Mujercitas

Capítulo XVII

Como la luz del sol tras la tormenta, así fueron las semanas que siguieron. Los enfermos mejoraron rápidamente; el señor March avisó que estaría de regreso antes de Año Nuevo, y Beth estuvo pronto en condiciones de sentarse en el sofá del escritorio todo el día. Sus piernas, tan activas antes, estaban tan débiles que Jo solía llevarla en sus fuertes brazos a hacer  una recorrida por toda la casa. Meg se quemó más de una vez sus blancas manos, con todo gusto, cocinando especialidades para la "bienamada"; mientras que Amy, fiel esclava de su anillo, celebró su regreso regalándole tantos de sus tesoros como pudo conseguir que su hermana le aceptara.

El día de Navidad fue esplendoroso. Beth se sintió muy bien aquella mañana, y fue llevada en triunfo hasta la ventana para contemplar el regalo de Jo y Laurie.

Afuera, en el jardín, habían levantado una imponente "doncella de nieve", coronada de hiedra, con una canasta de flores y frutas en una mano, un gran rollo de piezas de música en la otra, un cubrecama a manera de chal sobre los helados hombros y una canción de Navidad colgando de los labios. ¡Cómo rió Beth al verla! ¡Cómo corrió Laurie entregando los regalos y qué discursos tan extravagantes hizo Jo al obsequiarlos!

Ocurre muchas veces que en este mundo prosaico las cosas suceden como en las más hermosas novelas. Media hora después de que todos dijeran que se sentían tan dichosos que ya no podían admitir una gota más en el vaso colmado de felicidad, cayó la gota. Laurie abrió la puerta de la salita, y dijo:

—Otro regalo de Navidad para los March.

Se produjo un alboroto general y el señor March desapareció, o poco menos, estrujado por cuatro pares de brazos amorosos. Jo, para su descrédito, casi se desmaya; el señor Brooke besó a Meg por equivocación, tal como lo explicó un poco atropelladoramente; y Amy, la digna, se cayó al tropezar con un banquito y sin pensar en levantarse, se abrazó llorando a las botas de su padre. La puerta del escritorio se abrió de golpe y Beth corrió a sus brazos.

No resultó muy romántico, pero la verdad es que una ruidosa carcajada volvió otra vez a todos a sus sentidos, cuando descubrieron a Hannah detrás de la puerta, sollozando sobre el pavo que había dejado olvidado en el horno al salir corriendo de la cocina.

Cuando concluyeron las risas, la señora March comenzó a agradecer al señor Brooke la afectuosa atención que había dispensado a su marido, ante lo cual el señor Brooke recordó

de pronto que el señor March necesitaba descanso, y tomando a Laurie del brazo salió

precipitadamente. El señor March les contó con cuanta dedicación lo había atendido John, y qué joven tan recto y digno de estima era éste. Por qué el señor March se detuvo un instante al decir esto y, después de echar un vistazo a Meg (que se dedicó a remover el fuego denodadamente), miró a su esposa levantando las cejas con un gesto interrogante, no lo sabemos. Pero Jo vio la mirada y salió enojada a buscar vino y caldo, murmurando entre dientes: "Odio a los jóvenes dignos de estima y con ojos castaños".

El señor Laurence y su nieto almorzaron con ellos, así como también el señor Brooke, a quien Jo observó sombríamente con gran diversión de Laurie.  Brindaron, contaron chistes, cantaron y pasaron un momento verdaderamente feliz. Los huéspedes se fueron temprano y, al. atardecer, la familia se reunió junto al fuego.                    .

—Hace justamente un año nos lamentábamos de la triste Navidad que nos esperaba. ¿Se acuerdan? —preguntó Jo.

—Largo y áspero camino el que han recorrido, especialmente el último tramo, mis pequeñas peregrinas. Pero lo han hecho valientemente y creo que las cargas van en tren de desaparecer en poco tiempo —comentó el señor March, contemplando con paternal satisfacción los cuatro rostros jóvenes.

—¿Cómo lo sabes? ¿Te lo dijo mamá? —preguntó Jo.

—De ninguna manera; he hecho hoy algunos descubrimientos. He aquí uno —siguió, tomando la mano de Meg que descansaba en su sillón, y señalando la piel áspera del  índice, algunos arañazos y una quemadura en el dorso—. Recuerdo un tiempo en que esta mano era blanca y suave, porque tu primera preocupación era cuidarla. Era entonces muy hermosa, pero para mí es mucho más preciosa hoy, porque en sus manchas leo una breve historia. Me siento orgulloso de estrechar esta mano laboriosa, y espero que no llegue muy pronto el momento en que me la pidan.

Si Meg hubiera esperado un premio por tantas horas de paciente labor, acababa de obtenerlo en la afectuosa presión de la mano de su padre y en su sonrisa de aprobación.

—A pesar del cabello corto —continuó—, no veo al "hijo" Jo que dejé el año pasado. Veo, en cambio, una joven que mantiene impecable el cuello de su vestido, que ata prolijamente los cordones de sus zapatos, que no silba ni se tira en la alfombra como solía hacerlo. Confieso que extraño a mi muchacha rebelde, pero si me dan en su lugar una mujercita animosa, me sentiré muy satisfecho. Ignoro si la esquila aquietó a nuestra "ovejita negra", pero lo que sí sé es que en todo Washington no pude encontrar algo suficientemente hermoso que pudiera comprarse con los veinticinco  dolores  que  envió  mi hija.

Los ojos penetrantes de Jo se empañaron un instante y su rostro delgado se sonrosó ante el elogio de su padre.

—Ahora Beth —dijo Amy, dispuesta a esperar su turno.

—Es tan poco lo que ella tenía que vencer, que no quiero decir demasiado por temor de que escape en cuanto empiece a hacerlo, aunque ya no es tan tímida como solía serlo.  En  cuanto  a  Amy  —prosiguió  al  cabo de un momento, acariciando el dorado cabello de la niña sentada a sus pies—, he observado que ayudó a servir la mesa, que hizo varios mandados para su madre durante la tarde, y observé también que no se miró al espejo y que ni siquiera mencionó un precioso anillo que lleva.  Me alegra eso, y me siento orgulloso de una hija con talento suficiente para ser algo más que una artista.

—He leído hoy en el "Progreso del Peregrino" —comentó Beth, después que Amy agradeció a su padre— cómo, después de muchas penurias, Christian llega a una placentera pradera, donde los lirios florecen todo el año, y allí descansa dichoso, como nosotras, ahora, antes de proseguir el viaje.

Y deslizándose hasta el piano, los invitó a reunirse junto a ella para cantar.

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