Jugarretas

AYUDADORES

A María Fernanda de Mélida

Mientras el niño se me duerme,
sin que lo sepa ni la tierra,
por ayudarme en acabarlo
sus cabellos hace la hierba,
sus deditos la palma-dátil
y las uñas la buena cera.
Los caracoles dan su oído
y la fresa roja su lengua,
y el arroyo le trae risas
y el monte le manda paciencias.

(Cosas dejé sin acabar
y estoy confusa y con vergüenza:
apenas sienes, apenas habla,
apenas bulto que le vean).

Los que acarrean van y vienen,
entran y salen por la puerta
trayendo orejitas de "cuye"
y unos dientes de concha-perla.

Tres navidades y será otro,
de los tobillos a la cabeza:
será talludo, será recto
como los pinos de la cuesta.

Y yo iré entonces voceándolo
como una loca por los pueblos,
con un pregón que van a oírme
las praderas y los cerros.

DOÑA VENENOS

Doña Venenos habita
a unos pasos de mi casa.
Ella quiere disfrutar
rutas, jardines y playas,
y todo ya se lo dimos,
pero no está apaciguada.

¿A qué vino de tan lejos
si viaja llevando su alma?
a los que nacen o mueren,
a los que arriban o zarpan,
y aunque son muchos sus días
¡no se cansa, no se cansa!

A qué vino de tan lejos
si viaja llevando su alma.
Pudo dejarla, sí, pudo,
en cactus abandonada,
y hacerse, cruzando mares,
otra de hieles "lavada".

¿A qué vino a ser la misma
bajo el país de las palmas?
Me la dicen, me la traen
todos los días contada ,
pero yo aún no la he visto
y me la tengo sin cara.
Cada día me conozco
árbol nuevo, bestia rara
y criaturas que llegan
a la puerta de mi casa.

¿Pero si no la vi nunca
cómo echo a la forastera?
Y si me la dejo entrar
¿qué hace de mi paz ganada,
qué de mi bien que es un árbol?

Todos me preguntan si
ya vino la malhadada
y luego me dicen que...
es peor si se retarda.

NACIMIENTO DE UNA CASA

Para Concha Romero James

Una casa va naciendo
en duna californiana
y va saltando del médano
en gaviota atolondrada.

El nacimiento lo agitan
carreras y bufonadas,
chorros silbados de arena,
risas que suelta la grasa,
y ya van las vigas-madres
subiendo apelicanadas.

Puerta y puertas van llegando
reñidas con las ventanas,
unas a guardarlo todo,
otras a darlo, fiadas.
Los umbrales y dinteles
se casan en cuerpos y almas,
y unas piernas de pilares
bajan a paso de danza...

Yo no sé si es que la hacen
o de sí misma se alza;
más sé que su alumbramiento
la costa trae agitada
y van llegando mensajes
en flechas enarboladas...

El amor acudiría
si ya se funde la helada,
y por dar fe, luz y aire,
hasta tocarla se abajan,
aunque se vea tan sólo
a medio alzar las espaldas...

Llegando están los trabajos
menudos, pardos y en banda,
cargando en gibados gnomos
teatinos, mimbres y lanas
que ojean buscando manos
todavía no arribadas...

Y baja en un sesgo el Ángel
Custodio de las moradas
volea la mano diestra,
jurándole su alianza
y se la entrega a la costa
en alta virgen dorada.

En torno al bendecidor
hierven cien cosas trocadas;
fiestas, bodas, nacimientos,
risas, bienaventuranzas,
y se echa una Muerte grande,
al umbral, atravesada...

Materias