El incendio

(León Tolstoi)

Por ser el tiempo de la cosecha, los hombres y las mujeres andaban en el campo, y en la aldea sólo se hallaban los niños y los ancianos. Una abuela con sus tres nietos había quedado en su casita y, como hacía mucho frío, encendió unos leños en la cocina y se sentó a descansar. Las moscas zumbaban, y para librarse de ellas la anciana se cubrió la cabeza con una toalla. Así, no tardó en quedarse profundamente dormida.

Fue entonces cuando Nasha, que acababa de cumplir tres años, se sintió dueña del lugar. Cogió un cucharón y, con bastante dificultad, logró sacar algunas brasas que acarreó hasta el zaguán. Allí habían dejado un montón de gavillas de trigo, y la niñita puso las brasas debajo de éstas. Luego sopló, tal como lo veía hacer a su madre y a su abuela cuando avivaban el fuego. Al observar que el trigo se encendía rápidamente, regresó al interior de la casa y, muy satisfecha con su hazaña, fue a buscar a su hermanito Kiriusha, que recién estaba aprendiendo a caminar.

—¡Mira, Kiriusha, qué lindo fuego encendí! —alcanzó a decir, observando que el zaguán se iba llenando de humo.

Las gavillas crepitaban y Nasha sintió miedo. Trató de ir a la cocina, a llamar a la abuela, pero Kiriusha tropezó en el umbral, se golpeó la nariz y se puso a llorar. Ahora Nasha estaba realmente asustada y sólo atinó a refugiarse con el niño debajo de una mesa.

Entre tanto, la abuela no escuchaba nada, y seguía durmiendo.

Vania, el hermano mayor, tenía ocho años y se hallaba jugando en la calle. De pronto miró hacia su casa y vio el zaguán envuelto en una nube. Sin pensarlo dos veces, corrió, gritando.

—¡Abuelita...! ¡Abuela...! ¡Incendio!

La vieja despertó sobresaltada y por unos momentos se olvidó de todo. Sólo atinó a salir a la calle, para pedir ayuda.

Nasha continuaba oculta, silenciosa, paralizada por el susto, hasta que, inesperadamente, Kiriusha volvió a estallar en llanto. Al oírlo, Vania miró hacia el lugar desde donde provenían los lamentos del niño y ordenó con fuerza:

—¡Nasha..., Kiriusha, salgan de ahí! ¡Corran!

La niñita obedeció y corrió arrastrando a su hermanito, pero el humo y las llamas, que se extendían desde el zaguán, formaban una barricada que impedía el paso, y tuvieron que retroceder.

Vania fue hasta la ventana y la abrió, indicándole a Nasha que salieran por allí. Cuando ella saltó hacia el exterior, Vania cogió a Kiriusha, tratando de llevarlo hasta la ventana. Sin embargo, el niño se resistía y lloraba a gritos, llamando a su mamá y a la abuela.

El fuego ya había agarrado la puerta de calle en el momento en que Vania logró que el niño sacara la cabeza por la ventana, y aún aferraba sus manitos al alféizar. Desesperado, el hermano mayor mandó entonces:

—¡Nasha, tómalo por la cabeza y tíralo hacia afuera!

Al mismo tiempo, él lo empujó violentamente desde el interior. Luego saltó Vania, y todos se salvaron.

Materias