Hombrecitos |
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Capítulo 4 LA GRAN ENSEÑANZA Nat, acostado en su blanca cama, miraba extasiado un cuadrito que colgaba de la pared. Se preguntaba qué representaría, cuando sus pensamientos fueron interrumpidos por la vocecita de Demi, que le preguntaba: —¿Te agrada ese cuadro? —¡Sí, muchísimo! —respondió—. ¿Qué representa? —¡Cómo! ¿No lo reconoces? —exclamó Demi—. Es Cristo bendiciendo a los niños. —Cuéntame algo de El, ¿quieres? —le pidió Nat, quien sólo había oído rezar en el nombre de Cristo. —Muy bien; escucha —dijo Demi—: Una vez que me disponía a jugar con un grueso libro, mi abuelito se opuso a que lo hiciera. "Mira, me dijo, este libro debe cuidarse mucho". Y fue mostrándome hermosas láminas y relatándome preciosas historias: la de Moisés, la de José y sus hermanos. Hasta que llegamos a la más linda de todas: la del buen Maestro. Después me dio este cuadro para que siempre tuviera presente la escena santa. Cuando me enfermo, de sólo mirarlo, me siento aliviado. Nat, con la mirada fija en Cristo, preguntó: —¿Bendice a los niños? ¿Por qué, Demi? —Porque los quiere mucho, más que a los ricos. ¿No lo notas? Los que están con Cristo andan con ropas viejas y siempre lo acompañan, por eso El los ama tanto. —¿El era pobre? —preguntó Nat. —Sí, imagínate que nació en un pesebre. Después, como iba por los caminos aconsejando la bondad y la humildad, a veces no tenía qué comer. Fue tan bueno, que por amar y dar todo por los hombres... lo mataron. Y Demi continuó contándole la historia del Maestro y de su Reino, lo cual lo transformó en el verdadero amigo y guía espiritual del humilde huerfanito, ayudándole en sus estudios, en los que se encontraba muy atrasado. Además, Demi le leía sus lecturas preferidas y Nat pasaba horas viajando imaginariamente con "Róbinson Crusoe" o escuchando "Las mil y una noches" y los cuentos de Edgeworth. Todo un mundo desconocido apareció ante los ojos de Nat, quien, por interés de descubrirlo, se dedicó con empeño a la lectura. Tía Jo estaba orgullosa del resultado de su obra. "Es lo mejor de mi cosecha", solía decir agradecida. Aunque por temor a que el intenso estudio agotara al pequeño, lo mandaba con frecuencia al jardín, donde el aire puro coloreaba sus mejillas, antes pálidas. Cierto día, Nat se acercó al señor Bhaer. Éste le había propuesto una pequeña paga para que tocara el violín en una fiesta campestre. Cuando hubo tocado, y con dos dólares en el bolsillo, Nat se sentía contento; sabía que su música había agradado a los presentes, y por eso logró que lo contrataran para otra vez. —Esto es mejor que tocar por las calles, como solía hacerlo antes —le comentó al señor Bhaer—. Además, lo que ahora gano me permitirá tener mi "negocio" como el de Tommy y también ahorrar para comprarme un violín. Nat quería mucho a Jo, pero reconocía al profesor como su protector, que no sólo había sabido guiarlo, sino también hacerle olvidar sus penas pasadas. A su vez, el señor Bhaer le tenía mucho cariño, refiriéndose a él como "mi hijo". Había puesto gran interés en corregirle sus defectos, porque Nat pecaba de ser mentiroso, resultado del ambiente en que se había desarrollado, del miedo sobre todo. Lo encaminaba a nunca faltar a la verdad y a controlar lo que decía y hacía. Las enseñanzas del profesor habían tenido efecto. Nat ya no faltaba a la verdad. Sin embargo, por miedo a que uno de sus compañeros se enojara con él, mintió para encubrirlo. Pero el profesor se enteró de la verdad y condujo a Nat a la sala de clase. —El castigo cuando mientes es que me des algunos golpes en mi mano. —Pero... —titubeó el chico—, eso sería castigarlo a usted, y usted no hizo nada. —Son las reglas. Sólo así aprenderán a no equivocarse, porque si lo hacen, me dañan a mí. Darás seis golpes —añadió. El tono del profesor no admitía réplica y Nat se vio obligado a obedecer. Sus ojos, nublados por las lágrimas, ya no veían, y sus sollozos lo ahogaban. Cuando dio los golpes, se arrodilló y se puso a besarle las manos al profesor repitiendo: —Esto no lo olvidaré en toda mi vida. —Te creo, Nat. Ruega a Dios que así sea para que esta escena no se repita —le dijo el maestro mientras abrazaba al desconsolado niño. Ese día Nat no bajó al comedor a la hora de almuerzo, pero Jo le llevó algunas cosas. Momentos después se escuchó el violín, señal inequívoca de que Nat se había repuesto, lo que provocó la alegría de sus compañeros. Fue así como lo ocurrido nunca fue mencionado por nadie, aunque, en verdad, Nat no lo olvidó. Desde ese día, jamás se atrevió a decir una mentira, ya que llevaba muy adentro el dolor de haber ocasionado un inmerecido castigo a su querido maestro.
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