Tala: Recados

RECADO DE NACIMIENTO PARA CHILE

Mi amigo me escribe: "Nos nació una niña."
La carta esponjada me llega
de aquel vagido; y yo la abro y pongo
el vagido caliente en mi cara.

Les nació una niña con los ojos suyos,
que son tan bellos cuando tiene dicha,
y tal vez con el cuello de la madre
que es parecido a cuello de vicuña.

Les nació de sorpresa una noche
como se abre la hoja del plátano.
No tenía pañales cortados
la madre, y rasgó el lienzo al dar su grito.

Y la chiquita se quedó una hora
con su piel de suspiro,
como el niño Jesús en la noche,
lamida del Géminis, el León y el Cangrejo,
cubierta del Zodíaco de enero.

Se la pusieron a la madre al pecho
y ella se vio como recién nacida,
con una hora de vida y los ojos
pegados de cera...

Le decía al bultito los mismos primores
que María la de las vacas, y María la de las cabras:
"Conejo cimarrón", "Suelta de talle"... (1)
Y la niña gritaba pidiéndole
volver donde estuvo sin cuatro estaciones...

Cuando abrió los ojos,
la besaron los monstruos arribados:
la tía Rosa, la “china” Juana,
dobladas como los grandes quillayes
sobre la perdiz de dos horas.

Y volvió a llorar despertando vecinos,
noticiando al barrio,
importante como la Armada británica,
sin querer aplacarse hasta que todos hubiesen sabido...
Le pusieron mi nombre,
para que coma salvajemente fruta,
quiebre las hierbas donde repose
y mire el mundo tan familiarmente
como si ella lo hubiese creado, y por gracia...

Mas añadieron en aquel conjuro
que no tenga nunca mi suelta imprudencia,
que no labre panales para osos
ni se ponga a azotar a los vientos...

Pienso ahora en las cosas pasadas,
en esa noche cuando ella nacía
allá en un claro de mi Cordillera.

Yo soñaba una higuera de Elqui
que manaba su leche en mi cara.
El paisaje era seco, las piedras,
mucha sed, y la siesta, una rabia.

Me he despertado y me ha dicho mi sueño:
—"Lindo suceso camina a tu casa."

Ahora les escribo los encargos:
No me le opriman el pecho con faja.
Llévenla al campo verde de Aconcagua,
pues quiero hallármela bajo un aromo
en desorden de lanas, y como encontrada.

Guárdenle la cerilla del cabello,
porque debo peinarla la primera
y lamérsela como vieja loba.
Mézanla sin canto, con el puro ritmo
de las viejas estrellase.

Ojalá que hable tarde y que crezca poco;
como la manzanilla está bien.
Que la parturienta la deje
bajo advocación de Marta o Teresa.
Marta hacía panes
para alimentar al Cristo hambreado
y Teresa gobernó sus monjas
como el viejo Favre sus avispas bravas...

Yo creo volver para Pascua
en el tiempo de tunas (2) fundidas
y cuando en vitrales arden los lagartos.
Tengo mucho frío en Lyon
y me abrigo nombrando el sol de Vicuña.

Me la dejarán unas noches
a dormir conmigo.
Ya no tengo aquellas pesadillas duras
y vuelta el armiño, me duermo tres meses.

Dormiré con mi cara tocando
su oreja pequeña,
y así le echaré soplo de Sibila.
(Kipling cuenta de alguna pantera
que dormía olfateando un granito
de mirra pegado en su pata ... ) (3).

Con su oreja pequeña en mi cara,
para que, si me muero, me sienta,
pues estoy tan sola
que se asombra de que haya mujer así sola
el cielo burlón,

y se para en tropel el Zodíaco
a mirar si es verdad o si es fábula
esta mujer que está sola y dormida.

(1) Expresión popular chilena que quiere decir desparpajada y donairoso a la vez.
(2) Higos chumbos.
(3) Kipling no cuenta nada... Cita para honrar a don Palurdo, gran citador...

RECADO A LOLITA ARRIAGA, EN MÉXICO

Lolita Arriaga, de vejez divina,
Luisa Michel sin humo y barricada,
maestra parecida a pan y aceite
que no saben su nombre y su hermosura,
pero que son los «gozos de la Tierra»,

Maestra en tiempo rojo de vikingos,
así ambulante entre vivacs y rayos,
cargando la pollada de niños en la falda
y sorteando las líneas de fuego con las liebres.

Panadera en aldea sin pan, que tomó Villa,
porque no le lloraran los chiquitos, y en otra
aldea del azoro, partera a medianoche,
lavando al desnudito entre los silabarios.

O escapando en la noche del saqueo
y el pueblo ardiendo, vuelta salamandra,

con el recién nacido colgado de los dientes
y en el pecho terciadas las mujeres.

Providencia y perdón de tus violentos,
cuyas torvas azota Huitzilopochtli, el negro,
«porque todos son buenos, alanceados del diablo

que anda a zancadas a medianoche haciendo locos»...

Comadre de las cuatro preñadas estaciones,
que sabes mes de mangos, de mamey y de yucas,
mañas de raros árboles, trucos de injertos vírgenes;
floreal y frutal con la Cibeles madre.

Contadora de «casos» de iguanas y tortugas,
de bosques duros alanceados de faisanes,
de ponientes partidos por cuernos de venados
y del árbol que suda el sudor de la muerte.

Vestida de tus fábulas como el jaguar de rosas,
cortándolas de ti por darlas a los otros
tejiéndome a mí el ovillo del sueño
con tu viejo relato innumerable.

Bondad abrahámica de Lola Arriaga,
maestra del Señor enseñando en Anáhuac,
sustento de milagro que me dura en los huesos
y que afirma mis piernas en las siete caídas.

Encuentro tuyo en la tierra de México,
conversación feliz en el patio con hierba,
casa desahogada como tu corazón,
y escuela tuya y mía que es nuestro largo abrazo.

Madre mía sin sueño, velándome dormida
del Odio que llegaba hasta la puerta
como el tigrillo, se hallaba tus ojos,
y se alejaba con carrera rota...

Los cuentos que en la Sierra a darme no alcanzaste
me los llevas a un ángulo del cielo,
¡En un rincón sin volteadura de alas,
dos atónitas viejas, las dos diciendo a México
con unos ojos tiernos como las tiernas aguas
y con la eternidad del bocado de oro
sobre la lengua sin polvo del mundo!

RECADO PARA LAS ANTILLAS

I

La isla celebra fiesta de la niña.
El Trópico es como Dios absoluto
y en esos soles se muere o se salva.

Anda el café como un alma vehemente;
en venas anda, de valle o montaña
y punza el sueño de niños oscuros:
hierve en el pan y sosiega en el agua.

De leño tiene su casa la niña
y llega el viento del mar a su cama;
llega en truhán con olor de plantíos
y entran en él toronjales y cañas.

La niña lee un poema de Blake
y de San Juan de la Cruz una estancia;
cuenta sus años y saltan los veinte
como polluelos que están en nidada...

Se los sabía y no los sabía;
en huevos de oro le colman la falda:
cuando pasea son veinte flamencos;
cuando conversa son veinte calandrias.

Ella se acuerda de Cuba y Castilla;
de adolescencias de ayer y de infancias.
Niña jugó bajo un árbol del pan
y amó de amor en las Córdobas blancas.

Cantan sus muros de fábulas locas;
cuando se duerme, más alto le cantan;
toda canción que cantaron los hombres
ellos las tienen, las silban, las danzan;

Van por los muros en aves o víboras
cuando ella duerme a la cara le bajan
el Siboney y la india Guarina,
el Mar Sargasso y el Barco Fantasma.

La negra sirve un café subterráneo,
denso en el vértigo, casto en la nata.
Entra partida de su delantal,
de risa grande y bandeja de plata.

Yo, que no estoy, yo le digo que llegue<
tosca y divina como es una fábula,
y mientras bebe la niña su néctar,
la negra dice su ensalmo de magia.

Sale corriendo a encontrar sus amigas,
grita sus nombres de tierras cristianas.
Se llaman dulce, modoso o agudo:
Águeda, Juana, Clarisa, Esperanza.
Y entre ellas cruzan revoloteando
locas palomas pardi—jaspeadas.

Los mozos llegan a la hora de siesta,
son del color de la piña y el ámbar.
Cuando la miran la mientan «su sangre»,
cuando consiente, la dicen «la Patria.»

En medio de ellos parece la piña,
entre su mata ceñida de espadas.
En medio de ellas será flambuayana
fuego que el viento tajea en mil llamas.

La aman diversa y nacida de ellos,
como los lagos se gozan sus garzas.

Y otra vez caen y vuelan sesgueando
palomas rojas y amoratadas.

II

Ahora duerme en cardumen de oro
del cielo tórrido, junto a las palmas,
adormecida en su Isla de fuego,
pura en su tierra y en su agua antillana.

Duerme su noche de aromas y duerme
sus mocedades que aún son infancias.
¡Duerme su patria que son tres Antillas
y los destinos que están en su raza!

RECADO A RAFAELA ORTEGA, EN CASTILLA

Sabiduría de Rafaela Ortega,
hallazgo en la vía,
copa de plata ganada en mi viaje.
Se me rompe tu cara
en los cien países cruzados,

y voy a juntarla
y a colgarla en el muro de todas mis casas.

En una comisura la paciencia,
la piedad en la otra, y al medio, la sonrisa;
gotas de aceite dorado que tiemblan,
las dos iguales como las cejas.

Grueso cuerpo sin marchas y ademanes dormidos,
algodones candeales que se van y se vienen.
Modo de hablar de madeja de lapa,
tan suave, tanto, que engaña al rebelde,
porque es gobierno de cuanto la toca,
imperceptible y ceñido gobierno.

Si me lo enseña, volteo este mundo,
mudo los cerros y tuerzo los ríos

y hago que dancen muchachos y viejos
sin que ellos sepan que danzan sonámbulos...

Caminar suave que el aire no parte,
para hospitales con caras volteadas
y con oídos que son inefables;

o para playas con siestas de niños
hundidos como pollada en la duna.
Ella en un ruedo de lienzos volando
sin que su viento le grite en la cofia
ni le rezongue la guija a los pies...

Vino después de su tiempo. Ha dejado
por cortesía pasar a los otros,
que se llamaban Quiroga y Las Casas.
No llegó a América a darnos oficios
—viejos oficios en tierra doncella—
y yo por ella, perdí para siempre,
anchos telares cruzando mi cara,
el rollo de unos tapices vehementes
y el azureo muslín de una jarra.

Rojez de prisa, no se la miraron;
carrera loca, no le conocieron.
Una reina perdió su reino,
por no galopar rompiendo los céspedes
y llegar a día y hora de repartos.

Su único pecado yo se lo conozco:
se quedó sola; reza y borda sola,
sin nube de amor sobre su cabeza
y sin arrayán de amor a su espalda,
pecado en tremenda tierra de Castilla,
donde las aldeas de soledad gritan
a cielo absoluto y tierra absoluta...

Sabiduría de Rafaela Ortega,
tarde llegó a sazonarme la lengua.
¡Igual que la oveja lame la sal gema
para un corazón que va al matadero,
yo la he conocido de paso a la muerte,
y la dejo aquí contada y bendita!

RECADO PARA LA "RESIDENCIA DE PEDRALBES", EN CATALUÑA

La casa blanca de cien puertas
brilla como ascua a mediodía.
Me la topé como a la Gracia,
me saltó al cuello como niña.

La patria no me preguntaron,
la cara no me la sabían.
Me señalaron con la mano
lecho tendido, mesa tendida,
y la fiebre me conocieron
en la cabeza de ceniza.

La palma entra por las ventanas,
el pinar viene de las colinas,
el mar llega de todas partes,
regalándole Epifanía.

La tierra es fuerte como Ulises,
el mar es fiel como Nausica.

Me miran blando las que miran;
blando hablan, recto caminan.
No pesa el techo a mis espaldas,
no cae el muro a las rodillas.
El umbral fresco como el agua
y cada sala como madrina;
la hora quieta, el muro fiel,
la loza blanca, la cama pía.
Y en silla dulce descansando
las Noemíes y las Marías.

De Cataluña es la aceituna
y el frenesí del malvasía;
de Mallorca son las naranjas;
de las Provenzas, el habla fina.
Unas manos que no se ven
traen el pan de gruesa miga
y esto pasa donde se acaba
Francia y es Francia todavía...

Los días son fieles y francos
y más prieta la noche fija.
Por los patios corre, en espejos
y en regatos, la mocería.
El silencio después se raya
de unos ángeles sin mejillas,
y en el lecho la medianoche,
como un guijarro, mi cuerpo afila.

Hacía años que no paraba,
y hacía más que no dormía.
Casas en valles y en mesetas
no se llamaron casas mías.
El sueño era como las fábulas,
la posada como el Escita;
mi sosiego la presa de agua
y mis gozos la dura mina.

Pulpa de sombra de la casa
tome mi máscara en carne viva.
La pasión mía me recuerden,
la espalda mía me la sigan.
Pene en los largos corredores
un caminar de cierva herida,
y la oración, que es la Verónica,
tenga mi faz cuando la digan.

¡Volteo el ámbito que dejo,
miento el techo que me tenía,
marco escalera, beso puerta
y doy la cara a mi agonía!

RECADO A VICTORIA OCAMPO, EN LA ARGENTINA

Victoria, la costa a que me trajiste,
tiene dulces los pastos y salobre el viento,
el mar Atlántico como crin de potros
y los ganados como el mar Atlántico.
Y tu casa, Victoria, tiene alhucemas,
y verídicos tiene hierro y maderas,
conversación, lealtad y muros.

Albañil, plomero, vidriero,
midieron sin compases, midieron mirándote,
midieron, midieron...
Y la casa, que es tu vaina,
medio es tu madre, medio tu hija...
Industria te hicieron de paz y sueño;
puertas dieron para tu antojo;
umbral tendieron a tus pies...

Yo no sé si es mejor fruta que pan
y es el vino mejor que la leche en tu mesa.
Tú decidiste ser "la terrestre",
y te sirve la Tierra de la mano a la mano,
con espiga y horno, cepa y lagar.

La casa y el jardín cruzan los niños;
ellos parten tus ojos yendo y viniendo;
sus siete nombres llenan tu boca,
los siete donaires sueltan tu risa
y te enredas con ellos en hierbas locas
o te caes con ellos pasando médanos.

Gracias por el sueño que me dio tu casa,
que fue de vellón de lana merino;
por cada copo de tu árbol de ceibo,
por la mañana en que oí las torcazas;
por tu ocurrencia de "fuente de pájaros" (1)
por tanto verde en mis ojos heridos,
y bocanada de sal en mi aliento:
por tu paciencia para poetas
de los cuarenta puntos cardinales...

Te quiero porque eres vasca
y eres terca y apuntas lejos,
a lo que viene y aún no llega;
y porque te pareces a bultos naturales:
a maíz que rebosa la América
—rebosa mano, rebosa boca—,
y a la Pampa que es de su viento
y al alma hija del Dios tremendo...

Te digo adiós y aquí te dejo,
como te hallé, sentada en dunas.
Te encargo tierras de la América,
¡a ti tan ceiba y tan flamenco,
y tan andina y tan fluvial
y tan cascada cegadora
y tan relámpago de la Pampa!

Guarda libre a tu Argentina
el viento, el cielo y las trojes;
libre la Cartilla, libre el rezo,
libre el canto, libre el llanto,
el pericón y la milonga,
libre el lazo y el galope
¡y el dolor y la dicha libres!
Por la Ley vieja de la Tierra;
por lo que es, por lo que ha sido,
por tu sangre y por la mía,
¡por Martín Fierro y el gran Cuyano (2)
y por Nuestro Señor Jesucristo!


(1) Victoria Ocampo ha hecho en su jardín de Mar del Plata una fuentecita mínima de piedra donde beben los pájaros. Y la alimenta...

(2) Nombre popular chileno de José de San Martín, nuestro héroe común.

Anexo a "Recados"

Las cartas que van para muy lejos y que se escriben cada tres o cinco años, suelen aventar lo demasiado temporal —la semana, el año— y lo demasiado menudo —el natalicio, el año nuevo, el cambio de casa—. Y citando, además, se las escribe sobre el rescoldo de una poesía, sintiendo todavía en el aire el revoloteo de un ritmo sólo a medias roto y algunas rimas de esas que llamé entrometidas, en tal caso, la carta se vuelve esta cosa juguetona, tirada aquí y allá por el verso y por la prosa que se la disputan.

Por otra parte, la persona nacional con quien se vivió (personas son siempre para mí los países) a cada rato se pone delante del destinatario y a trechos lo desplaza. Un paisaje de huertos o de caña o de cafetal, tapa de un golpe la cara del amigo al que sonreíamos; un cerro suele cubrir la casa que estábamos mirando y por cuya puerta la carta va a entrar llevando su manojo de noticias.

Me ha pasado esto muchas veces. No doy por novedad tales caprichos o jugarretas: otros las han hecho y, con más pudor que yo, se las guardaron. Yo las dejo en los suburbios del libro, "fuora dei muri", como corresponde a su clase un poco plebeya o tercerona. Las incorporo por una razón atrabiliaria, es decir, por una loca razón, como son las razones de las mujeres: al cabo estos Recados llevan el tono más mío, el más frecuente, mi dejo rural en el que he vivido y en el que me voy a morir.

Fuente Internet:

http://www.gabrielamistral.uchile.cl/poesiaframe.html

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