Jack y Jill

Capítulo VI

Los chicos y su club de debates

—Pienso que deberíamos tener una reunión. Las vacaciones terminaron y es necesario que tomemos algunas decisiones —comentó Frank, un día, a Gus a la salida del colegio.

—Muy bien. ¿Cuándo, dónde y qué tema? —preguntó Gus, que era hombre de pocas palabras.

—Esta noche, en nuestra casa, para discutir el tema: "¿Deben las mujeres ir a la Universidad con nosotros?" Mamá dice que conviene que tengamos nuestra opinión, porque todo el pueblo habla del asunto —repuso Frank.

—Muy bien, se lo haré saber a los muchachos. ¡Hola, Neddy!, el Club de Debates se reúne hoy, a las siete en punto, en casa de Minot —exclamó Gus, sin perder tiempo.

—Iré. Esta tarde llegué a casa una hora más temprano, y pensé venir a conversar un rato con ustedes —dijo Ed Devlin.

—Te has vuelto muy sociable —ironizó Gus, sin dejarse engañar por las palabras del joven.

—El camino más largo a veces es el más corto, ¿verdad, Ed? —dijo Frank alegremente mientras daba un amistoso puñete en el estómago de su amigo.

Todos rieron y Gus añadió:

—Esta noche no habrá chicas para oírnos.

—¡Qué lástima! —repuso Ed con ligero pesar.

—No queda más remedio, porque los otros muchachos dicen que ellas arruinan la diversión. Por mi parte, no tengo inconveniente en que asistan las niñas —dijo Frank.

—La próxima semana deberíamos hacer una reunión con juegos. A las chicas les gusta y a mí también —observó Gus.

—Y también a tus hermanas, tus primas y tus tías —comentó Ed.

A Gus lo llamaban "Almirante" porque tenía tres hermanas, dos primas y cuatro tías, además de su madre y su abuela, viviendo todas en su gran casa.

—¿Y cómo marchan los negocios? —preguntó Gus a Ed, porque no había vuelto al colegio en el otoño, sino que estaba empleado en una tienda de la ciudad.

—Lentos; según dicen, las cosas mejorarán en la primavera. A mí me va bastante bien, pero los extraño mucho, muchachos.

Y Ed puso una mano sobre el hombro de cada uno de sus amigos.

—Deberías dejar tu empleo y volver a estudiar —dijo Frank, que se estaba preparando para ir a la Universidad de Boston, mientras que Gus lo hacía para Harvard.

—No; ya elegí mi camino y pienso seguir en él. ¿Estudiaste la música? —preguntó Ed cambiando la conversación por un tema más alegre, porque tenía algunas preocupaciones.

—No me queda mucho tiempo; el patinaje sobre hielo me resulta más atractivo... Ven temprano esta noche y la ensayaremos.

—Eso es. Y ahora tengo que irme, muchachos —se despidió Ed.

—Nosotros también. Adiós.

Esa noche, al entrar en la "Habitación de los pájaros" con una linda muleta bajo el brazo, Ralph dijo a Jack:

—¡Hola, muchacho!, veamos si te gusta... Creo que con ella podrás andar en cuanto el médico te dé permiso.

—¡Qué suerte! Quisiera probarla, pero no lo haré hasta que me lo permitan. ¿La hiciste tú mismo, Ralph? —preguntó Jack.

—Casi toda... Y me siento orgulloso de ella.

—Y tienes que estarlo. Eres muy inteligente. ¿Inventaste alguna otra cosa últimamente? —preguntó Frank, que se acercaba.

—Sólo una máquina antirronquidos y una almohadilla para el codo —contestó Ralph, alegremente.

—¡Cuéntanos! Jamás oí hablar de una máquina de ese tipo. Reserva una para Jack —dijo Frank muy interesado.

—Bueno. Resulta que una señora anciana, muy rica, mantenía a toda su familia despierta a causa de sus ronquidos, y mandó a pedir a la casa donde trabajo algo para remediar su problema. Parecía una broma, pero me encargaron que ideara algo. Se me ocurrió tomar un tubo que, aplicado sobre la boca de la paciente y doblado hacia su oído, bien ajustado allí, permite que cuando la persona ronca, escuche sus propios ronquidos y los detendrá de inmediato. El resultado es un éxito, tanto que estoy considerando patentar mi invento —concluyó Ralph, uniéndose a las risas de los demás.

—¿Y la almohadilla para el codo? —preguntó Frank.

—¡Ah! Eso es una cosa sin gran importancia que inventé para un hombre que tenía el codo muy delicado y que necesitaba protegérselo. Le fabriqué una almohadilla de goma que ajustaba perfectamente a esa articulación, y ¡asunto arreglado!

—He pensado pedirte que me hagas una pierna nueva si la mía no se cura bien —dijo Jack, convencido de que su amigo podía inventar cualquier cosa.

—Pondría todo mi empeño, Jack. Una vez hice una mano para un muchacho, y gracias a eso conseguí mi empleo. ¿Se acuerdan? —contestó Ralph.

En ese momento llegaron Gus y Ed, acompañados por varios otros muchachos, y la conversación se hizo general.

Al dar el reloj las siete, Frank, que era el presidente, tomó su sitio detrás de la mesa de estudios. Frente a la mesa había varias sillas para los miembros, y Gus, que desempeñaba el cargo de secretario, tenía ante sí un libro de anotaciones. Los miembros tomaron asiento. El presidente dio tres golpecitos con un viejo palo de críquet corto, y con dignidad abrió la sesión.

—Señores: después de la orden del día, el Club debatirá acerca del siguiente problema: "¿Deben las mujeres ir a la Universidad con nosotros?" Pero antes el secretario dará lectura al acta de la última reunión.

Gus, aclarándose la garganta, leyó breve y elegantemente:

"El Club se reunió el dieciocho de diciembre, en casa de Gus Burton. Tema tratado: ¿Qué es más divertido, el verano o el invierno? Hubo un serio debate. Las opiniones estuvieron divididas en partes iguales. J. Flint fue multado con cinco centavos por faltar el respeto a la presidencia. Se realizó una colecta de cuarenta centavos para pagar un vidrio roto, durante una pelea amistosa entre los miembros del Club. Ed Devlin fue elegido secretario para el año próximo, y el presidente donó un libro de actas."

—Eso es todo.

—¿Hay alguna otra cosa que tratar antes del debate? —preguntó Frank.

—Sí —sugirió Ed, poniéndose de pie y mirando a su alrededor, como si estuviera seguro de que su proposición sería bien percibida, dijo:

—Deseo proponer a Bob Walker como nuevo miembro de nuestro Club. Me parece que deberíamos aceptarlo. Está tratando de portarse bien, y estoy seguro de que nosotros podríamos ayudarlo. ¿Lo aceptamos?

Todos los muchachos se pusieron serios, y Joe dijo con brusquedad:

—¡No! Es un mal muchacho, y no quiero esa clase de elemento aquí. Que se vaya con sus amigotes.

—¡De eso precisamente quiero alejarlo! Es un muchacho bueno pero no tiene a nadie que se preocupe de él, y es por eso que pelea, como lo haríamos nosotros de estar en su lugar. Quiere unirse a nosotros y se sentiría orgulloso si lo aceptamos Estoy seguro de que se portará bien. ¡Vamos, démosle una oportunidad!

Y Ed miró a Gus y a Frank, seguro de contar con el apoyo de ambos. Pero Gus movió la cabeza como si dudara, mientras Frank argumentó:

—Sabes bien que el reglamento establece que el Club no debe tener más de ocho miembros.

—Eso puede arreglarse. La mayoría de las veces no puedo asistir a las reuniones, por lo tanto renunciaré y Bob ocupará mi lugar —comenzó a decir Ed.

—¡No, no! ¡No aceptamos tu renuncia! ¡El Club se terminaría!

—Sería mejor que ocupara mi lugar; soy el menor y no me echarán de menos —propuso Jack.

—Podríamos hacer eso —dijo Frank.

—Lo mejor sería que se aumentara a diez el número de miembros, para que puedan ingresar Bob y Tom Grant —dijo Ralph.

—¡Buena idea! —exclamó Gus, que comenzaba a arrepentirse.

—Pero, si aceptan, tienen que tener en cuenta que deben admitir a Bob, tanto fuera como dentro del Club, si no se sentirá más solo que antes —expuso Ed, muy serio.

—¡Por supuesto! —gritó Jack, mientras los demás aceptaban por no ser menos que el miembro más joven del Club.

—Bien. Si todos ponemos un poco de nuestra parte, podremos hacer mucho... Es tiempo de que lo hagamos, si queremos que Bob se enderece. Como nosotros le dábamos la espalda, el muchacho se refugiaba en la taberna y hacía amistades que no le convenían. Espero también hacerlo ingresar en la Logia, ¿no te parece, Frank? —añadió Ed —seguro de su buena idea.

—Tráelo ¡Estoy contigo! —contestó Frank, recordando que hacía cuatro años que él pertenecía a la Logia de Templanza, y ya seis muchachos habían seguido su ejemplo.

—Ha empezado a fumar, pero nosotros conseguiremos que abandone el vicio. Tú podrás ayudarlo en ese sentido, Gus, si lo deseas —añadió Ed.

—Cuenta conmigo —repuso Gus, que había dejado de fumar para complacer a su padre.

—Si todos hacen como Gus y se proponen ser buenos con él, y no recordarle sus errores pasados, pueden ayudarlo mucho —manifestó Ed, agradecido.

Comenzó la votación y todas las manos se levantaron, hasta la del intransigente Joe. Y fue así como Bob y Tom se convirtieron en valiosos miembros del Club de Debates. Aunque era sólo un juego de niños, estaban unidos para hacer el bien.

Muy satisfechos de sí mismos, iniciaron el debate del día.

—Supongo que Ralph, Gus y Ed están a favor, y Chick, Grif y Joe en contra —dijo Frank.

—¡No, señor! Pienso que debería ser mixto —exclamó Chick, un joven apacible que acompañaba diariamente a una niña hasta su casa.

Una carcajada general atronó la sala, y Chick se sentó, rojo hasta la raíz del pelo, pero decidido.

—Hablaré por dos de nosotros, ya que el presidente no puede hacerlo y Jack no irá en contra de quienes más lo miman —expresó Joe, que no gozaba de la simpatía de las niñas y las consideraba un estorbo.

—Ya que empezaste, termina de una vez —ordenó Frank.

—Bueno —comenzó diciendo Joe—, no sé mucho de mujeres, y no me interesa saber, pero lo que sí sé es que no conviene que estén con nosotros en la Universidad. Ése no es su lugar y nadie las quiere allí, y harían mucho mejor quedándose en su casa zurciendo calcetas.

—¡Y las tuyas también! —intervino Ralph, que había oído ese argumento tantas veces que ya le cansaba.

—¡Claro! ¡Para eso sirven las mujeres! En la escuela no me importa que estén con nosotros, aunque preferiría que tuvieran clases aparte. Nos sentiríamos más cómodos...

—Especialmente tú, porque Mabel siempre te gana en las notas —observó Ed.

—Si me interrumpen a cada rato, no podré terminar —dijo Joe, que sabía que no tenía el don de la elocuencia.

En la sala reinó silencio y Joe prosiguió con su discurso, empleando todos los argumentos que había oído.

—Opino que progresaríamos mucho más si no tuviéramos a las chicas con nosotros. En cuanto a que son más inteligentes, o igual a nosotros, es completamente absurdo, porque algunas lloran todos los días por no haber estudiado o vuelven a sus casas con dolor de cabeza, o protestan continuamente acerca de esto o lo otro. No, señores, las mujeres no nacieron para el estudio. No tengo hermanas ni quiero tenerlas, son un verdadero fastidio.

Estas últimas palabras molestaron a Gus y Ed, y Joe volvió a tomar asiento. Inmediatamente pidió la palabra Grif, muchacho alegre cuyo principal objetivo en la vida era hacer bromas a los demás y, por lo tanto, era el terror de las niñas.

—Señor presidente, considero que las niñas no tienen capacidad física para ir a la Universidad con nosotros. No podrían tomar parte en una regata, ni saber cuidarse a sí mismas. Están mucho mejor en sus casas. A decir verdad, sólo me gusta acompañarlas a fiestas y bailes —comenzó diciendo Grif, cuya idea de la vida universitaria parecía ser las diversiones y no el estudio—. Las puse a prueba y comprobé que no pueden aguantar nada. Gritan si se les dice que hay un ratón en el cuarto y corren como si se las llevara el diablo. Un día puse una cucaracha en el pupitre de Molly y ella saltó como si hubiera sido un cohete.

Así también saltaron los honorables miembros del Club, por que en ese momento estallaron media docena de petardos debajo de la silla que Grif acababa de abandonar. Con gran dificultad se restableció el orden, y obligaron al incorregible bromista a mantenerse en silencio, amenazándolo con expulsarlo de la reunión si volvía a abrir la boca.

Ed se puso de pie ante la concurrencia y discurseó:

—Me parece que las clases serían tristes sin la presencia de algunas niñas. Compadezco al muchacho que no tiene hermana —continuó Ed, acordándose de la suya, que lo quería mucho. Les aseguro que no podríamos pasarnos sin las chicas, y no me avergüenzo de decir que cuanto más las veo, más me gustan.

—¡Bravo, magnífico! —exclamó Frank.

Satisfecho de haber sido comprendido y aprobado, Ed tomó asiento en medio de una salva de aplausos, mientras Jack, en medio de su entusiasmo, golpeaba tan fuerte con su muleta en el suelo que la señora Pecq entró para ver si ocurría algo.

—No, señora, gracias, estamos aplaudiendo a Ed —dijo Gus.

—Y ahora nos sentiríamos muy honrados si nuestro socio mayor nos dirigiera algunas palabras —dijo Frank con una reverencia a Ralph.

El joven actor se puso de pie y, como siempre, se divirtió imitando a hombres famosos con una gracia inigualable. Los muchachos no podían parar de reír, cuando entró una empleada con una bandeja de manzanas.

—Se levanta la sesión —repuso el presidente.

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