DE LA TIERRA A LA LUNA

CAPÍTULO IV

La voz contraria viene desde lejos

Si bien el proyecto de Barbicane había agrupado en torno a la empresa, gran número de admiradores, un hombre, uno sólo en todos los Estados de la Unión, protestó contra la tentativa del Club del Cañón. Su oposición causó más efecto a Barbicane que los aplausos de todos los demás. Era el capitán Nicholl y residía en Filadelfia.

Se trataba de un sabio, gran forjador de blindajes. No bien Barbicane inventaba un nuevo proyectil, Nicholl presentaba un nuevo blindaje. El presidente del Club del Cañón se pasaba la vida ideando la manera de abrir agujeros y el capitán Nicholl pasaba la suya estudiando el medio de impedir que los abriesen.

Nicholl se aparecía en sueños a Barbicane en forma de coraza impenetrable. Y, no obstante, personalmente no se conocían. Y quizá fuera mejor así, pues, dado lo belicosos que ambos eran, se hubieran encontrado en el campo del honor y con un arma en la mano.

—Cierto que últimamente las cosas no se habían presentado bien para el presidente del Club del Cañón. En los experimentos realizados en último lugar, los proyectiles cilindro-cónicos de Barbicane se quebraron como alfileres al chocar contra las corazas de Nicholl, por cuyo motivo éste se creyó victorioso. Pero cuando Barbicane substituyó los proyectiles cónicos con bombas esféricas de seiscientas libras de peso, el capitán no tuvo más remedio que callar y soportar la humillación.

Inmediatamente Nicholl empezó a bombardear a Barbicane con cartas en las que rebatía sus proyectos. Pero el presidente del Club continuó su obra sin hacer caso de sus ataques.

Nicholl trató entonces la cuestión desde otros puntos de vista y no se recató en considerar el experimento como altamente peligroso, tanto para, los que manipularan en él como para las poblaciones emplazadas en las inmediaciones del deplorable cañón.

A través de la prensa hizo saber al público que el proyectil no llegaría al término de su viaje y volvería a caer sobre la Tierra y que la caída dé una masa tan enorme, multiplicada' por el cuadrado de la distancia, comprometería gravemente algún punto del globo.

Nadie compartió su opinión ni tuvo en cuenta sus aciagos vaticinios. La gente le dejó que se desgañitase y no logró atraerse ni a uno sólo de los admiradores de Barbicane.

El irascible capitán, fuera de sí, puso en juego su propio bolsillo. Hizo la siguiente apuesta a Barbicane, contenida en una carta y reproducida por la prensa.

Apostó lo siguiente:

"1.000 dólares a que no reuniría los fondos necesarios para llevar a cabo el proyecto.

" 2.000 dólares a que la fundición de una pieza de 30 metros de longitud sería irrealizable.

" 3.000 dólares a que el cañón reventaría al primer disparo.

"4.000 dólares a que sería imposible cargar el ""Columbiad"" o cañón y que la pólvora se inflamaría por la sola presión del proyectil.

" 5.000 dólares a que el proyectil no ascendería seis millas y volvería a la Tierra algunos segundos después de haber salido de la boca del cañón".

Al acabar la lectura de la carta, el presidente del Club del Cañón había adoptado su decisión. Pocas horas después el capitán Nicholl recibía un telegrama redactado en estos términos: "Baltimore, 18 octubre. Apostado Barbicane ". .

El proyecto, tal como estaba la situación, tenía que pasar a ser una realidad. Barbicane apresuró los preparativos.

Faltaba aún por resolver una cuestión importante: la elección del lugar que reuniese condiciones favorables para el experimento. El observatorio de Cambridge había recomendado que el tiro fuese perpendicularmente en el plano del horizonte; es decir, hacia el Cenit.

Naturalmente, también esta cuestión se debatió en el Club del Cañón, ante un gran mapa de la nación. Y por fin se escogió Tampa-Town, en Florida, luego de una guerra declarada entre esta parte del territorio y Texas. Cada una defendió su mejor derecho para cobijar en su seno al potente cañon que se construiría.

Pero la batalla la gana Florida, y será desde ahí de donde despegue la nave cañón que llevará al hombre a la Luna.

Ahora bien, estaba en pie el financiamiento del proyecto. Ningún particular ni ninguna institución estaban en condiciones de costearlo por sí solos.

—A toda la Tierra le asiste el derecho de intervenir en los asuntos de su satélite –dijo Barbicane en el Club del Cañon–. Abriremos una suscripción de acciones en el mundo entero.

A los tres días de haberse publicado en todo el mundo la noticia del proyecto, el Club recibía donativos por más de cinco millones de dólares. Y no en concepto de préstamo, sino de donativo. Los fondos siguieron afluyendo posteriormente.

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