Ignacio Carrera Pinto

Ignacio Carrera Pinto nació en Santiago, el 5 de febrero de 1848. Hijo de don José Miguel Carrera Fontecilla y de doña Emilia Pinto Benavente.

Heredero del histórico apellido Carrera, adquirió desde la cuna un compromiso de honor: emular al abuelo y tíos abuelos, valientes soldados en la lucha por la emancipación y mártires de una noble y justa causa.

Desde muy pequeño Ignacio José se deleitaba jugando en el interior de su casaquinta, en medio de los árboles frutales y un gran parrón. A los diez años galopaba por los callejones de Peñaflor montando en pelo briosos caballos. Llevaba pues aquel niño, en la sangre, el distintivo de los hombres audaces. Y cuando a los doce años quedó huérfano de padre, se vio enfrentado, prematuramente, a encarar la vida. No se amilana; abandona sus estudios y se dedica al negocio del arreo de ganado. Cruzó la Cordillera de los Andes y se estableció en Mendoza por diez años.

En 1871 regresó a Santiago.

La guerra le sorprendió cuando recién cumplía los 31 años de edad. Fiel a su tradición familiar, abandona en el acto lo que más quería para enrolarse en el Ejército voluntariamente. él era un Carrera y como tal iría al frente de batalla para ser un digno hijo de la raza chilena.

Se alistó como Sargento en el Regimiento de Infantería Esmeralda. Allí Carrera tomaba parte en los exhaustivos ejercicios de combate en pleno desierto, bajo el mando directo del afamado Coronel Santiago Amengual.

Su espíritu de lucha, de sacrificio, de responsabilidad y de compañerismo sería debidamente reconocido por superiores y subalternos.

Iniciada en 1880 la Campaña de Tacna y Arica, partió el Sargento Carrera, siempre en su Regimiento, encuadrado esta vez en la 1ª División, luego de la reorganización del Ejército Expedicionario. El Esmeralda iba ahora al mando de su nuevo jefe, el Comandante Adolfo Holley, con un total de 1.200 plazas.

El 8 de abril de 1880 iniciaba el desplazamiento la 1ª División por el camino de la costa. Tras la vanguardia avanzaba el 7º de LINEA. Fue en esta endemoniada marcha donde José mostró el temple y el corazón de un descendiente de los Carrera. Su espíritu de lucha, de sacrificio, de responsabilidad y de compañerismo sería debidamente reconocido por superiores y subalternos.

Aquella larga espera de Carrera tocaba a su fin, pues su inicio como combatiente se efectuaría nada menos que en la Batalla de Tacna (1880).

Así, guiados por Ignacio Carrera, el caudillo, escribirían con su sangre la página más sublime y heroica de la Guerra del Pacífico .

El Sargento Ignacio Carrera demostró aquel día que era un héroe nato, consumado. Mantuvo la fe de sus hombres en el triunfo final y, no obstante haber sido herido por un proyectil enemigo, acompañó a sus soldados en el asalto postrero, que condujo a los de 7º hasta la misma ciudad de Tacna, a la caída de esa tarde de gloria. Carrera Pinto fue ascendido al grado de Subteniente.

Y vino la Campaña de Lima. Ahora, encontramos al flamante Subteniente Ignacio Carrera en el histórico Regimiento Chacabuco, 6º de Línea.

Ocupada Lima, Ignacio Carrera ascendió al grado de Teniente, otorgándosele una corta licencia para visitar a los suyos en Santiago. Sería su último viaje a la tierra natal; el adiós a sus verdes campos, a sus límpidos cielos, a sus entrañables amistades.

A comienzos del año 1882, el Ejército peruano del Centro, integrado por fuerzas regulares y guerrilleros, la mayoría indígenas, era reorganizado en Ayacucho por su General Andrés Avelino Cáceres. Seguidamente, contramarchó en dirección a lzcuchaca con la intención de batir por separado a las pequeñas guarniciones chilenas que ocupaban una serie de puntos serranos, apartados entre sí por largas distancias. Entre aquellos puntos estaba el pueblo de La Concepción.

Su guarnición militar chilena había sido relevada por la 4ª Compañía del Batallón Chacabuco, el día 6 de julio del citado año. La Unidad estaba al mando del Capitán Ignacio Carrera Pinto, recientemente ascendido. Tenía como segundo oficial al Subteniente Arturo Pérez Canto. Su fuerza la integraban el Sargento 1º Manuel Jesús Silva, un Sargento 2º, cuatro Cabos y 57 soldados. Además, habían quedado en La Concepción otros dos oficiales: los Subtenientes Julio Montt Salamanca, de la 5ª Compañía, convaleciente de tifus y Luis Cruz Martínez, de la 6ª agregado. También, nueve soldados de diferentes Compañías, todos del Chacabuco, y el soldado Pedro González, de la 1ª Compañía del Batallón Lautaro. Estos últimos diez soldados, exentos del servicio por enfermedades. Total general: 77 hombres.

Cuando el domingo 9 de julio, alrededor de las 14.30 horas, los cantinelas dieron la voz de alarma al divisar cómo se descolgaba por las laderas de los cerros vecinos una cantidad impresionante de guerrilleros, el Capitán Ignacio Carrera impartió serenamente sus órdenes. Con la pistola en su diestra, los ojos radiantes de ansiedad y el pecho henchido de patriotismo, se aprestó a cumplir con el deber. Como los soldados de la Vieja Guardia, él y sus queridos muchachos morirían primero antes que rendirse. El General Cáceres relata en sus memorias que los chilenos "corrieron a apostarse en las bocacalles de la plaza. Y allí opusieron obstinada resistencia a las primeras acometidas de los guerrilleros, causando a éstos numerosas bajas, pero sin lograr rechazarlos".

Rodeados por los cuatro costados, el Capitán Carrera ordenó replegarse al cuartel. Los enfermos habían empuñado igualmente las armas y disparaban desde el edificio, protegiendo la retirada de sus camaradas. La lucha se tornó dramática. Muchos eran ya los chilenos que han caído y si las bajas peruanas son elevadas, en nada influyeron, pues seguían apareciendo nuevos guerrilleros. El Coronel Gastó, que se encontraba en las cercanías, llegó a La Concepción, según el parte del Comandante Ambrosio Salazar, al mando de una columna de soldados y de "masas considerables" de refuerzos.

Con las últimas horas de la tarde la lucha no disminuía; arreciaba. El Capitán Carrera hizo varias salidas con sus hombres cargando a la bayoneta. En la última, recibió una dolorosa herida de bala en el brazo izquierdo. A la medianoche, los guerrilleros intentaron incendiar el cuartel e hicieron forados en las murallas para lanzar explosivos y teas inflamadas, pero nada arredró a sus defensores. En un momento de repliegue de los peruanos, faltos de munición, el Capitán Carrera Pinto se lanzó -a pesar de su herida- en un audaz asalto con una veintena de soldados. Cayeron algunos guerrilleros y los demás desaparecieron entre las casas vecinas. Cuando regresaban al cuartel, una bala disparada a mansalva destrozó el pecho del joven Capitán de los 77. Rodó por el suelo sin exclamar un quejido. Con gritos de dolor y de rabia, sus fieles chacabucanos lo arrastraron hacia el edificio que los cobijaba. Lo colocaron cuidadosamente en la que fuera su oficina. Lo contemplaron unos segundos y luego de saludar militarmente aquellos despojos inmortales, salieron de la pieza para continuar combatiendo hasta el final, como lo hiciera "su Capitán".

Cuando Ignacio José Carrera Pinto partió a la guerra, había asistido con su madre, hermanos y novia a una comida de despedida que le dieran sus amigos y parientes. Al agradecer, de pie, la cariñosa manifestación de afecto, dijo unas palabras que presagiaban un destino aciago, pero glorioso:

-"Voy a la guerra -expresó- a dejar en alto el ilustre nombre de mis antepasados, los Generales Carrera o a buscar una bala loca en el combate. Si no vuelvo, por lo menos MI CORAZON regresará a Chile".

Consumado el holocausto de La Concepción, el Comandante del Batallón Chacabuco, Marcial Pinto Agüero, tuvo la afortunada idea de ordenar que fueran extraídos los nobles y ardientes corazones del Capitán Carrera Pinto y sus tres oficiales con el objeto de enviarlos a Chile. Ello, como un consuelo para sus deudos y como una fuente infinita de sublime inspiración ciudadana.

El corazón de Carrera Pinto y el de los tres Subtenientes fueron llevados a Lima, permaneciendo allí hasta marzo de 1883. Aquel año, al término de la guerra, serían trasladados con los máximos honores a Santiago. Quedaron depositados en el Museo Militar.

El 9 de julio de 1911, luego de un solemne acto de reconocimiento médico de los corazones, la urna que los contenía fue conducida -en medio de una apoteosis general- a la Iglesia Catedral de Santiago. Portaban la sagrada caja cuatro alféreces de la Escuela Militar en tenida de parada, llevando además, un cartel con el nombre de los oficiales héroes. Tras ellos, marchaban 73 veteranos de la guerra, alzando, igualmente, un rótulo con el apelativo de cada uno de los heroicos soldados de La Concepción. El augurio de Ignacio Carrera Pinto, de volver al menos su corazón, se había cumplido.

"El 9 y 10 de julio de 1882 se transformaría desde entonces en la luz radiante de una alborada que rememora periódicamente aquella hazaña, bajo un marco de imponente fervor ciudadano."

Ignacio Carrera Pinto: "el Capitán de los setenta y siete..." Joven jefe de un puñado de soldados de infantería que supo legarnos, en una lección prodigiosa, la ruta a seguir: ¡Victoria o muerte! Su valor indomable -herencia de la sangre de los Carreras-. Sus oficiales, suboficiales, clases y soldados de la 4ª Compañía del Batallón Chacabuco, 6º de Línea, en un apretado haz de voluntades, escogerían el holocausto supremo a la profanación del honor de la tierra que les viera nacer.

Fuente Internet:

http://www.ejercito.cl

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