Mujercitas

Capítulo XIV

Mientras todo esto ocurría, Amy pasaba malos momentos en casa de la tía March. Encontraba muy difícil su exilio y se dio cuenta de lo regalona que la tenían en su casa. La tía March no mimaba a nadie, pero era amable con ella, porque era una niña bien educada y además guardaba en su corazón cierto afecto por las hijas de su sobrino. Hacia cuanto podía por alegrar a Amy, pero cometía muchos errores. Fastidiaba a la niña con sus normas y mandatos sus discursos y sus maneras rígidas.

En las mañanas debía fregar tazas y cucharillas, la tetera de plata y los vasos, hasta sacarles brillo. Luego limpiar el cuarto. Después tenía que dar comida al loro, peinar al perro, subir y bajar las escaleras para buscar cosas o recados, pues la anciana debido a su cojera pocas veces abandonaba su butaca. Terminadas estas labores la autorizaba tomar una hora para jugar o hacer ejercicios y ¡cómo se entretenía!

Todos los días Laurie con gran amabilidad conseguía que la tía dejase salir a Amy con él; salían a caballo, paseaban y se divertían bastante. Después de la cena tenía que leer por una hora con voz alta y sentarse al lado de la tía, quien con la primera página se quedaba dormida. Lo peor de todo eran las noches, pues la tía March contaba aburridos cuentos de su juventud que Amy sólo anhelaba acostarse con el propósito de llorar su cruel destino, aunque normalmente se dormía sin derramar más de una lágrima.

Pensaba que sin la ayuda de Laurie y de Ester, la doncella, no habría podido soportar todo ese tiempo. El loro la volvía loca, no toleraba al perro que le gemía mientras lo cepillaba y se echaba al suelo patas arriba cuando quería comer. La cocinera también tenía mal humor; y el cochero era viejo y sordo.

Ester era una francesa que había vivido muchos años con "madame"'. Simpatizó con la niña y la entretenía con curiosos cuentos de la vida francesa. Le permitía andar por la casa e inspeccionar las cosas raras y bonitas puestas en estantes y cofres antiguos. Lo que más le gustaba era un bargueño con muchos cajoncitos y lugares secretos, en los cuales había todo tipo de joyas antiguas algunas de gran valor y otras curiosas. Le encantaba ordenar los estuches de joyas. Allí también se encontraba el juego que la tía había usado cuando se vistió de largo; las perlas, regalo de bodas de su padre; los diamantes de su novio; medallones con fotografías de amigas fallecidas; pulseras pequeñas que habían pertenecido a su hija; y, en un cofrecito el anillo de bodas, puesto con todo cuidado como la joya más preciosa.

—¿Cuál elegiría si le dieran a escoger? —preguntó la doncella, que se sentaba cerca para cuidar y cerrar con llave las cosas valiosas.

—Prefiero los diamantes, pero no hay un collar. Si pudiera, escogería esto —contestó Amy, indicando una sarta de cuentas de oro y ébano.

—A mí también me gusta, pero lo usaría como rosario —dijo Ester.

—Parece que usted obtiene gran alivio de sus rezos, Ester. Me agradaría hacer lo mismo.

—Si la señorita fuera católica tendría un gran consuelo; pero sería bueno que cada día se retirara a meditar y rezar, como lo hacía una señora que servía antes de venirme acá. Ella tenía una capillita donde hallaba alivio para sus aflicciones.

—¿Sería bueno que yo también lo hiciese? —exclamó Amy, que requería todo tipo de ayuda.

—Sería muy bueno, yo le ordenaré el tocador pequeño si lo desea. No le cuente nada a Madame, mientras ella duerme, siéntese por un momento para tener buenos pensamientos y pedir a Dios que mejore a su hermana.

—Me gustaría saber dónde irán estas cosas bellas cuando muera la tía March —dijo, entretanto dejaba el rosario y cerraba los estuches.

—A usted y sus hermanas. "Madame" confía en mí y firmé su testamento como testigo —musitó Ester, risueña.

—Quisiera que me las dejara tener ahora —observó Amy.

Es muy pronto para que las señoritas lleven estas joyas. "Madame'' ha dicho que la primera que se case llevará las perlas y pienso que el anillito de la turquesa será regalado a usted cuando se vaya, por sus buenos modales.

—Seré sumisa como una oveja si puedo ganar ese anillo —exclamó Amy, mientras se lo probaba con el firme propósito de lograrlo.

Desde ese instante fue un ejemplo de obediencia y la anciana veía satisfecha el éxito de sus enseñanzas. Ester colocó una mesita en el cuarto, frente a ella un taburete y encima un cuadro con el rostro de la Virgen María, que pensaba tenía gran valor, sin embargo era la copia de un cuadro famoso. En la mesita tenía además su libro del Nuevo Testamento, un libro de himnos y un florero con las hermosas flores que le regalaba Laurie. Todos los días iba a ese lugar para "estar a solas" y pedir a Dios por la recuperación de su hermana.

—En sus esfuerzos por ser buena resolvió hacer un testamento, tal como lo había hecho la tía March. Le daba pena el solo pensamiento de renunciar a sus tesoros tan preciados para ella como las joyas de la anciana.

Durante uno de sus recreos, escribió el valioso documento y Ester colaboró con algunas frases legales y con su firma como testigo. Como era un día lluvioso subió a divertirse a uno de los dormitorios grandes donde había un armario con vestidos antiguos con los cuales siempre jugaba. Le encantaba vestirse con brocados descoloridos y pasearse delante del espejo. Tan ocupada estaba que no escuchó a Laurie tocar la campana, ni lo vio observándola, mientras hacía gestos coquetos con su abanico. En la cabeza lucía un turbante rosado, contrastando con un traje de brocado azul y una falda amarilla.

Laurie, conteniendo la risa, por miedo a ofender a la reina, golpeó la puerta y fue recibido en forma muy graciosa.

—Siéntate, mientras me saco estas ropas, luego quiero pedirte consejo sobre un asunto muy serio —dijo Amy, después de haber mostrado sus magníficos atuendos.

—Quiero que leas esto y me hagas el favor de decir si es legal y correcto. Pienso que debo hacerlo, pues la vida no es segura y no deseo haya alguna discusión cuando me muera —exclamó Amy sacando de su bolsillo un papel.

Laurie leyó el documento con mucha seriedad, digna de alabar si se examina su contenido.

TESTAMENTO

"Yo, Amy Curtis March, encontrándome en mi sano juicio, cedo y dono toda mi propiedad personal a saber:

"A mi padre, mis cuadros, mapas, dibujos y obras de artes preferidas con sus mapas respectivos. Además, mis cien dólares para que los invierta en lo que desee.

"A mi madre, mis vestidos, menos el delantal azul con bolsillos, mi medalla y mi retrato, con mucho amor"

"A mi hermana Meg, mi anillo de turquesa (si lo recibo), mi cajita verde, mi pedazo de encaje y mi bosquejo de ella, como un recuerdo de "su niñita".

"A Jo, mi prendedor, el enmendado con lacre; mi tintero de bronce (la tapa la perdió ella) y mi lindo conejo de yeso, pues lamento haber quemado su manuscrito.

"A Beth (si me sobrevive) dejo mis muñecas, mi abanico, mis zapatillas nuevas, si puede colocárselas, porque seguramente después de la enfermedad estará muy delgada, también le doy mi arrepentimiento de haberme reído de su muñeca Joanna.

"A mi buen amig0 Théodore Laurence, dejo mi cartera de papier maché,  el molde de yeso de un caballo. En premio a su indulgencia en la hora de pesadumbre la obra que el prefiera; la mejor es Nuestra Señora.

"A nuestro protector, el señor Laurence, lego mi cajita roja, con espejo en la tapa, que le servirá para sus plumas y le evocará a la muchachita fallecida, que le da las gracias por los servicios prestados a su familia, particularmente a Beth."

"Quiero que mi amiga Kitty Bryant obtenga el delantal azul de seda y mi anillo dorado.

"A Hannah dejo mi cajita de cartón que anhelaba y todos los retacitos, con la ilusión de que "se acordará de mí cuando los vea".

"Y ahora, habiendo dispuesto de mis pertenencias de mayor valor, confío que quedarán satisfechos y no se lamentarán de la difunta.

“Perdono a todos y tengo la confianza de que nos hallaremos cuando suene la trompeta. Amén.

Coloco mi firma y sello en este día vigésimo de noviembre. Anno Domini 1861. AMY CURTIS MARCH

(Testigos) Estelle Valnor, Theodore Laurence.

El último nombre estaba escrito con lápiz y Amy explicó que debía escribirlo con tinta y timbrar formalmente el documento.

—¿Alguien te ha dicho que Beth ha dado las cosas a los demás? —preguntó seriamente Laurie, entretanto Amy colocaba delante de él un trozo de cinta roja lacre, un tintero y una bujía.

Laurie firmaba mientras hablaba, sin levantar la vista, hasta que una lágrima cayó en el papel. La cara de Amy reflejaba gran dolor, pero sólo preguntó:

—¿Beth, está en peligro?

—Pienso que sí, mas debemos tener fe de que todo finalizará bien; así es que no llores, querida —dijo Laurie abrazándola fraternalmente, lo que la animó bastante.

Cuando Laurie hubo salido, fue a su capillita y allí rogó por Beth con el corazón dolorido, sintiendo que millones de sortijas no podían animarle de la pérdida de su querida hermana.

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