Jack y Jill


Capítulo VII

La más bella princesa

Mientras Jack ya saltaba y brincaba con sus muletas, la pobre Jill sufría los efectos de su segunda caída, y tenía que pasar durante dos horas diarias acostada sobre una tabla.

El primer día que la colocaron en ella, lloró durante la primera hora, y en la segunda estuvo cantando.

El sonido de esa valiente voz fue un gran consuelo para las dos madres. Mientras Jack compadecía y admiraba con su mirada a su compañerita, exclamó blandiendo su muleta contra un enemigo imaginario:

—¡Eso es! Canta, canta y jugaremos a que eres una cautiva de los indios, a la que atormentan sus enemigos, pero demasiado orgullosa para quejarse. Yo vigilaré el reloj, y en cuanto sea la hora, correré a rescatarte.

Jill se echó a reír, pero la idea le agradó e inmediatamente empezó a cantar otra de las canciones que su padre le enseñara.

Desde ese día, Jill soportó la prueba con gran fortaleza. Le gustaba que los muchachos la llamaran valiente y admiraran la forma en que soportaba esas dos horas de incomodidad. No tardó en descubrir que podía tocar la cítara. Cada día la hermosa música comenzaba a cierta hora y todos sentían emoción al escucharla. Hasta la cocinera dejaba la puerta abierta, diciendo:

—Pobre niña, oírla cantar después de todo... Es una verdadera santa. Dios quiera que algún día se recupere.

Frank era quien la ponía y la sacaba de la tabla; siempre le decía una palabra de aliento y subía a enseñarle una nueva melodía, mientras los demás muchachos se divertían abajo. Ralph también contribuyó a su distracción: le pidió permiso para modelar en arcilla su linda cabecita e instaló su trabajo en un rincón de la habitación. En sus visitas, divertía mucho a Jill contándole cuentos y enseñándole a modelar en arcilla pájaros, conejitos y otros animales.

Pero lo que más agradó a Jill fue que Jack permaneciera en casa dos semanas más de las necesarias, por no abandonarla. El día en que el rnédico dijo que podía ir al colegio, el niño se sintió loco de alegría, y comenzó a hacer grandes proyectos y a estudiar con empeño, deseoso de asombrar a sus compañeros, tanto por su pronta mejoría como por los adelantos en sus estudios. Pero cuando se tranquilizó, pensó en Jill, que en ese momento permanecía silenciosa, mientras el niño conversaba con su madre.

—Está tan tranquila, que debe estar durmiendo —pensó Jack.

Pero no, no dormía sino que miraba hacia la ventana llena de sol. Afuera se oían las alegres campanillas de los trineos y las risas de los muchachos y chicas que se dirigían al colegio, felices y contentos, lo que hacía aún más triste su situación de inválida, especialmente ahora que su amigo había sido dado de alta y no tardaría en abandonarla.

Jack comprendió aquella mirada pensativa y triste, y sin decir una palabra, se sentó mirando el fuego. Su madre al notarlo le preguntó:

—¿En qué piensas, Jack?

—Creo que será mejor que no vaya aún al colegio —contesto Jack.

—¿Y por qué no? —inquirió la señora Minot, sorprendida.

El niño le indicó con el dedo hacia donde estaba Jill, mientras decía en tono alegre:

—Me parece que será mejor. En realidad, el doctor no quiere que vaya, y si consintió fue porque yo le insistí. Sí, mamá, creo que me quedaré en casa una semana más. ¿No te parece?

Su madre le sonrió con gran ternura.

—Haz como lo creas mejor, hijito. Por mi parte prefiero tenerte en casa, pero me preocupa que estés tanto tiempo encerrado.

—Oye, Jill, ¿te molestaría si me quedo en casa hasta principios de febrero? —gritó Jack, riéndose para sus adentros.

—¡No mucho! —contesto una voz muy alegre.

—Si estudio en casa no me atrasaré, al contrario. Estudiaré mi latín, mamá.

La decisión de Jack resultó muy oportuna, porque la última parte del mes de enero fue tan tormentosa que el niño no hubiera podido asistir al colegio la mayoría de las veces. Mientras caía la nieve y soplaba el viento huracanado, Jack permanecía en casa divirtiendo a Jill y estudiando con mucho empeño.

En febrero el tiempo se estabilizó y Jack volvió otra vez al colegio, contento. Frank lo acompañaba en su nuevo trineo, por si el trayecto le resultaba demasiado largo.

—Ahora no tendré tiempo de echarlo de menos, porque estaremos muy ocupadas haciendo los preparativos para el día de la fiesta de Wáshington. El Club de Teatro se reunirá esta noche, y las niñas vendrán aquí para que yo las ayude. ¿Usted lo permite, señora? —preguntó Jill a la señora Minot.

—Por supuesto, querida, y aquí te traigo un canasto con unos géneros que aparté para el Club —contestó la buena señora.

Cuando las niñas llegaron, encontraron a la presidenta rodeada por preciosas telas de todos los colores y se divirtieron mucho con ella. Todas trajeron alguna cosa que podría servirles a ellas o a sus compañeros. Como es de suponer, Jill no podía tomar parte en la representación de la obra, pero fue la asesora. Todas querían ser la Bella Durmiente, la princesa debía estar rodeada por su corte dormida mientras se acercaba el príncipe a despertarla. Jack iba a ser el héroe, envuelto en la capa de terciopelo de su madre, y luciendo botas rojas, mientras los demás muchachos desempeñaban papeles más o menos esplendorosos.

—Mabel debería ser la Bella Durmiente, porque tiene un pelo tan hermoso —dijo Julieta, que estaba muy satisfecha con su papel de reina.

—No, Merry lo hará mucho mejor, es la más bonita y además usa velo para ponerse encima —contestó Molly, que debía ser dama de honor con el pequeño Boo en el papel de paje.

—A mi no me importa, pero mi pluma quedaría muy bonita para la princesa, y no creo que Elena quiera prestarla a otra que no sea a mí —dijo Annette.

—Creo que el vestido de seda blanco, el velo y la pluma deberían ir todos juntos con el chal rojo y estas perlas. Sería una linda combinación para una princesa —opinó Jill, que estaba enhebrando perlas.

—Todas queremos vestirnos con esas cosas bonitas. Por lo tanto, recurramos al azar. ¿No les parece que sería lo más justo? —consultó Merry.

—El príncipe es rubio, por lo tanto la princesa tendría que ser morena —dijo Jill, con tono decidido.

—Entonces elige tú —propuso Susy, con alguna esperanza.

Se pusieron en fila, y Jill las observó con ojo crítico, sintiendo en su corazón que la que Jack hubiera elegido no estaba allí.

—Elijo a ésta, pues Julieta quiere ser reina, Molly no se quedaría quieta y las demás o son muy grandes o demasiado rubias —decidió Jill señalando a Merry y desilusionando a las demás.

—Será mejor que hagamos un sorteo para ustedes tres —dijo Molly, pasando a Jill un papel.

Así se decidió, Jill cortó el papel en tres pedazos de distinto largo, y las tres niñas sacaron el suyo por turno. Nuevamente la suerte estaba a favor de Merry, ya que ella sacó el papel más largo.

—Vayan a vestirse ahora y cuando estén listas, decidiremos el lugar que cada cual debe ocupar antes de que lleguen los muchachos —ordenó Jill.

Las niñas se retiraron, pero entre ellas aún había cierto descontento que se manifestaba con ironías, miradas envidiosas y gestos bruscos.

—¿Me pondré el vestido de seda blanco y la pluma? —preguntó Merry.

—Ponte tu vestido... No veo por qué tienes que ponerte el de otra —contestó Susy.

—Creo que será mejor que me quede con la pluma, porque es lo único que tengo bonito y me temo que Ema se disguste si la presto —añadió Annette.

—¡Yo no tengo interés en tomar parte en la representación! —exclamó Mabel, de mal humor.

—¡Son las niñas más egoístas que he conocido! ¡Me avergüenzo de ustedes! —gritó Molly, poniéndose de parte de Merry.

—La señorita Délano me prometió su traje rojo para mi papel de reina, y le pediré su vestido de raso amarillo para Merry, cuando vaya a buscar el mío, y le contaré lo malas que son ustedes —advirtió Julieta.

—¿Te gustaría también que Mabel cortara su pelo para dárselo a Merry? —exclamó Susy, para quien el asunto del pelo era un punto muy susceptible.

—El cabello rubio no sirve, por lo tanto Julieta tendrá que dar el suyo, o mejor aún, pedirle prestado el postizo a la señorita Bat —añadió Mabel, con una risa irónica.

—No peleen por mí. Me bastará el chal rojo para ocultar mi feo vestido —dlijo Merry desde el rincón donde esperaba su turno para mirarse al espejo.

Al mencionar el chal, lo buscó con la mirada, y lo que vio en la habitación de al lado la hizo olvidar por completo su desilusión. Jill se hallaba allí sola, algo cansada por la conversación de sus amigas y desanimada al verse privada de tomar parte en la obra. Tenía los ojos cerrados y canturreaba, mientras acariciaba el chal rojo. Su triste canción llegó al fondo del corazón de Merry.

—Pobre Jill, no puede divertirse como nosotras —fue su primer pensamiento, pero luego pensó algo que la hizo sonreír y, en voz baja para que Jill no la oyera, dijo a sus amigas—: Chicas, no seré la princesa.

—¿Quién, entonces? —preguntaron todas, mirándose unas a otras, sorprendidas.

—¡Chist! ¡Hablen en voz baja, de lo contrario lo echarán todo a perder! Miren a la "Habitación de los Pájaros" y díganme si esa princesa es mucho más linda de lo que podría ser yo.

Todas miraron pero nadie habló, y Merry añadió, ansiosa:

—Es el único papel que Jill puede desempeñar. ¡Eso la hará tan feliz! A Jack también le gustaría y asimismo a los demás, estoy segura. Talvez nunca más vuelva a caminar, por eso debemos ser buenas con ella.

El buen corazón de todas iluminó sus rostros: la envidia, la impaciencia, la vanidad y el descontento desaparecieron como por encanto, y de común acuerdo exclamaron:

—¡Sería maguifico! ¡Vamos a decírselo!

—Querida Jill, hemos elegido a otra princesa, y sé que te gustará mucho.

—¿Quién es? —preguntó la niña, abriendo sus ojos, y sin sospechar de quien se trataba.

—Espera un momento y verás —dijo Merry quitándose el velo de la cabeza y poniéndoselo a Jill. Annette añadió la larga pluma, Susy le puso el traje de raso blanco encima, mientras Julieta y Mabel arreglaban el chal rojo a los pies de ella y Molly arrancaba el broche de su turbante para que sirviera de adorno sobre el pecho de Jill.

—¡Aquí está la Princesa Jill!

—¿De veras? ¿Será justo? ¿Podré serlo? ¡Oh, qué buenas son ustedes! ¡Acérquense todas, que quiero abrazarlas! —exclamó Jill, sorprendida.

La presentación de la obra fue todo un éxito ese día veintidós, pero si los espectadores hubieran podido ver ese día a Jill cuando se abrazó a sus amigas, habrían dicho que se trataba de una escena mucho más hermosa.

Cuando estuvieron todas vestidas y entraron los varones, se encontraron con un grupo de niñas elegantes que rodeaban felices el sofá donde se encontraba la más hermosa princesita que jamás hubieran conocido.

—¡Jack, yo también tomaré parte en la representación! ¿Verdad que fueron muy buenas las chicas al elegirme a mí? ¿Estás contento? —exclamó Jill.

—¡Ya lo creo! ¡Son todas unas buenas muchachas y están todas preciosas! ¡Nuestra función será un verdadero éxito! —añadió Jack.

—Lo aprobamos plenamente —agregó Frank.

Los trajes de los muchachos no estaban listos aún, pero igualmente ensayaron, y todos se divirtieron muchísimo hasta que terminó la reunión y los artistas se fueron a sus casas.

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