Fernando Álvarez de Sotomayor

El hombre que da consistencia y unidad a la Generación de 1913 en Chile es el español Fernando Álvarez de Sotomayor, nacido en 1875, quien, desde su cátedra de pintura en la Academia, infundió nuevos gustos a los jóvenes artistas chilenos.

Su llegada al país, en 1908, contratado por el gobierno chileno como profesor de la Academia, concitó la atención del ambiente cultural, debido a que venía precedido de un importante prestigio como ganador  en 1899  del "Premio de Roma", donde destacó por sus desarrolladas habilidades técnicas.

"Escena gallega", Álvarez de Sotomayor

Álvarez de Sotomayor no trajo las concepciones de vanguardia, que en ese momento se experimentaban aceleradamente en el viejo continente, y su trabajo podría definirse, más bien, como académico y apegado al gusto oficial. De todos modos, tiene el mérito de incorporar algunos procedimientos técnicos desconocidos e inexplorados, hasta esa fecha, en estas latitudes.

Sus enseñanzas se remitieron a la tradición realista hispana, centrada en la figura capital de Velázquez , que realiza la construcción volumétrica sobre una pincelada suelta y el color-valor, provenientes de los mismos objetos. En Álvarez de Sotomayor la definición del volumen se realiza por una pincelada ancha y una paleta variada, aunque dominada por los pardos profundos.

Al maestro le interesaba captar e infundir en sus alumnos la pasión por lo auténtico, expresado en las tradiciones, costumbres y personajes populares; es decir, los pequeños acontecimientos de la vida cotidiana elevados a la condición de arte.

Recordemos que el Chile conocido por este español a principios de siglo era en gran parte rural y con ciudades en lento crecimiento. El paisaje estaba dominado por amplias avenidas, mucha vegetación, edificios de escasa altura; en tanto que el conjunto de la sociedad evidenciaba procesos de transformación, yuxtaponiéndose elementos ancestrales y signos de modernización.

Las lecciones de Álvarez de Sotomayor calaron hondo en sus discípulos, despertando un espíritu subyacente en la cultura chilena; pues, a pesar del afrancesamiento de la burguesía criolla en el siglo XIX, se reconoció explícitamente el sincretismo indígeno-español, arraigado tras trescientos años de dominio colonial. Apelar a la hispanidad significaba reconocer la profundidad de un tiempo en el cual se traspasaron las instituciones, lenguaje, religión, gustos y formas de comportamiento, desde la península al nuevo continente.

Es esta visión del mundo la que Álvarez de Sotomayor revitaliza en su trabajo pictórico; sus lecciones no resultaban del todo extrañas en una cultura formada al alero español.

El cuadro Escena gallega, que se conserva en el Museo de Bellas Artes, es una buena síntesis del "hábil toque que sabe dar a las texturas de las frutas la cerámica, las mantillas de las mujeres, el tono de la piel y, más que todo, la intensidad con que vibran los rojos por la vecindad de los castaños", al decir del profesor Ricardo Bindis. Esta obra debió significar para la muchachada del trece un llamado de alerta y una verdadera poética de cómo fijar una realidad, recurriendo a sensibilidad y acabada técnica.

La figura del maestro español ha sido ensombrecida durante mucho tiempo por los alcances que lograron sus discípulos, quienes tomaron lo central de sus enseñanzas, buscando luego senderos propios, como el expresionismo y otros estilos.

Tras su regreso a España, Álvarez de Sotomayor siguió su carrera triunfal y fue nombrado pintor de Cámara de Alfonso XIII, luego, director del Museo del Prado y más tarde, Director de la Academia de San Fernando. Falleció en 1960.