Hombrecitos

Capítulo 7

LLEGA OTRA SEÑORITA

Cierto día, cuando los esposos Bhaer conversaban acer­ca de Dan, Jo dijo:

—A propósito de niños traviesos, el otro día el padre de Nan, la niña que acaba de perder a su madre, me decía que no encuentra ningún colegio que le satisfaga como éste, pero como es solo para hombres... ¿No quisieras que probáramos con ella? Además, Daisy, al ser la única niña del colegio, está muy mimada.

—Encuentro muy buena la idea, querida Jo —respondió el profesor—, pero temo que Daisy no se avenga con Nan.

—No lo creas; las veces que han estado juntas se han comprendido perfectamente.

—Si lo crees así.., acepto —dijo el profesor.

—Muy bien; haremos una excelente obra. Iré luego a proponérselo a su padre.

Esa tarde, cuando Jo regresaba de la ciudad, una preciosa jovencita saltó del coche y entró al colegio gritando alegremente:

—¡Daisy, Daiii...syyy! ¡Vengo a vivir aquí! ¡Cómo nos divertiremos! Mañana llega mi ropa...

—¿Trajiste tus juguetes? —preguntó Daisy, recordan­do a Blanca Matilde, la hermosa muñeca de Nan.

—Sí, ahí está —le respondió Nan, despreocupadamente—. También te hice este anillo; es de cola de Dobbin —y le entregó la sortija en prenda de amistad, pues la última vez habían jurado no hablarse más.

Esto reconcilió a las niñas. Daisy invitó a su compañera a jugar en su cocina.

—¡No! Quiero jugar con los chicos —respondió Nan, corriendo velozmente en busca de éstos.

—¡Hola, pequeña! —dijeron los niños.

—¡Vengo a quedarme! —exclamó, añadiendo—: Quiero jugar a la pelota.

—Ya terminamos, además, nos harías perder —dijo Tommy.

—¿Quieren ver cómo corro más rápido que ustedes?

Nan desafiaba a todos, y viendo que "Gordinflón" estaba llorando, dijo:

—Eso es cosa de muchachos; yo no lloro.

—Te haré llorar, si quiero —contestó "Gordinflón".

—¡No lloraré!

—Pues..., trae un puñado de ortigas.

Nan lo hizo, aunque sentía el dolor causado por las espinas.

—¡Bravo, Nan! —corearon los muchachos, admirados.

—Claro..., está acostumbrada a meterse en todo —dijo "Gordinflón" despechado y siguió pidiéndole demostraciones para hacerla llorar.

Nan no se cansaba y aguantaba el dolor para no perder la admiración que se había ganado. Fue entonces cuando Nat la paró, ya preocupado por la niña, e hizo a todos alistarse para la cena.

En la mesa, el señor Bhaer saludó a la nueva alumna; se extrañó de que ésta le extendiera su mano izquierda.

—Se saluda con la mano derecha, hijita —le dijo.

Daisy intentó excusarla contando lo que había ocurrido con los chicos. El asunto le causó gracia al profesor, mientras que tía Jo se dirigió a la niña diciéndole:

—Lamento que esto ocurra. La compañía de los chicos es necesaria, sobre todo cuando ellos saben ser atentos y educados.

Aunque las palabras estaban dirigidas a Nan, los muchachos se dieron por aludidos. Así, durante la comida se esforzaron por tener los mejores modales.

Pronto quedó olvidado el asunto.

A la mañana siguiente, en cuanto Nan despertó, preguntó por su maleta y se molestó al saber que aún no la ha­bían traído. En el almuerzo fue notoria su ausencia, y la criada dijo que la había visto corriendo hacia su casa.

El señor Bhaer se disponía a salir en su busca, cuando uno de los chicos, que miraba por la ventana, dijo:

—Ahí viene Nan con su maleta.

La niña, agotada, se había sentado en los escalones.

Explicó:

—No podía esperar más.

Todos festejaron su regreso, pero la señora Bhaer inquirió:

—¿Por qué lo hiciste?

—Papá dice que no debemos dejar que nuestras cosas estén lejos de uno.

Al poco rato, Nan, rodeada por todos los muchachos, distribuía sus cosas generosamente. Esto la hizo querida por todos. Por otro lado, tenía una inventiva extraordinaria. Siempre encontraba un juego nuevo, rivalizando con Tommy en travesuras. En esta forma, por su simpático humor y su gran generosidad, Nan resultaba una compañera ideal.

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