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         Canto XXV
        
        
        
        
        
         Asientan los españoles su campo en Millarapué; llega 
        a desafiarlos un indio de parte de Caupolicán; vienen la batalla muy reñida 
        y sangrienta; señálanse Tucapel y Rengo; cuéntase también el valor que 
        los españoles mostraron aquel día.
         
 
 Cosa es digna de ser considerada
 y no pasar por ella fácilmente
 que gente tan ignota y desviada
 de la frecuencia y trato de otra gente,
 de inavegables golfos rodeada,
 alcance lo que así difícilmente
 alcanzaron por curso de la guerra
 los más famosos hombres de la tierra.
 
 Dejen de encarecer los escritores
 a los que el arte militar hallaron,
 ni más celebren ya a los inventores
 que el duro acero y el metal forjaron,
 pues los últimos indios moradores
 de araucano Estado así alcanzaron
 el orden de la guerra y diciplina,
 que podemos tomar dellos dotrina.
 
 ¿ Quién les mostró a formar los escuadrones,
 representar en orden la batalla,
 levantar caballeros y bastiones,
 hacer defensas, fosos y muralla,
 trincheas, nuevos reparos, invenciones
 y cuanto en uso militar se halla,
 que todo es un bastante y claro indicio
 del valor desta gente y ejercicio ?
 
 Y sobre todo debe ser loado
 el silencio en la guerra y obediencia,
 que nunca fue secreto revelado
 por dádiva, amenaza ni violencia,
 como ya en lo que dello he contado
 vemos abiertamente la esperiencia,
 pues por maña jamás ni por espías
 dellos tuvimos nuevas en tantos días,
 
 aunque en los pueblos comarcanos fueron
 presas de sobresaltos muchas gentes
 que al rigor del tormento resistieron,
 con gran constancia y firmes continentes.
 Tanto que muchas veces nos hicieron
 andar en los discursos diferentes
 que pudiera causar notable daño,
 creciendo su cautela y nuestro engaño.
 
 Pero, como ya dije arriba, estando
 apenas nuestro ejército alojado,
 vino un gallardo mozo preguntando
 dó estaba el capitán aposentado;
 y a su presencia el bárbaro llegando,
 con tono sin respeto levantado,
 habiéndose juntado mucha gente,
 soltó la voz, diciendo libremente:
 
 " ¡ Oh capitán cristiano !, si ambicioso
 eres de honor con título adquirido,
 al oportuno tiempo venturoso,
 tu próspera fortuna te ha traído:
 que el gran Caupolicano, deseoso
 de probar tu valor encarecido,
 si tal virtud y esfuerzo en ti se halla,
 pide de solo a solo la batalla;
 
 " que siendo de personas informado
 que eres mancebo noble, floreciente,
 en la arte militar ejercitado,
 capitán y cabeza desta gente,
 dándote por ventaja de su grado
 la eleción de las armas, francamente,
 sin excepción de condición alguna,
 quiere probar tu fuerza y su fortuna.
 
 " Y así por entender que muestras gana
 de encontrar el ejército araucano,
 te avisa que al romper de la mañana
 se vendrá a presentar en esta llano,
 do con firmeza de ambas partes llana,
 en medio de los campos, mano a mano
 si quieres combatir sobre este hecho,
 remitirá a las armas el derecho,
 
 " con pacto y condición que si vencieres,
 someterá la tierra a tu obediencia
 y dél podrás hacer lo que quisieres
 sin usar de respeto ni clemencia;
 y cuando tú por él vencido fueres,
 libre te dejará en tu preeminencia,
 que no quiere otro premio ni otra gloria
 sino sólo el honor de la vitoria.
 
 " Mira que sólo que esta voz se estienda
 consigues nombre y fama de valiente,
 y en cuanto el claro sol sus rayos tienda
 durará tu memoria entre la gente;
 pues al fin se dirá que por contienda
 entraste valerosa y dignamente
 en campo con el gran Caupolicano,
 persona por persona y mano a mano.
 
 " Esto es a lo que vengo, y así pido
 te resuelvas en breve a tu albedrío,
 si quieres por el término ofrecido
 rehusar o acetar el desafío;
 que aunque el peligro es grande y conocido,
 de tu altiveza y ánimo confío
 que al fin satisfarás con osadía
 a tu estimado honor y al que me envía."
 
 Don García le responde: " Soy contento
 de acetar el combate, y le aseguro
 que el plazo puesto y señalado asiento
 podrá a su voluntad venir seguro."
 El indio, que escuchando estaba atento,
 muy alegre le dijo: " Yo te juro
 que esta osada respuesta eternamente
 te dejará famoso entre la gente."
 
 Con esto, sin pasar más adelante,
 las espaldas volvió y tomó la vía,
 mostrando por su término arrogante
 en la poca opinión que nos tenía.
 Algunos hubo allí que en el semblante
 juzgaron ser mañosa y doble espía,
 que iba a reconocer con este tiento
 la gente, y pertrechado alojamiento.
 
 Venida, pues, la noche, los soldados
 en orden de batalla nos pusimos,
 y a las derechas picas arrimados
 contando las estrellas estuvimos,
 del sueño y graves armas fatigados,
 aunque crédito entero nunca dimos
 al indio, por pensar que sólo vino
 a tomar lengua y descubrir camino.
 
 Y ala espaciosa noche declinando
 trastornaba al ocaso sus estrellas,
 y la aurora al oriente despuntando
 deslustraba la luz de todas ellas,
 las flores con su fresco humor rociando,
 restituyendo en su color aquellas
 que la tiniebla lóbrega importuna
 las había reducido a sola una,
 
 cuando con alto y súbito alarido
 apareció por uno y otro lado,
 en tres distantes partes dividido,
 el ejército bárbaro ordenado.
 Cada escuadrón de gente muy fornido,
 que con gran muestra y paso apresurado
 iba en igual orden, como cuento,
 cercando nuestro estrecho alojamiento.
 
 La gente de caballo, aparejada
 sobre las riendas la enemiga espera;
 mas antes que llegase, anticipada,
 se arroja por una áspera ladera,
 y al escuadrón siniestro encaminada
 le acomete furiosa, de manera
 que un terrapleno y muro poderoso
 no resistiera el ímpetu furioso.
 
 Pero Caupolicán, que gobernando
 iba aquel escuadrón algo delante,
 el paso hasta su gente retirando,
 hizo calar las picas a un instante,
 donde los pies y brazos afirmando
 en las agudas puntas de diamante,
 reciben el furor y encuentro estraño
 haciendo en los primeros mucho daño.
 
 Unos, sin alas, con ligero vuelo
 desocupan atónitos las sillas;
 otros, vueltas las plantas hacia el cielo,
 imprimen en la tierra las costillas;
 y los que no probaron allí el suelo
 por apretar más recio las rodillas,
 aunque más se mostraron esforzados,
 quedaron del encuentro maltratados.
 
 De sus golpes los nuestros no faltaron,
 que todos sin errar fueron derechos:
 cuáles de banda a banda atravesaron;
 cuáles atropellaron con los pechos.
 Todos en un instante se mezclaron,
 viniendo a las espadas más estrechos
 con tal priesa y rumor, que parecía,
 la espantosa vulcánea herrería.
 
 El bravo general Caupolicano,
 rota la pica, de la maza afierra,
 y a la derecha y a la izquierda mano
 hiere, destroza, mata y echa a tierra.
 Hallándose muy junto a Berzocano,
 los dientes y furioso puño cierra
 descargándole encima tal puñada,
 que le abolló en los cascos la celada.
 
 Tras éste otro derriba y otro mata,
 que fue por su desdicha el más vecino,
 abre, destroza, rompe y desbarata,
 haciendo llano el áspero camino,
 y al yanacona Tambo así arrebata
 que como halcón al pollo o palomino,
 sin poderle valer los más cercanos,
 le ahoga y despedaza entre las manos.
 
 Bernal y Leucotón, que deseando
 andaba de encontrarse en esta danza,
 se acometen furiosos, descargando
 los brazos con igual ira y pujanza,
 y las altas cabezas inclinando
 a su pesar usaron de crianza
 hincando a un tiempo entrambos las rodillas
 con un batir de dientes y ternillas.
 
 Mas cada cual de presto se endereza,
 comenzando un combate fiero y crudo:
 ya tiran a los pies, ya a la cabeza;
 ya aboyan la celada, ya el escudo.
 Así, pues, anduvieron una pieza
 mas pasar adelante esto no pudo,
 que un gran tropel de gentes que embistieron
 por fuerza a su pesar los despartieron.
 
 Don Miguel y don Pedro de Avendaño,
 Rodrigo de Quiroga, Aguirre, Aranda,
 Cortés y Iuan Iufré con riesgo estraño
 sustentan todo el peso de su banda;
 también hacen efeto y mucho daño
 Reynoso, Peña, Córdova, Miranda,
 Monguía, Lasarte, Castañeda, Ulloa,
 Martín Ruyz y Iuan López de Gamboa.
 
 Pues don Luys de Toledo peleando,
 Carranza, Aguayo, Zúñiga y Castillo
 resisten el furor del indio bando
 con Diego Cano, Pérez y Ronquillo;
 los primos Alvarados Iuan y Hernando,
 Pedro de Olmos, Peredes y Carrillo
 derriban a sus pies gallardamente,
 aunque a costa de sangre, mucha gente.
 
 El escuadrón de en medio, viendo asida
 por el cuerno derecho la contienda,
 acelerando el tiempo y la corrida,
 acude a socorrer con furia horrenda;
 mas nuestra gente en tercios repartida
 la sale a recibir a toda rienda,
 y del terrible estruendo y fiero encuentro
 la tierra se apretó contra su centro.
 
 Hubo muchas caídas señaladas,
 grandes golpes de mazas y picazos;
 lanzas, gorguces y armas enastadas
 volaron hasta el cielo en mil pedazos;
 vienen en un momento a las espadas
 y aún otros más coléricos a brazos,
 dándose con las dagas y puñales
 heridas penetrables y mortales.
 
 El fiero Tucapel, habiendo hecho
 su encuentro en lleno y muerto un buen soldado,
 poco del diestro golpe satisfecho
 le arrebató un estoque acicalado
 con el cual barrenó a Guillermo el pecho,
 y de un revés y tajo arrebatado
 arrojó dos cabezas con celadas
 muy lejos de sus troncos apartadas.
 
 Mata de un golpe a Torbo fácilmente
 y dio a Iuan Ynarauna tal herida
 que la armada cabeza por la frente
 cayó sobre los hombros dividida.
 Tira una punta, y a Picol valiente
 le echó fuera las tripas y la vida,
 pero en esta sazón inadvertido
 de más de diez espadas fue herido.
 
 Carga sobre él la gente forastera
 al rumor del estrago que sonaba,
 y cercándole en torno como fiera
 en confuso montón le fatigaba,
 mas él con gran desprecio de manera
 el esforzado brazo rodeaba,
 que a muchos con castigo y escarmiento
 les reprimió el furor y atrevimiento.
 
 Tanto en más ira y más furor se enciende
 cuanto el trabajo y el peligro crece,
 que allí la gloria y el honor pretende
 donde mayor dificultad se ofrece;
 lo más dudoso y de más riesgo emprende
 y poco lo posible le parece,
 que el pecho grande y ánimo invencible
 le allana y facilita lo imposible.
 
 El último escuadrón y más copioso
 su derrota y designio prosiguiendo,
 con paso aunque ordenado presuroso,
 por la tendida loma iba subiendo;
 y en el dispuesto llano y espacioso
 nuestro escuadrón del todo descubriendo,
 se detuvo algún tanto astutamente
 reconociendo el sitio y nuestra gente.
 
 Delante desta escuadra, pues, venía
 el mozo Galbarín sargenteando,
 que sus troncados brazos descubría,
 las llagas aún sangrientas amostrando.
 De un canto al otro a priesa discurría
 el daño general representando,
 encendiendo en furor los corazones
 con muestras eficaces y razones,
 
 diciendo: " ¡ Oh valentísimos soldados,
 tan dignos deste nombre, en cuya mano
 hoy la fortuna y favorables hados
 han puesto el ser y crédito araucano !
 Estad de la victoria confiados,
 que este tumulto y aparato vano
 es todo el remanente, y son las heces
 de los que habéis vencido tantas veces.
 
 " Y esta postrer batalla fenecida
 de vosotros, así tan deseada,
 no queda cosa ya que nos impida,
 ni lanza enhiesta, ni contraria espada.
 Mirad la muerte infame o triste vida
 que está para el vencido aparejada,
 los ásperos tormentos excesivos
 que el vencedor promete hoy a los vivos.
 
 " Que si en esta batalla sois vencidos
 la ley perece y libertad se atierra,
 quedando al duro yugo sometidos,
 inhábiles del uso de la guerra;
 pues con las brutas bestias siempre uñidos,
 habéis de arar y cultivar la tierra,
 haciendo los oficios más serviles
 y bajos ejercicios mujeriles.
 
 " Tened, varones, siempre en la memoria
 que la deshonra eternamente dura
 y que perpetuamente esta vitoria
 todas vuestras hazañas asegura.
 Considerad, soldados, pues, la gloria
 que os tiene aparejada la ventura,
 y el gran premio y honor que, como digo,
 un tan breve trabajo trae consigo.
 
 " Que aquel que se mostrare buen soldado
 tendrá en su mano ser lo que quisiere,
 que todo lo que habemos deseado,
 la fortuna con ella hoy nos requiere;
 también piense que queda condenado
 por rebelde y traidor quien no venciere,
 que no hay vencido justo y sin castigo
 quedando por juez el enemigo."
 
 De tal manera el bárbaro valiente
 despertaba la ira y la esperanza
 que el escuadrón apenas obediente
 podía sufrir el orden y tardanza;
 mas ya que la señal última siente,
 con gran resolución y confianza
 derribando las picas, bien cerrado,
 ir se dejó de su furor llevado.
 
 En el esento y pedregoso llano,
 que más de un tiro de arco se estendía,
 nuestro escuadrón a un tiempo mano a mano
 asimismo al encuentro le salía,
 donde con muestra y término inhumano
 y el gran furor que cada cual traía
 se embisten los airados escuadrones
 cayendo cuerpos muertos a montones.
 
 No duraron las picas mucho enteras,
 que en rajas por los aires discurrieron;
 las estendidas mangas y hileras
 de golpe unas con otras se rompieron.
 Hubo muertes allí de mil maneras,
 que muchos sin heridas perecieron
 del polvo y de las armas ahogados,
 otros de encuentros fuertes estrellados.
 
 Trábase entre ellos un combate horrendo
 con hervorosa priesa y rabia estraña,
 todos en un tesón igual poniendo
 la estrema industria, la pujanza y maña.
 Sube a los cielos el furioso estruendo,
 retumba en torno toda la campaña,
 cubriendo los lugares descubiertos
 la espesa lluvia de los cuerpos muertos.
 
 Hierve el coraje, crece la contienda
 y el batir sin cesar siempre más fuerte;
 no hay malla y pasta fina que defienda
 la entrada y paso a la furiosa muerte,
 que con irreparable furia horrenda
 todo ya en su figura lo convierte,
 naciendo del mortal y fiero estrago,
 de espesa y negra sangre un ancho lago.
 
 Rengo orgulloso, que al siniestro lado
 iba siempre avivando la pelea,
 de la roedora afrenta estimulado
 que en Mataquito recibió de Andrea,
 el ronco tono y brazo levantado
 discurre todo el campo y lo rodea
 acá y allá por una y otra mano,
 llamando el enemigo nombre en vano.
 
 Andrea, pues, asimesmo procurando
 fenecer la quistión, le deseaba;
 mas lo que el uno y otro iba buscando,
 la dicha de los dos lo desviaba,
 que el italiano mozo, peleando
 en el otro escuadrón, distante andaba,
 haciendo por su estraña fuerza cosas
 que, aunque lícitas, eran lastimosas.
 
 Mata de un golpe a Trulo y endereza
 la dura punta y a Pinol barrena,
 y sin brazo a Teguán una gran pieza
 le arroja dando vueltas por la arena;
 lleva de un golpe a Changle la cabeza
 y por medio del cuerpo a Pon cercena;
 hiende a Norpo hasta el pecho, y a Brancolo
 como grulla le deja de un pie solo.
 
 Veis, pues, aquí a Orompello, el cual haciendo
 venía por esta parte mortal guerra,
 que al gran tumulto y a voces acudiendo,
 vio cubierta de muertos la ancha tierra;
 y al ginovés gallardo conociendo,
 como cebado tigre con él cierra,
 alta la maza y encendido el gesto,
 sobre las puntas de los pies enhiesto.
 
 Fue de la maza el ginovés cogido
 en el alto crestón de la celada,
 que todo lo abolló y quedó sumido
 sobre la estofa de algodón colchada.
 Estuvo el italiano adormecido,
 gomita sangre, la color mudada,
 y vio, dando de manos por el suelo,
 vislumbres y relámpagos del cielo.
 
 Redobla otro gallardo mozo luego
 con más furor y menos bien guiado,
 que a no ser a soslayo, el fiero juego
 del todo entre los dos fuera acabado.
 El ginovés, desatinado y ciego,
 fue un poco de través, más recobrado,
 se puso en pie con priesa no pensada,
 levantando a dos manos la ancha espada.
 
 Y con la estrema rabia y fuerza rara
 sobre el joven la cala de manera
 que si el ferrado leño no cruzara,
 de arriba a bajo en dos le dividiera:
 tajó el tronco cual junco o tierna vara,
 y si la espada el filo no torciera,
 penetrara tan honda la herida
 que privara al mancebo de la vida.
 
 Viéndose el araucano, pues, sin maza,
 no por eso amainó al furor la vela,
 antes con gran presteza de la plaza
 arrebata un pedazo de rodela,
 y al punto sin perder tiempo lo embraza
 y, como aquel que daño no recela,
 con sólo el trozo de bastón cortado
 aguija al enemigo confiado.
 
 Hirióle en la cabeza, y a una mano
 saltó con ligereza y diestro brío
 hurtando el cuerpo, así que el italiano
 con la espada azotó el aire vacío.
 Quiso hacello otra vez, mas salió en vano,
 que entrando recio al tiempo del desvío,
 fue el ginovés tan presto que no pudo
 sino cubrirse con el roto escudo.
 
 Echó por tierra la furiosa espada
 del defensivo una gran pieza,
 bajando con rigor a la celada,
 que defender no pudo la cabeza.
 Hasta el casco caló la cuchillada,
 quedando el mozo atónito una pieza,
 pero en sí vuelto, viéndole tan junto,
 le echó los fuertes brazos en un punto.
 
 El bravo ginovés, que al fiero Marte
 pensara desmembrar, recio le asía
 pero salió engañado, que en este arte
 ninguno al diestro joven le exedía.
 Revuélvense por una y otra parte,
 el uno el pie del otro rebatía,
 intricando las piernas y rodillas
 con diestras y engañosas zancadillas.
 
 Don García de Mendoza no paraba,
 antes como animoso y diligente
 unas veces airado peleaba,
 otras iba esforzando allí la gente.
 Tampoco Juan Remón ocioso estaba,
 que de soldado y capitán prudente
 con igual diciplina y ejercicio
 usaba en sus lugares el oficio.
 
 Santillán y don Pedro de Navarra,
 Ávalos, Viezma, Cáceres, Bastida,
 Galdámez, don Francisco Ponce, Ybarra,
 dando muerte, defienden bien su vida;
 el fator Vega y contador Segarra
 habían echado aparte una partida,
 siguiéndolos Velázquez y Cabrera,
 Verdugo, Ruyz, Riberos y Ribera.
 
 Pasáronlo, pues, la al otro lado
 según la mucha gente que acudía,
 si don Felipe, don Simón, y Prado,
 don Francisco Arias, Pardo y Alegría,
 Barrios, Diego de Lira, Coronado
 y don Iuan de Pineda en compañía,
 con valeroso esfuerzo combatiendo,
 no fueran los contrarios reprimiendo.
 
 También acrecentaban el estrago,
 Florencio de Esquivel y Altamirano,
 Villarroel, Dorán, Vergara , Lago,
 Godoy, Gonzalo Hernández, y Andicano.
 Si de todos aquí mención no hago,
 no culpen la intención sino la mano,
 que no puede escrebir lo que hacían
 tantas como allí a un tiempo combatían.
 
 Sonaba a la sazón un gran ruido
 en el otro escuadrón de mediodía
 y era que el fiero Rengo embravecido,
 llevado de su esfuerzo y valentía
 se había por la batalla así metido
 que volver a los suyos no podía,
 y de menuda gente rodeado
 andaba muy herido y acosado:
 
 aunque se envuelve entre ellos de manera
 al un lado y al otro golpeando
 que en rueda los hacía tener afuera,
 muchos en daño ajeno escarmentando,
 pero la turba acá y allá ligera
 le va por todas partes aquejando
 con tiros, palos y armas enastadas
 como a fiera, de lejos arrojadas.
 
 Uno deja tullido y otro muerto,
 sin valerles defensa ni armadura;
 a quien acierta el golpe en descubierto
 del todo le deshace y desfigura;
 y el de menos efeto y más incierto
 quebranta brazo, pierna o coyuntura;
 vieran arneses rotos y celadas
 junto con las cabezas machucadas.
 
 Mas aunque, como digo, combatiendo
 mostraba esfuerzo y ánimo invencible,
 le van a tanto estrecho reduciendo
 que poder escapar era imposible;
 y por más que se esfuerza resistiendo,
 al fin era de carne, era sensible,
 y el furioso y continuo movimiento
 la fuerza le ahogaba y el aliento.
 
 Estaba ya en el suelo una rodilla
 que aun apenas así se sustentaba,
 y la gente solícita, en cuadrilla
 sin dejarle alentar le fatigaba,
 cuando de la otra parte por la orilla
 de la alta loma Tucapel llegaba,
 haciendo con la usada y fuerte maza,
 por dondequiera que iba larga plaza.
 
 Como el toro feroz desjarretado
 cuando brama, la lengua ya sacada,
 que de la turbamulta rodeado
 procura cada cual probar su espada,
 y en esto de repente al otro lado
 la cerviz yerta y frente levantada,
 asoma otro famoso de Jarama,
 que deshace la junta y la derrama,
 
 así el famoso Rengo ya en el suelo
 hincada una rodilla combatía
 en medio del montón que sin recelo
 poco a poco cerrándole venía,
 cuando el sangriento y bravo Tucapelo
 que por allí la grita le traía,
 viéndole así tratar, sin poner duda,
 rompe por el tropel a darle ayuda.
 
 Dejó por tierra cuatro o seis tendidos,
 que estrecha plaza y paso le dejaron,
 y los otros en círculo esparcidos
 del fatigado Rengo se arredaron,
 y contra Tucapel embravecidos,
 las armas y la grita enderezaron;
 mas él daba de sí tan buen descargo,
 que los hacía tener bien a lo largo.
 
 Llegóse a Rengo y dijo: " Aunque enemigo,
 esfuerza, esfuerza Rengo, y ten hoy fuerte,
 que el impar Tucapel está contigo
 y no puedes tener siniestra suerte;
 que el favorable cielo y hado amigo
 te tiene aparejada mejor muerte,
 pues está cometida al brazo mío,
 si cumples a su tiempo el desafío".
 
 Rengo le respondió: " Si ya no fuera
 por ingrato en tal tiempo reputado,
 contigo y con mi débito cumpliera,
 que no estoy, como piensas, tan cansado."
 En esto más ligero que si hubiera
 diez horas en el lecho reposado,
 se puso en pie y a nuestra gente asalta,
 firme el membrudo cuerpo y la maza alta.
 
 Tucapel replicó : " Sería bajeza
 y cosa entre varones condenada
 acometerte, vista tu flaqueza,
 con fuerza y en sazón aventajada.
 Cobra, cobra tu fuerza y entereza,
 que el tiempo llegará que esta ferrada
 te dé la pena y muerte merecida,
 como hoy te he dado claro aquí la vida."
 
 No se dijeron más y por la vía
 los dos competidores araucanos,
 haciéndose amistad y compañía,
 iban como si fueran dos hermanos.
 Guardaba el uno al otro y defendía,
 y así con diligencia y prestas manos,
 abriendo el escuadrón gallardamente,
 llegaron a juntarse con su gente.
 
 En esto a todas partes la batalla
 andaba muy reñida y sanguinosa,
 con tal furia y rigor, que no se halla
 persona sin herida, ni arma ociosa;
 cubre la tierra la menuda malla,
 y en la remota Turcia cavernosa
 por fuerza arrebatados de los vientos,
 hieren los duros y ásperos acentos.
 
 Era el rumor del uno y otro bando
 y de golpes la furia apresurada,
 como ventosa y negra nube, cuando
 de vulturno o del céfiro arrojada
 lanza una piedra súbita, dejando
 la rama de sus hojas despojada,
 y en los muros, los techos y tejados
 son con priesa terrible golpeados.
 
 Pues de aquella manera y más furiosa
 las homicidas armas descargaban,
 y con hondas heridas rigurosas
 los sanguinosos cuerpos desangraban.
 El gran rumor y voces espantosas
 en los vecinos montes resonaban;
 el mar confuso al fiero són retrujo
 de sus hinchadas olas el reflujo.
 
 Pero la parte que a la izquierda mano
 la batalla primera había trabado,
 donde por su valor Caupolicano
 contrastaba al furor del duro hado,
 a pura fuerza el escuadrón cristiano
 del contrario tesón sobrepujado,
 comenzó poco a poco a perder tierra
 hacia la espesa falda de la sierra.
 
 Fue tan grande la priesa desta hora,
 y el ímpetu del bárbaro violento,
 que por el araucano en voz sonora
 se cantó la vitoria y vencimiento.
 Mas la misma Fortuna burladora
 dio la vuelta a la rueda en un momento,
 en contra de la parte mejorada,
 barajando la suerte declarada.
 
 Que el último escuadrón, donde estribaba
 nuestro postrer remedio y esperanza
 metido en el contrario peleaba
 haciendo fiero estrago y gran matanza,
 que ni el valor de Ongolmo allí bastaba,
 ni del fuerte Lincoya la pujanza,
 ni yo basto a contar de una vez tanto,
 que es fuerza diferirlo al otro canto.
 
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