Eneida, el mayor documento de la grandeza nacional romana. Horacio puso sus Odas al servicio de la regeneración moral. Livio relató la historia de Roma desde la fundación de la ciudad hasta los días de Augusto.

El emperador convirtió a Roma, la capital del mundo, de una "ciudad de ladrillos" en "ciudad de mármol".

Al morir Augusto en 14 d.C. a los 7 6 años de edad, los senadores le concedieron su más alto honor: "Sobre sus propios hombros condujeron su cuerpo a la pira" para su incineración. La urna funeraria fue depositada en el mausoleo que él mismo se había hecho construir en Roma. Los hechos más importantes de su gobierno fueron grabados en grandes planchas de hierro colocadas en el Mausoleo.

El legado de Roma

En los dos siglos que siguieron a la muerte de Augusto el imperio alcanzó su mayor extensión y realizó una intensa labor civilizadora. La cultura romana ya no quedó limitada a Roma e Italia, sino que se extendió hasta las más lejanas provincias fronterizas, dejando huellas imborrables.

Quizás el aporte más importante de Roma a la cultura fue el derecho romano. Durante largo tiempo el derecho romano estuvo limitado a la sola ciudad de Roma y a sus ciudadanos. Posteriormente se extendió sobre todo el imperio hasta que, finalmente, fue codificado por el emperador Justiniano en el siglo vi d.C. El Código de Justiniano compiló las normas consuetudinarias, los edictos de los pretores, las disposiciones del Senado, de la Asamblea Popular y de los Emperadores y las opiniones de los jurisconsultos romanos.

Los principios fundamentales del Derecho Romano poseen valor universal y se han incorporado a la legislación de todos los pueblos civilizados. Entre estos principios pueden destacarse los siguientes: 1. Las leyes deben ser públicas y escritas; 2. La ley debe proteger a la persona y sus bienes; 3. Las leyes deben considerar los derechos de las mujeres; 4. Una persona acusada debe ser considerada inocente mientras no sea probada su culpa; 5. Personas de distinta posición económica y social pueden contraer legítimo matrimonio; 6. Todos los hombres son iguales ante la ley. (Ver Leyes romanas ).

Tan impresionante y monumental como el derecho romano fueron las obras de ingeniería y arquitectura. Las construcciones romanas se caracterizaron ante todo por su utilidad. Los romanos construyeron caminos, acueductos, termas y basílicas. Para los fines de diversión levantaron teatros, anfiteatros y circos como el monumental Coliseo de Roma. En honor a sus muertos, héroes y dioses construyeron, tumbas, monumentos y templos. Elementos particularmente característicos de la arquitectura romana fueron el arco, la bóveda y la cúpula. Por lo demás, emplearon muchos elementos de la arquitectura griega. El Panteón en Roma, "templo de todos los dioses", contiene la mayor parte de los rasgos característicos de la arquitectura romana. (Ver Monumentos romanos )

El idioma romano, el latín, se impuso en gran parte del imperio, se convirtió en lengua oficial de la Iglesia católica, se mantuvo como lenguaje de la ciencia hasta el siglo XVIII y llegó a ser la base de las lenguas romances: castellano, portugués, francés, italiano y rumano, y aun las lenguas germánicas asimilaron numerosos términos latinos.

A los romanos se deben importantes aportes al desarrollo de la medicina y del servicio de salud. Galeno (130-200 d.C.) fue uno de los médicos más importantes la Antigüedad, autor de una enciclopedia del conocimiento médico. Los romanos organizaron un verdadero servicio médico. Médicos del gobierno atendían gratuitamente a los pobres. Establecieron gran número de hospitales y perfeccionaron los métodos de sanidad pública.

Los romanos sintieron profunda admiración por la cultura griega y asimilaron muchos elementos de ella. De su fusión nació la cultura greco-latina que, como cultura clásica, constituye la base de todo el desarrollo cultural de Occidente.

(Ver más sobre El legado romano )

La crisis del Imperio

En el curso del tercer siglo después de Cristo el imperio mostró crecientes signos de decadencia y crisis.

Hubo inflación, carestía y cesantía. Disminuyó la población. Se estancó el desarrollo social y las clases se convirtieron en rígidas castas. Las instituciones políticas se tornaron ineficientes. Se produjo una grave corrupción moral. El ejército se convirtió en factor decisivo, imponía y destituía a los emperadores. Pero al mismo tiempo decayó el poder militar y las legiones ya no fueron capaces de defender las fronteras. El imperio empezó a ser invadido por bárbaros que se establecieron como aliados y colonos en las provincias fronterizas.

Hacia el 300 el emperador Diocleciano (284-305) llevó a efecto una reforma general del imperio y logró devolverle parte de su antiguo esplendor y poder. Tomó medidas radicales para estabilizar las condiciones económicas y políticas. Concentró en sus manos todo el poder administrativo, legislativo, judicial y militar y se hizo adorar en todo el imperio como dios. Suprimió los últimos restos de la autoadministración y creó un gigantesco aparato burocrático con cargos administrativos que se heredaban de padre a hijo.

Dividió el imperio en dos partes de las cuales cada una quedó a cargo de un emperador. Diocleciano, a la vez de mantener el poder supremo sobre el imperio entero, se reservó la administración de Oriente, mientras que un segundo emperador, con sede en Milán, administraba las provincias de Occidente. Cada emperador era auxiliado por un César que debía ser su sucesor. Esta tetrarquía significaba una cierta descentralización que permitía a cada tetrarca acudir con rapidez a la solución de los problemas regionales y organizar la defensa de las fronteras amenazadas. Por medio de un edicto de precios Diocleciano fijó los sueldos y precios y estableció un control completo sobre la economía.

El emperador Constantino (306-337) continuó la obra de su antecesor. En atención al hecho de que en los decenios anteriores las provincias orientales habían llegado a ser más importantes que las occidentales. Constantino trasladó la capital del imperio de Roma a Bizancio a la cual dio el nombre de Constantinopla (328 d. C.).

En el curso del siglo IV aumentaron las diferencias entre las dos partes del imperio. El emperador Teodosio llegó a la conclusión de que ya no era posible mantener la unidad y, por consiguiente, repartió el imperio entre sus dos hijos. La división sería definitiva. Así terminó la historia del gran imperio romano, la más grandiosa creación política de la Antigüedad que había reunido dentro de sus fronteras a todas las naciones y civilizaciones antiguas.

El Imperio de Occidente dejaría de existir en el año 476 d.C. cayendo bajo el dominio de los germanos. El Imperio bizantino de Oriente viviría aún  mil años más hasta que finalmente en el año 1453, Constantinopla sería conquistada por los turcos musulmanes. (Ver La caída del Imperio Romano )

El Cristianismo

La situación  religiosa en el Imperio Romano

La decadencia política, social y económica del imperio estuvo acompañada por el relajamiento moral y la desintegración religiosa. Algunos romanos volvieron a adorar con renovado fervor a sus antiguos dioses: Júpiter, Marte y Minerva. Otros buscaron consuelo en la filosofía griega, ante todo, en el estoicismo que enseñaba que el hombre debía conformarse con su destino por injusto e incomprensible que pareciese. Muchos se entregaron a los misteriosos cultos orientales: el culto de la diosa egipcia Isis y la adoración del dios persa Mitras cuyo símbolo era el toro. Estos cultos prometían la resurrección y una vida de eterna felicidad. En todo el imperio se impuso como culto oficial la adoración del emperador divinizado. Pero ninguno de estos sistemas y ritos pudo dar una respuesta a la angustiosa pregunta por el sentido de la existencia y el fin último de la vida humana.

Jesucristo y el cristianismo

Jesús nació durante el gobierno de Augusto en el pequeño pueblo de Belén en Judea. Algunos decenios antes, Pompeyo había hecho tributario a Judea. Luego los romanos impusieron al rey Herodes ( 40 a.C.-4 d.C.) quien dejó triste fama como tirano. Finalmente judea fue hecha provincia (6 d. C.), siendo administrada por gobernadores romanos.

A los treinta años de edad Jesús abandonó su hogar y empezó a predicar la Buena Nueva del Reino de Dios, de la salvación eterna y del amor al prójimo. Acompañado por doce fieles discípulos, los apóstoles, recorrió durante tres años los campos y pueblos de Palestina,

Durante largos siglos los profetas habían anunciado que algún día Dios enviaría a un Mesías (en griego: Cristo) para crear un nuevo reino de Israel. Muchos judíos creyeron que Jesús era, efectivamente, el tan esperado Mesías, pero vieron en él un dirigente político que los dirigiría en la lucha contra los romanos para recuperar su independencia y establecer un poderoso reino terrenal. Mas, Jesús no pensaba en una rebelión política, sino en una liberación moral y espiritual. Muchos judíos se desilusionaron y se volvieron contra él. Jesús fue condenado y entregado a las autoridades romanas. El procurador Poncio Pilato lo hizo morir en la cruz.

Los Evangelios refieren que Jesucristo resucitó de los muertos y se volvió a presentar a los apóstoles para probarles su divinidad y para encomendarles por última vez la misión de ir a predicar a todas las naciones la Buena Nueva de que toda persona que ame y adore a Dios y a Jesucristo, su hijo, alcanzará la redención de los pecados y la vida eterna.

Jesucristo dejó a la humanidad dos mandamientos principales: "Amarás al Señor Dios tuyo de todo corazón y con toda tu alma con toda tu mente". "Amarás a tu prójimo como a ti mismo". Los apóstoles cumplieron con su misión y empezaron a predicar la doctrina de Cristo primero en Palestina y luego en otros países. San Pablo, el "apóstol de los gentiles", hizo tres largos viajes por Asia Menor, Macedonia y Grecia y fundó en todas partes iglesias cristianas. San Pedro organizó la iglesia en Roma.

Las cartas de los apóstoles a los fieles y los Evangelios, los relatos que cuatro de los apóstoles hicieron de la vida y pasión de Cristo, formaron el Nuevo Testamento, el libro sagrado de la doctrina cristiana. La explicación de la doctrina dio origen a la teología, desarrollada por los llamados Padres de la Iglesia. San jerónimo (340-420 d.C.) hizo una traducción del Nuevo Testamento al latín, que se convirtió en el texto oficial de la Iglesia Católica.

La Iglesia y el Imperio

Las autoridades imperiales toleraron los numerosos cultos existentes siempre que sus adeptos rindiesen honores divinos al emperador. Mas, los cristianos que reconocían a un solo Dios, no podían rendir homenaje divino a un mortal. Por este motivo, los cristianos fueron considerados enemigos del Estado. El emperador Nerón acusó a los cristianos del gran incendio de Roma en el año 64 d.C. y los castigó severamente. Otros emperadores culparon a los cristianos de los muchos males que aquejaban al imperio y los crucificaron, los quemaron vivos, los arrojaron a las fieras y los hicieron luchar con los gladiadores en los circos

La primera persecución general fue ordenada por el emperador Decio (249-251). La última persecución y la más violenta fue impuesta por Diocleciano (303). Pero la violencia material resultó impotente frente al espíritu cristiano. Finalmente, el emperador Constantino, mediante el Edicto de Milán (313) concedió a la Iglesia cristiana iguales derechos que a los cultos paganos. En el año 395 Teodosio reconoció el cristianismo como religión oficial del Imperio: "Es nuestra voluntad que todos los pueblos profesen la religión que el divino apóstol San Pedro ha predicado a los romanos. El que cumpla con esta ley será llamado "cristiano católico". Los otros, en cambio, quedan sometidos al castigo divino, como también al castigo que nosotros resolvamos imponer según la voluntad de Dios".

Mientras que el Imperio se estaba desintegrando, la Iglesia pudo aumentar cada vez más su influencia sobre la sociedad, las costumbres y el pensamiento y pudo crear una poderosa organización. Se ordenaron sacerdotes para hacerse cargo del servicio religioso y de la dirección de las iglesias parroquiales. Las iglesias de una región formaban una diócesis bajo la dirección de un obispo. Las diócesis a su vez quedaron subordinadas a un patriarca. Los patriarcas eran los obispos de las ciudades más grandes del imperio, como Constantinopla y Alejandría. A la cabeza de la jerarquía estaba el obispo de Roma, llamado luego Sumo Pontífice o Papa. Los obispos se reunían en asambleas o concilios para debatir los problemas generales y definir el dogma.

Volver a: Imperio Romano

Materias