DE LA TIERRA A LA LUNA

CAPÍTULO XI

SACANDO CONCLUSIONES

No ha sido fácil olvidar las simpatías con que el mundo entero acompañó a los tres intrépidos viajeros cuando emprendieron su sin par empresa. Su regreso, ¿no iba a provocar iguales reacciones de los millones de espectadores que habían invadido la península floridana? No cabía duda de que ahora todo el mundo quería oír y ver a Barbicane, Nicholl y Miguel Ardán. Y en todas partes serían recibidos como lo sería el profeta Elías cuando vuelva a la Tierra. Este deseo iba a ser una realidad muy pronto para todos los habitantes de la Unión americana.

Barbicane, Miguel Ardán, Nicholl y los delegados del Club del Cañón llegaron sin tardanza a Baltimore, donde fueron recibidos con indescriptible entusiasmo. Las notas del presidente Barbicane estaban próximas a publicarse. El "New York Herald" compró aquel manuscrito a un precio que aún se ignora, pero que debió ser elevadísimo. De hecho, la tirada de aquel periódico llegó a cinco millones de ejemplares durante la publicación del Viaje a la Luna. Tres días después del regreso de los viajeros a la Tierra, se conocían ya los menores detalles de su expedición; no quedaba más que ver a los héroes de aquella empresa sobrehumana.

La exploración de Barbicane y de sus amigos alrededor de la Luna había permitido comprobar las diferentes teorías existentes respecto del satélite de la Tierra. Aquellos sabios lo habían observado en directo, y en condiciones particulares.

El Club del Cañón deseaba celebrar naturalmente el regreso del más ilustre de sus miembros y de sus dos compañeros, y dispuso un banquete, pero un banquete digno de los triunfadores y del pueblo americano, y realizado en tales condiciones que pudieran participar en él todos los habitantes de la Unión.

Todas las estaciones de la línea de los ferrocarriles del Estado se pusieron en comunicación por medio de carriles volantes. En todas las estaciones, empavesadas con las mismas banderas y adornadas del mismo modo, se dispusieron mesas servidas uniformemente. A horas determinadas con exactitud por medio de relojes eléctricos que iban al segundo, se invitó a las respectivas poblaciones a sentarse a las mesas del banquete.

Durante cuatro días, desde el 5 al 9 de enero, los trenes estuvieron suspendidos como lo están el domingo en todos los ferrocarriles de la Unión y todas las vías quedaron expeditas.

Sólo una locomotora de gran velocidad, arrastrando un vagón de honor, tuvo derecho a circular durante esos cuatro días por los ferrocarriles de los Estados Unidos.

La locomotora, conducida por un fogonero y un mecánico, llevaba como huésped de honor al honorable J. T. Maston, secretario del Club del Cañón. El vagón estaba reservado al presidente Barbicane, al capitán Nicholl y a Miguel Ardán.

Corrían a una velocidad de 360 kilómetros por hora, pero esa velocidad no podía compararse a la que había llevado a los tres heroicos aventureros cuando salieron del "Columbiad".

De esta manera fueron visitando ciudad por ciudad; en cada una las poblaciones estaban sentadas a las mesas, saludándolos con iguales exclamaciones de júbilo. Recorrieron la Unión de un extremo al otro, por el Este y el Oeste, y Norte y el Sur, y después de pasar por Washington llegaron a Baltimore, y durante esos cuatro días, se hicieron la idea de que los Estados Unidos de Norteamérica, asistiendo a una larga mesa de un banquete único, y enorme, los saludaban simultáneamente con los mismos hurras.

La apoteosis era realmente digna de esos tres héroes; la fábula los hubiese incorporado a la categoría de semidioses.

Ahora bien. Esta tentativa sin precedentes en la Historia, ¿dejaría alguna conclusión práctica? ¿Se establecerían en el futuro comunicaciones con la Luna? Algún sistema de locomoción, ¿permitiría visitar los soles que brillan como luciérnagas en el firmamento?

Sería difícil responder a estas preguntas. Pero quien conoce el audaz ingenio de la raza anglosajona, no podría extrañarse si los americanos intentan sacar provecho del viaje del presidente Barbicane y sus amigos. De modo que poco después del regreso de los viajeros espaciales el público recibió con entusiasmo el anuncio de la formación de una Sociedad en Comandita, cuyo capital sería de cien millones de dólares divididos en acciones de mil dólares cada una, y que operaría bajo el nombre de Sociedad Nacional de Comunicaciones Interestelares. Barbicane figuraba como presidente; vicepresidente, el capitán Nicholl; secretario administrativo, J. T. Maston, y director de movimientos, Miguel Ardán.

Y se designó por adelantado, como juez comisario, al honorable Harris Troloppe y como síndico, a Francis Dayton. Corresponde al temperamento de los americanos preverlo todo, inclusive el fracaso en los negocios.

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