Poema de Chile II

( Gabriela Mistral )

LUZ DE CHILE

¿Qué tendrán las piedras pardas
y los pedriscos y el légamo
que al más cascado lo llevan
alácrito de ardimiento?
Es como que el Valle hace
de camino y de viajero
y nos lleva liberados
de jornada y de aceceo.

La luz viva travesea
a donaire y devaneo
y da mirada de amante
rica de descubrimientos.
Prendidos a lo que amamos
vistas ni aromas perdemos
y por la luz que tuvimos
de muertos seguimos viendo.

Hermana loca la Ruta,
Madre Luz y Padre el Viento,
y tu Norte aventurero
no me faltéis que voy sola
con un huemul y un pergenio.

Lleva un lindo trotecito
el ciervo en Abel contento
y el Valle se nos anima
de sus locos corcoveos.

Por fin la sonrisa sube
al indio en corto chispeo
y a los tres ya no les pesa
el mundo que recibieron.

La luz del Valle Central
es la que nos da ardimiento,
hace ver el maizal
en muchachada que danza
y las melgas de frijoles
son un baile de muchachas.

Ella muda el nisperal
en cargazón de luceros;
de la higuera hace matrona
inmóvil por regadora;
de cada piedra hace otra
que es Reina y camina...

MANZANOS

La manzana como niña
se columpia en lo escondido
y su olor, de dulce y manso,
no arrebata los sentidos.
Huele a gracia y a bondad
cual la menta y el tomillo.
De lo dulce que comienza
para en mejilla de niño,
y juran los forasteros
que ella es lo mejor que hubimos.

Nos retiene todavía
el manzanar alto y fino,
será que se da con gusto
al que lo abaja sin ruido
y no le rompe la rama
ni lo agita y ataranta,
porque defiende los nidos.

—¿Sabes tú? Los extranjeros
nos disputan lo que hubimos
pero cubren de alabanzas
la manzana que les dimos.
Plántalas en cuanto crezcas,
no estarás arrepentido.

—Mama, repite otra vez
aquello, aquello que has dicho,
que vamos a tener todos
sí, sí, huerta... o huertecillo.
Pero tanto tiempo dicen
eso mismo y no ha venido.

—Cree ahora a quien lo dice.
la huerta viene en camino.

—¿Camino?

—Si, ya se acerca.
Está llegando, mi niño.


SALVIA

Vamos pasando un campillo
como bañado de gracia,
apretando sobre el pecho
como a tórtolas robadas,
el hálito de la menta
el ojo azul de la salvia,
el trascender del romero
y el pudor de la albahaca.
Corto con la mano de aire,
corto como desvariada
y, voleando el manojo,
les miento sus cuatro patrias;
la Castilla y la Vasconia,
la Provenza y la Campania.

Llegué al punto de su flor
y sus bodas azuladas.
Toda hierba amé, pero ésta
siempre fue mi ahijada.
Lento el hálito, ojos dulces
y este fervor que las alza.
Aquí estoy mirando cuatro
bultitos de encuclilladas,
tan atentas con sus dulces
cuellos de niñas alzadas.

Matas de azul no engreídas,
en su hálito balanceadas,
así apresurando azules
y volando aligeradas.

Esta siesta se la doy
y ellas me la dan sobrada.
Aunque les vuelvo sin bulto,
mera señal, bizca fábula.
¡Qué bien que estamos así
por el encuentro arrobadas!
Sobran la ruta y las gentes
y el tiempo que antes volaba.


MANZANILLAS

Ellas cogen, cogen, cogen,
sin manos las manzanillas,
y son no más que juguetes
del aire, o no más que niñas.

Apenas dejan detrás
al viejo con lagrimeo,
apenas van don Invierno
a meterse en su agujero,
haciendo “las que son nada”
ni van a ser en el huerto,
se están viniendo, se vienen
y apuntan como en secreto.

Tan negra, tan fea y muda
que Mama—Tierra parece
y de donde irán subiendo
las que de pronto aparecen.
Ay, les torcimos el nombre
y ni llamadas se vienen.
Y cuelli—alzadas y atentas,
ya no miran ni se vuelven.
Cuando pasamos mentándolas
apenas si se estremecen.

Margaritas, margaritas,
no aquellas otras que huelen
y viven sólo en jardines
como quien todo merece.
Esas son las tuberosas
Y son si acaso son parientes.
Las margaritas son estas
Cuyas cabecitas juegan
Como al irse y al volverse,
Porque el aire que las tiene
No deja, no, que sosieguen.

—Pero ¿por qué, por qué, di
Toman su nombre las gentes?

—Las gentes, esas se nombran
Así, así, por parecérseles.

—Mira, mío, que ocurrencia
Eso de hacerlas mujeres,
Con nosotras nunca el aire,
Ay, ay, así juguetea.

—Todos las cortan ¿por qué
Tu niño no ha de cogerlas?

—Yo no he visto que las gentes
Las pongan nunca en macetas.

—Déjalas. Bien basta que
Dios las siembre y las florezca.
Tanto le gustan a Él
Que en todas partes las siembra,
Como un loco, Tata Dios
En el aire las volea.

—Si te paras, si paramos,
Algún día, alguno, ¡ea!
Las vamos a sembrar, mama,
Al lado y lado en la huerta.

—No sembramos los fantasmas.

—¡Ah, de veras, pobrecita!
¿Lloras por eso? ¿Es que lloras?

—Sí, porque quise la Tierra
Y no sembré…


LA RUTA

¡Qué hermosa corre la ruta
de Rapel al río Laja
antes de que lluvia o nieblas
la pongan bizca o cegada!
Sin brazo alzado conduce
como nos lleva nuestra alma,
y va recta a su destino
si los Andes no la atajan
o le tuercen la aventura
como al amante y la amada.

Y esta ruta no va, no,
desnuda ni solitaria:
va asistida de poleos,
de hierbabuena y de salvias,
adulada de alamedas
o silabeada de cañas.

Por que de rasa y lampiña
no haya tedio la cuitada,
y por que la vagabunda
no pare en desesperada,
sigue, sigue, sin relajo,
como loca o embriagada.
¡Qué obsesión y voluntad
la cogió, la lleva y manda
para que no la detengan
la tormenta, la nevada,
el torrente, la pedrera
y el rodado que la alcanza...

Va zurcida de charoles
como la carne estropeada
y, a trechos, suelta unos visos
como de anguila empapada.
Por fin a la noche llega
libre de tropa y muladas
y la restaura el rocío
de la ancha noche estrellada.

Todos los colores caen
a la sierva y la humillada;
ella asusta en los ponientes
lamida de cobre en llamas
y en noches de luna embruja
cual Sulamita azulada.
Pero es más la Mujer—Ruta
en sus estameñas pardas,
nieta de Tahuantinsuyo
sin facciones, voz ni nada,
Mama Ocllo cargadora,
toda silencio y espaldas,
sin contar cuánto se sabe
por más que sepa mil fábulas.
¡Lleva, lleva y aunque arribe
nunca duerme en las posadas
y del amor que la lleva
será que corre embriagada!

Tan fiel que lleva, por más
que mude nombres y caras,
desde lo llano a lo pino,
voluble de alucinada
y en loco garabateo
de conflictos y de alianzas.

Los que marchan van alertas
como van las vivas aguas...
que la cuesta que el atajo,
que la gran piedra rodada,
que el tronco de laurel roto,
que el granizo, que la escarcha...
Húmeda, enjuta, callada,
recogiendo va las huellas
nuestras, como hijas amadas,
y sin fatiga ni tedio
las recuenta en las paradas:
madre nuestra en lo paciente,
lo fiel y lo resignada.

Días y días conduce
sin voluntad, como el llama,
y de repente la odiamos
por lo morosa o la larga,
y cuando ya nos rendimos
tomará nuestra jornada
pues de pronto no la vemos
ni oímos más nuestras plantas
y empieza un andar dormido
de Eternidades bienhadada,
y mujer, y bestia y niño,
como del viento llevados,
bruscamente despertarnos
en una aldea impensada
o en unas huertas que huelen
a vendimia consumada.

A ratos, la Ruta chilla
por el carro de manzanas,
o el tractor que va gimiendo
de maderas embalsamadas;
y la ofenden la tropilla
y el mayoral que la canta.

El mayoral de los Andes
nos mira empinado el ceño
—blanca el ansia, blanco el logro
y los escondidos fuegos.
Con alburas paternea
y nos aguza el deseo
y sin brazos nos sostiene
como los dioses sin cuerpo.

Están haciendo el curanto
mujeres encuclilladas
y lo hacen para alegría
y perdición, los cuitados
y las cuitadas que silban
y ríen enajenadas.

Todavía quien se acuerda
da con mano rebosada,
lo mismo si el hambre es Ángel
que si es gente perdularia.
En donde no son ciudades
pasa tal como pasaba:
que dos miradas se cruzan,
piden y dan sin palabras
y una cena de patriarca
llega como fabulada...

A pesar de tiempos duros
y Padrenuestros que fallan,
hacienda o rancho responden
al grito o a las palmadas.
¡Bendito el Dios que está vivo
y abaja tranqueras altas
y la cara del disco de oro
que acude como llamada
trayendo la taza humeante
que a los hambrientos alarga!

Danos un respiro, tú,
Ruta—chasqui sin paradas,
oye que en el viento viene
un rasgueo de guitarras,
y mujeres que las tañen
entre ardientes y quedadas.
¡Lo mismo te da aguardar
que llevarnos. apurada!

Suelta, Ruta, la tropilla,
que por fin se ve una granja
en donde están ordeñando
a gemelas rebosadas.
El señor que caminó
probaría estas jornadas
y tuvo sed y pedía
para toda su compaña.
Mira que el campo será
de Abraham, si nadie ataja...

La mi bestiecita hambrienta
éntrese por las cebadas,
porque vamos a pedir
a la dueña de vacadas
como quien cobra en el flanco
materno, leches sobradas.

Allégate, el indiecillo,
coge por ti y la compaña...
Hambre que tienes no dices
y siempre hay que adivinártela.
Pide, que el indio no niega,
tampoco los "caras—pálidas".

Come lento, bebe lento,
que por las veinte semanas
no sabemos cortar pan
ni beber espumas altas;
y entre un sorbo y otro sorbo,
mira a la mujer callada,
que en el temblor es María
y en lo preferida, Sara,
y ve los brazos ligeros
que siegan, al sol que abrasa,
mientras yo mascullo algo
parecido a acción de gracias.

LA CORDILLERA

I

Este día ya no digas
mas, que me la sigo viendo
y se me van a quedar
en los ojos veinte cerros.
¡Es la Patrona Blanca
que da el temor y el denuedo!

—¿Por qué no se acuesta nunca
y no se baja? No entiendo.
Yo jugaría con ella,
con susto, pero riendo;
mas ella está encocorada
y nunca, nunca baja a vernos.
La grito por si responde
y apenas contesta el eco.
¿Y siempre va a estar así,
mama? ¿Por qué estás riendo?

—Porque a la vez, tú la quieres
y a la vez, le tienes miedo.
Dicen que el cordillerano
mamó leche de dos pechos,
el uno blando y florido,
el otro taimado y recio.
La madraza de ojos fijos
sólo les copiaba el gesto,
y el vendimiador contento
y el fatigado minero,
rostro dichoso tenían
contando en hijos sus cerros,
y yo bien me la tenía
en las veras y en los sueños.

—Mama, pero eso que no habla
¿cómo es que algo te decía?

—No eran palabras, con gestos
iba diciendo y diciendo...

—¡Qué cara pones, la mama,
y lloras y no es de miedo!
Y ahora a causa de ti
siempre voy a estarme viendo
lo mismo que tú, y a urdir
con ella veras y cuentos...

Aunque queremos la Ruta
varia, ardiente y novelera,
y al mar buscamos oír
el duro grito y la endecha,
pasa siempre que volvemos
el rostro a la Madre cierta.
Cuando decae la marcha
y la garganta jadea
y nos miramos, tú, Ciervo,
y yo, la apunta—senderos,
cae la vista rendida,
sin buscarlo, sin saberlo,
sobre aquella Dama Blanca
que mira y mira sin gestos,
y la divina y la fiel,
puro amor y seguimiento,
la mirada nos devuelve,
como amando y entendiendo.

—¿A ti te ha querido, a ti,
que me pones ese gesto?,

—Tal vez. Eso parece
un sí y un no al mismo tiempo.

II

Andando va con nosotros
como un sueño verdadero,
casi tocando el costado
la dueña de nuestros cuerpos,
como una sola alma fiel
y con semblantes diversos.

Mirando recta hacia el niño,
haciendo señas al Ciervo,
y cerrándoseme a mí
en un nudo que le entiendo,
mi cordillera camina
con sus carnes y sus huesos.

Centaura y costumbre nuestra,
divina bestia sin tiempo,
aupada por el Espíritu
y abajada por los miembros,
así, entre Dios y nosotros,
existe en Pillán de fuego.

Cada uno de nosotros
la va ignorando y sabiendo;
le va hablando con la marcha
y con el entendimiento,
punzados y enardecidos
de su llameante arponeo.

Sin abajarse nos cubre,
lúcidos vuelve a los ciegos,
y en el tumbo de la sangre
nos amartillea el pecho:
alto yunque que nos hace
medio Arcángel, medio Hefesto.
Y así nos labra y nos urge
al filo de piedra y hielo.

Enderezados los tres
o sin alzar nuestros cuellos,
lo mismo la habemos como
al Dios de tactos inmensos:
la desvariamos dormidos
y la sabemos despiertos.

Su vertical nos retiene
o nos suben sus faldeos
que los tres le repechamos
en Pasión o regodeo.
Nunca la alcanzamos, pero
en el soñar la tenemos.

Vamos unidos los tres
y es que juntos la entendemos
por el empellón de sangre
que va de los dos al Ciervo
y la lanzada de amor que
nos devuelve, entendiendo,
cuando los tres somos uno
por amor o por misterio.

LA MALVA FINA

En la huerta de Mercedes,
que da su olor desde lejos,
lo que su dueña más quiere
y mima es la “malva fina”.
No la ves sino abajándote,
es persona escabullida,
¡para qué se ha de mostrar
si a tres pasos se adivina,
y la brisa más delgada
su nombre susurra y mima
y su aliento dice y dice
«malva fina», «malva fina»!

—Ya, ya, pero si la cojo,
también tú por ella gritas.

—Tómala, pero en poquito.
A ella la hicieron esquiva
y cuando la manosean,
se duele como una niña.

—¡Un solo gajito, uno!

—¡Cómo huele la bendita!

—(Por qué, mama, tú no tienes
ni un jardín, ni una matita
y eres errante y caminas,
así, con manos vacías?

—Menos averigua Dios *
que me crió peregrina.
No vas a olvidar andando
esta parada, esta cita
que tuviste en el camino
con yuyos y malvas finas.
Cuando sea que sosiegues,
cansado de polvo y vía,
y de esta mujer—fantasma
que se venía y se iba,
van a llegarte oleadas
de juncos y malva fina.
Yo sólo vendré si acaso
me cuentan que aún caminas,
porque como no me dejan
colarme por las «masías»,
sólo volverás a verme
si con un grito me obligas.
¡Yo estaré a tu lado como
la perdiz que en casas crían
y, aunque ni me oigas ni veas,
oye que bajo a la cita!

—¡Qué cosas dices, qué cosas!

—¡Ay, es cierto, y te vas yendo
y sigues y sigues, si,
ya... apenas si te veo!
¡...Pero te vas alejando,
ay, mama, te vas perdiendo!
Un poquito todavía...

Ibas conmigo, sí, ibas
y yo sólo te seguía.
Será cierto que no eras como la gente decía.
Ya no te veo, ya va
tragándote la neblina,
tal como se fue la mama.
Devuélvete, no me dejes.

Nada quedó, niebla indina
y unas mujeres que grifan:
¡Era cierto, sí, era cierto!
Y me van llevando ahora
y gritan que yo las siga.
Pero, ¿por dónde ella va?
Y si no es, ¿por qué camina?

Me llevan para sus casas
oscuras como las minas
y no la voy a ver más,
¡igual que la madre mía!
¿O era ella? —Sí, era ella,
gritan éstas. —¡Qué mentira!

* El refrán dice “Menos averigua Dios y perdona”.

RAÍCES

Estoy metida en la noche
de estas raíces amargas,
ciegas, iguales y en pie
que como ciegas, son hermanas.

Sueñan, sueñan, hacen el sueño
y a la copa mandan la fábula.
Oyen los vientos, oyen los pinos
y no suben a saber nada.

Los pinos tienen su nombre
y sus siervas no descansan,
y por eso pasa mi mano
con piedad por sus espaldas.

Apretadas y revueltas,
las raíces alimañas
me miran con unos ojos
de peces que no se cansan;
preocupada estoy con ellas
que, silenciosas, me abrazan.

Abajo son los silencios.
En las copas son las fábulas.
Del sol fueron heridas
y bajaron a esta patria.
No sé quien las haya herido
que al rozarlas doy con llagas.

Quiero aprender lo que oyen
para estar tan arrobadas.
Paso entre ellas y mis mejillas
se manchan de tierra mojada.

PERDIZ

Oye, ¿qué gime o qué llora?
Dime, dime, ¿qué le pasa?
Corre adentro del trigal
pero a trechos se descansa.
Es más grandota que pájaro
y lleva críos. ¿Es mama?

—A esas que corren las mientas
la Keu y la "Copeteada"
y andan desde el viejo tiempo
de poetas alabadas.
¡Y tú te ibas, como loco,
a coger a la cuitada!
Mírala, ella va corriendo
para cubrir su pollada.

—Mama, ve, no es para tanto,
le tocó ser gorda y parda.

—La hubo también y la hay
rojiza y aleonada.
Yo me quiero a la nortina
copetuda y agraciada.

—Mira qué gracia le da
lo de estar toda jaspeada.
Ya no se ve, siempre, siempre,
ha de pasar que me llamas
en el momentito mismo
de darle la manotada.
¡Cada bicho me lo asustas
y yo regreso sin nada!

—¡Ay, tienes tiempo sobrado
para hacer la villanada!
Los hombres se sienten más
hombres cuando van de caza.
Yo, chiquito, soy mujer:
un absurdo que ama y ama,
algo que alaba y no mata,
tampoco hace cosas grandes
de ésas que llaman "hazañas".

—Es que tú no eres "de veras",
y andas..., sí, como trocada.
Repíteme el nombre de ésa.

—Tiene varios, Keu la llaman.
Keu, Keu, allá en Atacama,
tuya i mía. Di: "Keu, Keu"
¡Tiene no sé qué de gracia!
En cuanto suben los trigos
y el maíz bate su caña,
un rumorcillo va y viene
que nos vuelve y que nos para
y nos persigue la vista
y a los tres nos ataranta.

Es doña Perdiz que busca
como comadre azorada,
porque, ¡oye! la ambiciosa
tiene el nido y la pollada.
Vuela y corre, para y sigue
de tres críos azorada.
Y menos vuela que corre,
porque ella nació pesada.
Corre y vuela con el pico
lleno de trigo y de granza.

—Mama ¡pero qué mal vuela!
¡casi la cogemos, mama!
Con que corramos ligero
le atrapamos la nidada.

—Pero vuelan, sí, también,
por la estación azoradas
las grandes señoras que
llaman apenas "torcazas"
y que son gruesas y hermosas
como las mejores damas.
¡Qué bien comidas parecen,
qué cortitas, pero qué anchas,
con nutridas plumazones
como de manos pintadas!
Ellas a la vez parecen
señoronas y aniñadas...
Un gritito corto nos
denuncia a las azoradas
y corren y medio vuelan
a la vez torpes y rápidas.
¡Qué vocecilla que tienen
estas señoras pintadas!
No te pongas a correrlas,
porque a la madre atarantas.
Ya basta con que el hambriento
las rastree hasta encontrarlas.
Ya corre, ya te despista,
ya se pierde, ya está salva.

Óyeles el tierno pío
que es mitad queja y llamada.
¡Cómo podremos tumbar
niña tan llena de gracia!

Se ve su "postura" con
cuatro huevecillos: ¡nada!
¡Que está cayendo la tarde
y vuelven a la nidada!
Una quisiera tenerme
sobre el pecho o en las faldas,
pero si me las atrapo
¡qué vergüenza de la hazaña!
Chiquito, ésa es la tórtola,
siempre corriendo apurada
por los "malhoras" que pasan
con diez hambres atrasadas.
Mejor fuera, si las cogen,
llevarlas a nuestras casas,
casi, casi, casi mansas.

—Mama, parece que lloran.

—Cállate que se atarantan.
Unas medran en la puna
y otras viven en las playas.
Yo creo que son los trigos
los que las cubren y amparan.
¡Ay, ay! me dan tal mirada
que apenas las he cogido
me las suelto avergonzada...

—Te pones tonta tú, dámelas.
¿No ves que cuesta atraparlas?

—¡Ah! ¿también tú? Sí, también
te aficionas a la "hazaña"
de matar cuanto te encuentras
por cerros y por llanadas.

—Pero si todos los niños,
toditos, te digo, matan.
¿Qué se te ocurre que coman
si está la carne tan cara?

—Ya me sé la cantilena.

—No te vuelvas chocha, mama,
ellas se comen la hierba
como unas desesperadas.

—Deja que maten los otros;
tú, mi chiquito, no lo hagas.

—Como tú no comes nunca
de esto no comprendes nada.
Te hago caso algunas veces
cuando hablas como hablabas,
cuando eras de carne y hueso
y vivías en las casas...
Ahora las gentes dicen
que eres cosa trascordada...

—¡Cómo te echan a perder
las comadres cuando te hablan!
Eres uno caminando
conmigo, la mano dada,
pero en cuanto te me escapas,
te me vuelcas como un jarro
y mudas de rostro y habla.

—Oye, pobrecita, óyeme:
ahora ya sé lo que pasa.
Me han contado las comadres
que tú eras, que tú fuiste,
que tuviste nombre y casa,
y bulto, y país y oficio;
pero ahora eres nonada,
no más que una "aparecida",
bulto que mientan fantasma,
que no me vale de nada.

—Sí, mi niño, yo sabía
que vendría una mañana
en que tu manita diestra
se soltaría asustada
de palpar y darte cuenta
de que es mano de fantasma...

Yo te vi sobre el desierto
como la liebre extraviada
y bajé, sin más, bajé
como la flecha apuntada.
Los hombres no quieren, no,
ver que marchan con fantasmas,
aunque así van por las rutas
y viven en sus moradas.

Yo te dejo, sin dejarte,
yo habré dos vidas bizarras;
llevaré el color del aire
y del mero aire las hablas.
Te haré cantar a la alondra
porque no escuches la rana;
te enseñaré a deletrear
la callada Vía Láctea,
te haré olvidar en el sueño
a la muerte malhadada.

—Oye, por qué a veces, vos
calláis, mi mama—fantasma,
y parece..., sí, parece
que contra alguno porfiaras.
Yo no veo a nadie, pero
es como que a alguien hablaras.
Sin razón de cargar nada,
el andar se te relaja.
Parece que respondieses
y yo no veo a quien hablas.

—Menos te pregunta tu ángel
guardián y te cuida y calla...
¿Y para qué has de saber
el nombre de tu "compaña"?
Muy bien que nos avenimos,
legua a legua, marcha a marcha.
Cuando se muera el camino
como raya cancelada
y llegues tú adonde ibas
te lo sabrás sin palabras.

Vuelva la cara a tu diestra
que hay un árbol de castañas
y puedes encaramarte
y no te va a pasar nada.
Yo de abajo te sostengo
sin más que darte mi espalda.

—¡Pero tú no tienes fuerzas,
mama. No tienes ni espaldas!

CASTAÑAS

—Trepa sin miedo, loquillo.
no precisas de mi espalda.

—¿Quién las tiraría, quién,
y se las dejó olvidadas?

—Será alguno que se hartó
y le quedaron sobradas.
Cógelas, no tengas miedo;
son sabrosas, «come y calla». *
Lo que está sobre la ruta
no se cobra ni se paga.

—¿Y no será que también
lo de la ruta se paga?
Mi madre decía que
en el mundo no se da nada.

—No acertaba, no, la ley
y el aire, y el hilo de agua,
y los cantos de los pájaros,
y el chañar y la «tunada»
todavía son de Dios:
tú no digas bufonadas.

—A que tú no puedes, no,
ir quebrando las castañas.
Sí, no puedes, porque no eres
mujer, sino que eres “ánima”.

—Pero yo no te doy miedo
sino a ratos. Marcha, marcha
y deja la cantilena:
que, al fin ya me dices «mama».

No quebrarlas con tus dientes,
tan lindos con tu «risada».
Coge dos piedras partidas.
Así, así, ve cómo saltan.

* Popular, en el sentido de “obedece y no repliques”.


MARIPOSAS

En pasando el frío grande
las mariposas han vuelto
y en el aire, amigo, va
un dulce estremecimiento
y las hojas del romero
baten de su ángel sin peso,
un ángel garabateado
como por veras y juego...

Alocadas, desvariadas,
ya cayó muerto el invierno;
ya va huido hacia los sures,
desprestigiado y maltrecho.
Y la Tierra buena moza,
con sus percales devueltos,
está así, como aturdida
de canto y luz y cerezos;
la explosión de los aromos,
el sonreír de los huertos,
y el brazo de las montañas
que celan sin pestañeo.
Y hasta el ciervo atolondrado
de tanto mirto y cerezo,
huele con el belfo en alto
el aire de olores densos.

Y así, polvoso y rendido,
corre por cuatro senderos
y de verle el mismo y otro
yo comprendo y no comprendo.

También tú, niño ganoso,
ya corres ocho senderos
y de ser otro y el mismo,
contigo casi no puedo.
Al fin se suelta tu lengua,
ahora, boca con miedo,
me atarantas a preguntas
y pareces indio nuevo.

Hablen y digan los míos
y canten en locos sueltos.
En todas las estaciones
el cantar aviva el seso
y pone a danzar el alma
como en su día primero.
Yo también, mero fantasma,
estreno unos ojos nuevos...

Gea siempre tiene más
palmas, alerces y cedros;
nosotros disminuimos
con cada soplo y aliento;
ella muda, crea, alumbra,
nosotros anochecemos.
Ella se queda; nosotros
“pasamos como los sueños”.
Llegamos un día, al otro
ni «somos ni parecemos».

El MAITÉN

Donde empiecen humedades
de oscuros suelos de riego
y salte el primer maitén,
la siesta la dormiremos.
Mira el maitén, miraló,
diaguita labios sedientos.
En el verdor él es mozo,
en lo amparador, abuelo.
El entrega su verdor
como cascada en despeño
y en la siesta vale más
que alerce y que piñonero.

Mira el maitén embobado
el hijito del desierto
y la bestezuela mueve
el rabo en caracoleo.


GARZAS

Quiere la gana de algunas
que en mi conflicto de garzas
yo me olvide de la gris
y me quede con la blanca,
pero tengo tentación
de quedar con la agrisada.
Tanto, tanto, tanto vi.
Vendrá mi hastío del blanco
de mis nieves apuradas;
vendrá de que en palomares
mimo siempre a la azulada;
vendrá de que el gris—azul ,
me acaricia la mirada.
Pero la blanca se tiene
tanta leyenda dorada
tanto la han cantado que
la van volviendo sagrada.
Y ya me cansa de fría,
de perfecta y de alabada.

FRUTAS

El valle Central está,
como los mostos, ardiendo
de pomar, de duraznales
y brazos de cosecheros
a trabazones de olores,
coloración y fermentos.

Los tendales de la fruta
llaman con verdes sangrientos
y a golpes de olor confiesan
los pomares y el viñedo,
y frutillares postrados
sueltan por el entrevero
un trascender que enternece
por lo sutil y lo denso.

Todo se mueve en un vaho
que nos pone el andar lento
por ver y por aspirar
en lo emboscado o confeso
y atisbar rostros y espaldas
volteados, de cosecheros.

Los troncos parecen vivos
de mozuelos y mozuelas
que trepan y que despojan
a saltos y a lagarteos.

Y los cestos van y vienen
con el peso y el arqueo
del vientre de nuestras madres
y son maravillamientos
la piel del albaricoque,
la pera, la piña al viento.

Lindas que pasan las granjas,
trascendedores los huertos;
pero nosotros no somos
ni señores ni pecheros
y nos vamos adentrando,
a maña y a manoteo,
en busca de hierbas locas,
altamisas y poleos,
en la greña y la maraña
por antojo nos perdemos,
entreabierto y pellizcando
pastos que no supo Homero.


FRUTILLAR

Vuela un olor delicado
y tímido y placentero,
delgado como la brisa,
íntimo como el aliento.
Lo había olvidado andando
campos de olores violentos
que se dicen y declaran
casi, casi como un grito.
Sí, sí, ya no recordaba
este aroma de embeleso.

Es el frutillar tendido
que crece callado y lento,
pero en la estación del fruto
se declara desde lejos
y hace torcer el camino
al distraído o al lelo.

El bulto del frutillar
se disimule en el huerto
y el pobrecillo se ignora
que su olor de cerca o lejos
lo denuncia y lo declara
y siempre lo está "vendiendo".

—Abájate, mi chiquillo,
hay frutas que estoy viendo.
Abájate, coge pocas
y deja algo a los que vienen,
y cógelas con cuidado
que él se tiene sus recelos.

—Otra vez vas a decirme
que el frutillar tiene miedo.

—Sí, que lo tienen por unos
que lo revuelven sin seso.

—Voy, voy, pero te descansas.
Que no te rindas. Parece
y que tu cuerpo no es cuerpo.
Por eso ya voy creyendo
que eres fantasma sin sueño.
Pero te sigo y te sigo
y de tanto acompañarte
¿tú no lo ves? Ya te quiero...

No cuesta nada coger
frutillas, aquí las tengo.
¿Que no las comes, que no?
Son maduras, estás viendo.
Las hueles, las vas contando
y no las comes. No entiendo.
Y te pones a entonar
y ese canto es extranjero.
¿De dónde te lo sacaste?
No cantan eso en mi pueblo.

—Es que yo quiero que cantes
para acortar el sendero.
Aunque siempre lo hice mal,
yo canté con alma y cuerpo.

—Tú quieres decir, repite, Mama,
"yo canté con alma y cuerpo".

—Mal se portó mi garganta,
poquito menos el cuerpo.
Unos me decían ¡sigue!
otros me daban denuestos.
Ahora me vengo acordando,
porque cansado te veo,
que aquel cantar me aliviaba
de mucho, casi de todo,
todo, todo lo olvidaba.
Las gentes se me reían
de la voz y las palabras
y yo seguía, seguía...

CHILLÁN

La ciudad de amansaderas,
curtidores y alfareros,
tiene tendones heridos
y un no sé qué de lo huérfano,
y a medio alzarse nos cuenta
de su tercer nacimiento.

El Volcán baja a buscarla
como quien busca su oreo.
Pero ella, que es mujer,
le hurta el abrazo tremendo,
y de todo tiempo dura
su amor sin aplacamiento.

Él juega en todas las rondas,
vuelto niño de su tiempo.
Da a Eduardo su romance
y a Manuel sopla sus cuentos
y a Pablo le hace cantar
su más feliz canto nuevo.

Él baja por no olvidar
la Cordillera,
la madraza araucaria,
la feria del chillanejo.

Y cuando baja, lo sigue
por la vertical del vuelo
Doña Isabel, y se adentra
por éste y el otro pueblo
donde un corro de mujeres
baila bailes de su tiempo;
y entre una y otra danza,
nos averigua si habemos
más pan, más leche y contento.
Y ahora le vamos a contar
que cunden cosas y puertos.

Doña Isabel se retarda,
Bernardo vuelve contento
y después, después, los dos
vuelven tejiendo el comento.

En la presencia callada
y viva, es el largo aliento
de uno que vive en
mundo como un sacramento
que en la caída nos alza
y en la lentitud da el vuelo.
Él frecuenta a los ancianos
y llega a los nacimientos,
y acude a las bodas
y amortaja a nuestros muertos.

Por la feria de Chillán
donde rebrillan en cercos
maíces, volaterías,
riendas, estribos, aperos,
cruzaremos sin pararnos
y azuzados del deseo,
porque la que va en fantasma
voz no lleva ni dineros.

Arden eras chillanejas.
Todo Chillán es fermento.
Toda su tierra parece
ofrenda, fervor, sustento,
y salta una llamarada
que nos da a mitad del pecho.
Ternuras balbuceamos
al Padre, oídos abiertos,
y Él mira y oye a sus tres
carrizos calenturientos.

Dejen que lo mire largo
en el último reencuentro,
que lo beba fijamente
hasta que imposible sea verlo
y que sus memorias vayan
bajando como en deshielo.

Por esta tierra que mira
con pestañas abrasadas
y unos barbechos de oro
y un trascender de retamas.

Encumbraría el Bernardo
cometas pintarrajeados,
mestizo de ojos de lino,
hombros altos, cejas bravas.

Voces de doña Isabel
venían en la venteada.
Pero tirado en maíces
el mozo oía otras hablas,
la oreja puesta en la tierra
y la vista desvariada.
A otro grito el cimarrón
apenas se enderezaba,
y volvía a dar la oreja
a la greda y a las pajas
y a lo que ellas le decían.

Doña Isabel lo quería
suyo y lo mismo la Parda,
y el Bernardo entre las dos
como un junquillo temblaba.
La Parda se lo luchaba
y de vuelta, trascordado,
las dos sílabas mascaba
y sería de esa brega
la luz que lo iluminaba.

BOLDO

Pasamos alborotados
de una ola de fragancia.
Demorar, mi niño, el paso,
gozar al aire su gracia.
Tan austeros como viejos
druidas en acción de gracias,
convidando con su gesto
a tomarlos de posadas.
Mienten sus hojas por rudas
que no son cosa cristiana,
pero vuelan por el mundo
sus hojas hospitalarias.
Corta, ponlas en tu pecho,
aunque son duras, son santas
y responden al que pasa
con su dulce bocanada.

—Dijiste que donde son
los árboles cosa santa
allí vamos a dormir
y a recogerles la gracia.

—Sí, sí, chiquito, olvidé.
Yo me llamo "Trascordada".
Aquí se duerme sin pena
doblando la trebolada.
Agradece, cara al cielo,
resplandores y fragancias.
¡Qué mal que duermen los hombres
en su agujero de casas!
Se desperdician las yerbas
y la ancha noche estrellada.
Acuesta al Ciervo con cuido
¡No se vaya de jarana!
Lo rodeas con el brazo
y le resobas la espalda.

—Se llama lomo dijiste.
¿Ves como estás trascordada?

NOCHE ANDINA

La noche de nuestra Patria
de estrellas acribillada
en cedazo a lo divino
está colando las almas.
Hierve así del esplendor
como una Escritura Santa.
¿Por qué será que dormimos
cuando ella dice palabras
que el Día se desconoce
y que sólo de ella bajan?

Tanto fervor tiene el cielo,
tanto ama, tanto regala,
que a veces yo quiero más
la noche que las mañanas.

—¿Qué dices, qué, mama mía,
que no quieres la mañana?

—¿Es que sabéis nuestros nombres
mas que se los sabe el alma?
¿Qué miráis y qué veis, para
palpitar como azoradas?
O es que sólo nos decía:
Olvidad vuestra jornada
para que olvidada se alce
la memoria trascordada.

Arde, palpita, conversa
la Madre Noche estrellada,
anula faenas, cuidos,
y borra ruta y jornada.
Era mentira que el Día
canta, cuenta, y sabe y ama.
Es la Noche la nodriza
que sabe, que vela y canta,
la clara y profunda noche
de las manos alargadas.

Nos habla el tapiz de fuego
con urgidoras palabras.
Parece como que cantan,
de nuestro amor embriagadas.

Ay, perdimos en un tiempo
que la memoria nos guarda
por culpa que no sabemos
la lengua en que nos habla.
Las estrellas siguen dando
en densa leche dorada
sus pulsaciones ardientes
su exigencia apasionada.
Juntad las señas dispersas
y que bajen en palabras.
Arded más por ayudarnos.
Ya casi sois llamaradas.
Ya parece que cantáis
una estrofa única y alta.

—No deis más, que somos sólo
un niño, un cervato y este
atribulado fantasma.

—Mama, no sigas hablando,
me pones susto en el sueño.

CONSTELACIONES

El Toro, el Toro se siente
dueño de Tierra y de Cielo.
Será que mira de lo alto
vencedor siempre al violento,
pero la ley de la Tierra
no le vale para el Cielo:
y él dura y dura embistiendo
sin alcanzarlo al Cordero
y su mugido no asusta
ente alguno de los cielos.
Y el otro, el Cordero, bala
como un dulce niño eterno.

Aunque nos cuenten que luchan
como locos los Gemelos
no te lo creas es que juegan
en un confín de los cielos.

El Cangrejo asusta, pero
sólo te crispa por feo
y es escándalo en el cielo.

El León brilla y gobierna
el ímpetu que le dieron,
pero es un cruzado que
mata árabes bandoleros...
Y dura y dura su lucha
en la Tierra y en los Cielos...

La Virgen, mírala tú,
está a las madres durmiendo
y suelta a gajos canciones
de cuna, que le bebemos,
y esa canción por el gusto
y el dejo la conocemos.

La Balanza es poco amada
de ladrones y violentos
y aquí abajo, cada día,
nos la herimos sin saberlo.

El Escorpión te lo sabes
cuando hay en la ruta un muerto
y le cerramos los ojos
cargándolo hacia su pueblo.

El Sagitario, ése apunta
a cosas que no sabemos,
pero nunca alcanza el blanco
y lo derrota el misterio.

Al Chivo, señor de ovejas,
lo llaman Contra—Cordero.

Acuario, el dueño de fuentes,
es el Aguador del Cielo.


LA TENCA

Como que ella nada fuese
por la color deslavada,
quédate bajo el peral
hasta que cante en su rama.

—¿Y cuánto espero? ¿Hasta que
de cantar le dé la gana?

—Pero no nos ve y por eso
ya empieza desaforada.

—Mama, mejor canta el tordo
cuando mira a su nidada.

—Qué ganas de hacer disputa,
mi niño, cuando eso canta.
Aunque cantaban arriba,
yo bajé de donde estaban
y bajé, chiquito, sólo
por ver mi primera Patria,
y porque te vi vagar
como los cuerpos sin alma.
Calla tú ahora, que ya
no revuela y canta y canta.
¿Le has matado alguna cría?
Di.

—Pero esa no cantaba.

—No cantan cuando es tu antojo,
sino haciendo la nidada.

—Tanto que ya me enseñaste,
pero no a cantar tonada.
¿Tú no aprendiste a cantar
con esos que arriba cantan?

—Cuando ya calle la tenca
sigues tú. ¿No dices nada?
Tan lindo cantó la madre
que yo, fijo, la escuchaba,
trepándome a sus rodillas
y escuchando embelesada.
El canto no me dormía,
que fui niña desvelada.
Pero calla y déjame
oírme esa bienhadada.

—¿Bienhadada dices? —Sí.
Tal vez ellas tengan hada.

—Pero fuiste tú la que
me contaste que no hay hadas.

—Porque querías hallártelas
y no se buscan, que se hallan...

—Siempre, siempre tu diciendo
un sí y un no. ¿Por qué, Mama?

—Porque algunas cosas son
a la vez buenas y malas,
tal como ocurre con hojas
de un lado aterciopeladas
y con el otro te dejan
con la palma ensangrentada.
Casi no parecen hojas,
parecen mujeres malas.

CAMPESINOS

Todavía, todavía
esta queja doy al viento:
los que siembran, los que riegan,
los que hacen podas e injertos,
los que cortan y cargan
debajo de un sol de fuego
la sandía, seno rosa,
el melón que huele a cielo,
todavía, todavía
no tiene un "canto de suelo".

De tenerlo, no vagasen
como el vilano en el viento,
y de habérmelo tenido
yo no vagase como ellos,
porque nací, te lo digo,
para amor y regodeo
de sembrar maíz que canta,
de celar frutillas lento
o de hervir, tarde a la tarde,
arropes sabor de cielo,

Pero fue en vano de niña
la pela y el asoleo,
y en vano acosté racimos
en sus cajitas de cuento,
y en vano celé las melgas
de frutillares con dueño...
porque mis padres no hubieron
la tierra de sus abuelos,
y no fui feliz, cervato,
y lo lloro hasta sin cuerpo,
sin ver las doce montañas
que me velaban el sueño,
y dormir y despertar
con el habla de cien huertos
y con la sílaba larga
del río adentro del sueño.

REPARTO DE TIERRA

Aún vivimos en el trance
del torpe olvido y el gran silencio,
entraña nuestra, rostros de bronce,
rescoldo del antiguo fuego,
olvidados como niños
y absurdos como los ciegos.

Aguardad y perdonadnos.
Viene otro hombre, otro tiempo.
Despierta Cautín, espera Valdivia,
del despojo regresaremos
y de los promete—mundos
y de los don Mañana—lo—haremos.

El chileno tiene brazo
rudo y labio silencioso.
Espera a rumiar tu Ercilla,
indio que mascas recuerdos
allí en tu selva madrina.
Dios no ha cerrado sus ojos,
Cristo te mira y no ha muerto.

Yo te escribo estas estrofas
llevada por su alegría.
Mientras te hablo mira, mira,
reparten tierras y huertas.
¡Oye los gritos, los "vivas"
el alboroto, la fiesta!

¿Te das cuenta? ¡Entiende, mira!
Es que reparten la tierra
a los Juanes, a los Pedros.
¡Ve correr a las mujeres!

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